La historia de Torrijos es la historia de un engaño y de un olvido que sucede en Málaga. En 1831 lo traicionaron y dos siglos después muchos lo ignoran. Esta es una ruta anti-turística por lugares sin huella y por ruinas donde se practica el botellón. El final es en un obelisco que no es francés. Ejerce de guía la Asociación Torrijos 1831, empeñada en reivindicar a quien pretendió algo así como regenerar España y fue fusilado por ello.
Torrealquería del Conde de Mollina: el 2 de diciembre de 1831, Torrijos y otros 48 hombres a su mando desembarcaron en las playas de El Charcón, cerca de Mijas, procedentes de Gibraltar. Querían pronunciarse contra el rey Fernando VII e iniciar una revolución liberal en España. Viriato le había convencido por carta de que el mejor lugar para un pronunciamiento era Málaga, donde tendría el apoyo de varias guarniciones liberales. Sin embargo, tras Viriato se escondía el gobernador de Málaga y cuando llegaron a la costa los insurgentes se encontraron con un recibimiento a cañonazos.
Traicionados, fueron a refugiarse a un cortijo construido sobre una antigua torre musulmana, en Alhaurín de la Torre. El lugar es hoy un amasijo de piedras que apenas se tienen en pie, rodeado de una valla que no sirve. Nada indica que sea un lugar histórico. En 1971 unas excavadoras devoraron a bocados parte de sus muros. En 2004 se instalaron unos bancos que ya no tienen asiento, las máquinas removieron la tierra dejando el lugar irreconocible y se plantaron árboles que se secaron por falta de riego.
Dos años después el Pleno del ayuntamiento aprobó la reconstrucción, pero el proyecto, que contemplaba instalar un centro de interpretación al que la asociación Torrijos 1831 cedería su archivo, quedó paralizado. “No quieren saber nada. No les importa la cultura”, dice Esteban Alcántara, secretario de la asociación. El lugar está en lo alto de una colina alejada del núcleo, lo que podría restarle valor turístico, pero entonces ¿por qué se invirtió en un parque que hoy sólo es maleza? ¿A quién sirve? Alcántara explica que allí hoy sólo van jóvenes a beber, parejas y las cabras de los ganaderos de la zona.
Refectorio del convento de San Andrés: tres días resistió Torrijos. Rendido y capturado por los absolutistas, fue llevado al cuartel y de ahí a un convento del barrio de El Perchel, en la capital. El convento se convirtió en un almacén con la desamortización de Mendizábal, en 1836. Declarado en ruina en el año 2000, el concejal de Urbanismo entonces, Francisco de la Torre, firmó su demolición, pero la revocó poco después. En 2001 fue inscrito en el catálogo del Patrimonio Histórico Andaluz, pero sirvió de poco: en 2005 el refectorio fue derribado parcialmente por una constructora que realizaba obras en el inmueble colindante.
Francisco de la Torre es el concejal de urbanismo que siendo ya alcalde, avanzó el pasado 11 de diciembre la rehabilitación del lugar y un futuro centro de interpretación. Algo parecido se anunció en 2009 y llegaron a destinarse 200.000 euros del Plan Zapatero a proteger los restos. Hay un proyecto, pero no se ha movido una piedra y el edificio sigue apuntalado de mala manera. Quizá algún día.
El Bulto: A la petición de clemencia, Fernando VII respondió: “Que los fusilen a todos”. Y así ocurrió el 11 de diciembre de 1831. Casi 200 años después Esteban Alcántara, que además de secretario de la asociación es historiador, se afana en explicar el lugar exacto donde cayó Torrijos porque allí ahora no hay nada. Sólo una discreta placa de recuerdo que apenas se advierte. El lugar donde cayeron los rebeldes se convirtió pronto “en unos corrales donde la gente iba a hacer sus cosas”. La cruz original plantada en 1835 fue trasladada y el lugar quedó en el limbo porque cambiaron las calles y el propio litoral, que ganó metros al mar.
La réplica de la cruz que recuerda a los fusilados está a unas decenas de metros y el lugar donde cayeron los rebeldes se convirtió pronto “en unos corrales donde la gente iba a hacer sus cosas”. La cruz original plantada en 1835 fue trasladada y el lugar quedó en el limbo porque cambiaron las calles y el propio litoral, que ganó metros al mar. Alcántara partió de planos de 1.830 para señalar el punto exacto donde tuvo lugar el fusilamiento. Ese lugar en el que hoy sólo hay un descampado y una placa.
Cementerio de San Miguel: menos los cuerpos de Torrijos, Juan López Pinto y Robert Boyd (enterrado en el Cementerio Inglés), los fusilados fueron arrojados a una fosa común en este camposanto del norte de la capital. Permanecieron allí once años y desde el año pasado, un monolito les recuerda “por defender la libertad y los derechos constitucionales de los españoles”.
Plaza de la Merced: pero Torrijos y sus hombres ya no están allí. Reposan en la Plaza de la Merced, en una cripta bajo el obelisco erigido en memoria de “los caídos por la libertad”. Es el único recuerdo digno, inaugurado por orden de Isabel II once años después del fusilamiento.
Circula la especie de que la cripta es territorio bajo soberanía francesa. La reina lo habría decidido así para garantizar que los restos de Torrijos y sus hombres reposaban para siempre en paz. Esa tesis figuró hasta hace pocos meses en una web oficial del Ministerio de Cultura, que aludía a un documento de la Sección Nobleza del Archivo Histórico Nacional de Toledo, pero Esteban Alcántara niega la mayor: nunca ha encontrado documento alguno que lo confirme y durante años ha porfiado contra quien aireara esa historia. Hoy la referencia ya no consta en la web de Cultura. Alcántara cree que el probable bulo surgió en 2006 de una sociedad masónica que pretendía vincular a Torrijos y se ha replicado desde entonces.
Espronceda dejó escrito un soneto, “A la muerte de Torrijos y sus compañeros”, y un obelisco recuerda a los 49 que “por su amor a las libertades patrias” fueron sacrificados en Málaga. Sin embargo, los lugares del episodio se pudren. Todos los años, en diciembre, la Asociación Torrijos 1831 honra la memoria del liberal fusilado con unas detallistas recreaciones. Sacan entonces los trajes de época, las réplicas de los cañones y de las escopetas, y los conocimientos de años de estudio. Se trata de evitar que a aquella traición se sume el olvido.