La existencia de los asentamientos chabolistas en la provincia de Huelva se ha seguido perpetuando con el paso de los años hasta convertirse en una endemia crónica para la que las administraciones públicas no han sido capaces de aportar soluciones duraderas y efectivas. Los asentamientos se han terminado convirtiendo en parte de la identidad de Huelva. Lugares en los que cientos de personas sobreviven cada año. Y decimos sobrevivir, con todo el sentido de la palabra, pues nadie que conozca de primera mano la realidad de los mismos se aventuraría a calificar la subsistencia entre plásticos, palés y basura con la palabra “vida”. No al menos como una vida digna, y sin dignidad, uno de los Derechos Humanos más fundamentales, no podemos en ningún caso hablar de vida.
Cualquier cosa que pueda escribirse sobre las condiciones en las que habitan las personas asentadas quedaría alejada de la realidad, pues palabras como inseguridad, insalubridad, exclusión económica y social (y un largo etcétera) no podrían reflejar los sentimientos que se despiertan en el interior de uno mismo al entrar en contacto con esta realidad.
En uno de mis primeros contactos con una persona asentada durante mis prácticas como trabajador social, él sacó de una mochila un plastiquito mugriento para recibir orientación jurídica de la abogada de la entidad. Contenía numerosos papeles, muchos de ellos desgastados y hechos jirones, que manipulaba con excesivo mimo y cuidado. Allí se encontraba toda su documentación, y las ansiadas “pruebas” que iba recopilando durante años para poder solicitar algún día el arraigo social (se exige documentación acreditativa de la permanencia continuada en España durante un periodo mínimo de tres años). Yo aún no sabía muy bien que podían significar esos papeles, pero se desprendía la gran importancia que tenía para él ese plastiquito lleno de papeles desvencijados. Era su mayor tesoro, su oportunidad. Su esperanza. Poco después, leía en el diario acerca de un incendio en el asentamiento (son frecuentes, debido a la precariedad de las infraestructuras), dónde se decía que decenas de personas habían perdido su documentación. Y consternado, no podía dejar de pensar en aquel hombre, y aquel plastiquito. Es muy frágil el lugar donde se guardan los sueños.
De las personas que sobreviven en estos asentamientos, el último informe realizado por la Mesa de la Integración en 2017 (mesa conformada por diversas entidades sociales de Huelva), nos dice que la mayoría de ellos se encuentran en situación administrativa regular (74% tenían su documentación en regla), y según datos reflejados en el citado informe, más del 80% de los/las asentados/as trabajó, en algún momento, en la agricultura durante el tiempo que duraron las campañas agrícolas en el año 2016. Esto es una realidad. En definitiva, en Huelva hay trabajo, y la mayoría de personas asentadas tienen su documentación en regla y quieren trabajar.
Ante las dificultades de acceso a la vivienda, por diversas razones, entre ellas la inexistencia de un suficiente parque de viviendas para alojar a esta mano de obra, o las reticencias de muchos propietarios a la hora de alquilar sus viviendas, numerosas personas se ven abocadas a terminar en los asentamientos, y por tanto condenadas a la exclusión social y residencial. Ni tan siquiera pueden empadronarse, a pesar de estar permitido el empadronamiento en las chabolas, tal y como se recoge en el Art. 3.3 Empadronamiento de personas sin domicilio de la Resolución de 16 de marzo de 2015 sobre instrucciones técnicas a los Ayuntamientos sobre gestión del padrón municipal, lo que impide que aquellas personas que aún no han regularizado su situación en España no puedan hacerlo, y además trae consigo múltiples consecuencias negativas, entre las que cabe destacar el no poder hacer uso de algunos servicios de carácter asistencial relacionados con la salud, la educación, el transporte, etc.
Quizá deberíamos preguntarnos: ¿En qué clase de sociedad nos convierte que existan estos asentamientos? Y es que mientras mucha gente sigue hablando del “Tercer Mundo”, mientras se sigue mirando hacia nuestras fronteras, se nos olvida que en nuestro propio territorio ya existen zonas en las que las personas tratan de sobrevivir con la mayor dignidad posible mientras están sometidas a una de las realidades de exclusión más severas. Estos asentamientos configuran lo que podemos llamar la “Tercera Huelva”, la Huelva olvidada de esta Huelva que es muchas cosas.
Quizá es momento de recordar que Huelva es una sola, un espacio compartido en el que sus problemas afectan a toda la ciudadanía, en mayor o menor medida, y dar respuesta a esos problemas es responsabilidad de todos y cada uno de nosotros. Mientras sigamos tolerando la existencia de esta “Tercera Huelva”, tendremos que aceptar que quizá somos nosotros los que estamos en vías de desarrollo… al menos, moralmente.
Aleix Morilla Luchena, trabajador social e investigador en la Universidad de Huelva
La existencia de los asentamientos chabolistas en la provincia de Huelva se ha seguido perpetuando con el paso de los años hasta convertirse en una endemia crónica para la que las administraciones públicas no han sido capaces de aportar soluciones duraderas y efectivas. Los asentamientos se han terminado convirtiendo en parte de la identidad de Huelva. Lugares en los que cientos de personas sobreviven cada año. Y decimos sobrevivir, con todo el sentido de la palabra, pues nadie que conozca de primera mano la realidad de los mismos se aventuraría a calificar la subsistencia entre plásticos, palés y basura con la palabra “vida”. No al menos como una vida digna, y sin dignidad, uno de los Derechos Humanos más fundamentales, no podemos en ningún caso hablar de vida.
Cualquier cosa que pueda escribirse sobre las condiciones en las que habitan las personas asentadas quedaría alejada de la realidad, pues palabras como inseguridad, insalubridad, exclusión económica y social (y un largo etcétera) no podrían reflejar los sentimientos que se despiertan en el interior de uno mismo al entrar en contacto con esta realidad.