- Existe una profesión capaz de sellar el pasaporte de la memoria, de revivir recuerdos atados a maquinarias de ingeniería: la relojería artesanal. Un exponente de este oficio olvidado es el taller J. Guslab Relojeros, fundado en 1975 el centro de Sevilla y regentado hoy por Gustavo González, uno de los últimos profesionales en reparación y restauración de relojes.
También se puede viajar a lugares donde se reconstruye el pasado. Visitar paisajes interiores acunados en vetustas máquinas. Y mecer así la memoria, historias renovadas a merced del turno implacable de los segunderos. Una facultad bajo jurisdicción, tan sólo, de un puñado de personas. Para sellar el pasaporte del tiempo, pregunte a los relojeros artesanales.
El arte de rehacer el tiempo recae en un puñado de profesionales. Caminan entre manecillas, pesos, péndulos, ruedas y maquinarias complejas e inverosímiles que son puras obras de minuciosa ingeniería. Con una facultad: modificar las horas, parar los segundos, inventar los minutos. Con el poder de dar vida al tiempo.
Antaño salpicaban las ciudades. En zaguanes, pequeñas habitaciones caseras o bajo huecos de escaleras a la entrada de las casas. Cualquier rincón era propicio para albergar un discreto y funcional taller de relojería. Ya quedan pocos, muy pocos. Al borde de la extinción, unos cuantos artesanos desafían las leyes aplastantes de los mercados y las crisis.
Un ejemplo está en pleno centro de Sevilla. Cerca de las plazas de la Alfalfa, la Pescadería o El Salvador, donde la ciudad es tan añeja como su propia historia, sobrevive el taller J. Guslab Relojeros, fundado en 1975 y que pertenece a la Asociación Nacional de Profesionales Relojeros Reparadores (Anpre). Una casa regentada hoy por Gustavo González, tercera generación de artesanos relojeros y uno de los últimos profesionales en reparación y restauración de relojes. Especialistas, además, en relojería antigua e inglesa y en venta de relojería vintage y gruesa.
El reloj, ese objeto “con vida”
Cuenta la historia del taller con la inseparable lupa y entre viejos pero impolutos relojes de mesa, de pared, 'carrillones' alemanes de antesala, un tesoro vienés del Imperio austrohúngaro, obras del siglo XIX como un Napoleón I o un Napoleón III, “mucho reloj de París” y una importante cantidad de elementos pulsera o muñeca. Y de marca, como algunos relojes suizos de los años 50 restaurados y “rescatados para la venta”.
Y la propia herencia laboral. “Mi abuelo era muy buen relojero. Y mi padre, Jesús González, montó este taller en el 75”. Luego él mismo fue “aprendiz” en el mismo estudio artesanal que reabrió, para recuperarlo también, años después. “Es una relojería artesanal de la que ya prácticamente no queda”, narra. Perdidos, los pocos abiertos, entre “el monopolio de las grandes marcas, la crisis que ha hecho estragos” y el revuelo digital y de las modas.
“El reloj es un objeto muy especial, que tiene vida. Ahora menos, pero la gente ha vivido alrededor de él. Para las horas de comer, las citas… la persona interactúa mucho, para darle cuerda o quitar un atraso. Muchos clientes vienen con el recuerdo de que veían a su padre cómo le daba cuerda y ahora quieren rescatar eso. No rescatan ya el objeto, sino el recuerdo. Es devolver la vida al reloj y a esas historias familiares. Lo que hacemos es una manera de detener el tiempo”, explica Gustavo González, relojero artesanal. “Algún cliente se ha puesto incluso a llorar cuando ve el resultado. Es un trámite muy emocional”.
Las entrañas de un viejo reloj alemán de antesala dejan ver los intestinos de una labor fascinante. Como si realmente no fuera necesaria tanta sucesión de piezas y todo fuera una loca obra de ingeniería. Una virguería que da el bocado a los ojos con sus dientes metálicos.
“Imagina el tío que hacía un reloj de estos a la luz de las velas y con la maquinaria y las herramientas de esa época, con cuerdas, troqueles y tornos, con poleas… es impresionante. Esto está hecho a principios del siglo XVIII”, dice González, mientras señala el vetusto e imponente 'carrillón' que, una vez reparado, tomará el tránsito de vuelta hasta su casa y su familia en una localidad sevillana.
Los relojes juegan con la fuerza para construir el tiempo. Son máquinas que fabrican segundos, minutos, horas, días… Vidas. Como la del propio taller que suma en su denominación los nombres abreviados de su creador, Jesús, y sus hijos, Gustavo, Sonia, Ladislao y Beatriz, para conformar la marca artesanal: J. Guslab Relojeros. “La maquinaria transforma la fuerza en tiempo”.