A mediados del siglo XX, un alemán llamado Hans Burghard se fijó en la localidad onubense de Isla Cristina para poner en marcha una idea. Observó que la confluencia de las mareas en sus marismas eran un lugar ideal para que el agua del mar dejase en ellas un tesoro cuya explotación estaba en ciernes en ese momento: la sal.
“Juan El Alemán”, como le llamaban en el pueblo, era un personaje misterioso, envuelto en historias de espionaje y en leyendas que los vecinos fueron convirtiendo en realidades más o menos asentadas. Allí conoció a Manuel Gómez, un vecino del Isla Cristina con el que se asoció con el fin de exportar a su país la producción.
Fue tan prolífica la relación entre ambos - hasta que Manuel se quedó las salinas en 1981- que la empresa funcionó de forma continua, y salvando muchos problemas, entró en el siglo XXI ya con la gestión de su hija Manuela, que decidió dar un giro a la idea, para convertirse en la primera salina artesanal de la costa onubense, y al mismo tiempo en punto de atracción turística del pueblo.
Turismo e investigación
Además de convertir el lugar en un centro de interés, Manuela decidió investigar nuevos productos con raíz en la sal tradicional. Ella había observado que su padre desechaba una especie de paño de capas finas de cristales que recubren las pilas de las salinas, pero tras estudiarlo, ideó la flor de sal, uno de los productos ecológicos de su casa. Con mucho esfuerzo, la pionera salina artesanal de Isla Cristina creció hasta tener unas 14 hectáreas de terreno y unas 300 pilas.
Pero el salto de calidad que quería lo logró en 2013. Ese año nacía Biomaris Ambiental. Biomaris ha sumado a la sal tradicional y a la flor de sal, la sal líquida a partir del método artesanal, lo que se convierte, sin ningún aditivo más, en una alternativa al consumo tradicional de este producto en granos. De hecho ha patentado el producto, y está reconocido por la Consejería de Agricultura y Pesca de la Junta de Andalucía como la única que realiza este proceso artesanal, de modo que “la sal líquida cuenta con yodo, calcio, flúor o magnesio”, y siempre se obtiene “a partir de sal virgen”. Todo fue fruto de observar que “hay muchas personas a las que la sal en grano sencillamente no les gusta, o tienen problemas de salud a la hora de tomarla, de modo que conseguimos un producto que es líquido”.
Además de esta sal líquida, cuenta con una sal cardiosaludable o con aromas: a pimienta o cebolla que se exporta a distintos mercados europeos, como Alemania e Italia; un producto que se elabora también artesanalmente.
Aceite de magnesio y fango
Manuela decidió que su negocio no tenía que ser solo la venta, además de que no podía (ni quería) competir con las grandes salinas industriales. Así que comenzó a ofrecer a los visitantes un tour por la salinas en el que se informa de los procesos productivos, se enseña sobre la fauna y flora autóctona de la marisma, y se puede salir de allí con algunas curiosidades de la historia en el bolsillo.
Con ese recorrido, añadido a la tienda de sus productos, Manuela ha conseguido que la salina permanezca abierta todo el año, aunque la producción, por mor del clima, se mantiene solo de octubre a mayo.
Con el ánimo de aprovechar todo el potencial de sus salinas, y que los visitantes no solo supieran cómo y cuándo se hace la sal, Manuela decidió poner en marcha baños de aceite de magnesio, al considerarlo “un mineral vital para mantenernos sanos. Es imprescindible para el funcionamiento del organismo”, como explica para recordar que “alivia dolores de artrosis, artritis y fibromialgia, mejora síntomas de la psoriasis y eccemas o regula el exceso de sudoración”.
Otro de los baños es el de fango, “otro de los elementos presentes en las salinas con propiedades beneficiosas para la salud, porque sirve contra el acné, eczemas, psoriasis, quemaduras, llagas, úlceras, picaduras y supuraciones, reactivar y estimular la circulación sanguínea o tonificar los músculos”.
“Igual, pero con precaución”
Ahora, la visita a las salinas sigue siendo posible pero “con precaución”. Manuela mantiene abiertas las salinas con normalidad una vez pasado lo peor del estado de alarma. Recibe a sus visitantes a diario, pero con la premisa de la reserva previa para controlar el aforo, y, por supuesto, no desprenderse nunca de la mascarilla, para ofrecer otra forma de acercarse a las marismas de Huelva, a su naturaleza y a su tradición.