El sirimiri no para. La niebla cubre la torre de la iglesia de San Pedro de la localidad sevillana de Carmona y los vecinos aprietan el paso. El tiempo desagradable facilita eso de: “Niño, voy a poner el café. Vete a por una torta”, como remeda el dueño de la confitería La Nevada, Antonio Vaca. Este jovial pastelero abrió su negocio (Calle Virgen de los Reyes, 17) en septiembre de 1990 y desde entonces no ha dejado de hacer tortas inglesas. “Es el postre rey de Carmona”, dice, aunque no se olvida de otras especialidades como el borracho del abuelo, el bollo de aceite y el hojaldre.
La torta inglesa es una de las señas de identidad de la ciudad. “Se comenta que se le llama así por el pintor, arqueólogo y viajero romántico Jorge Bonsor”, dice el historiador del arte Rafael Morales. Según la leyenda, al británico, descubridor de la necrópolis, le encantaban, y de tanto preparar “la torta para el inglés”, acabó denominándose así.
Otra teoría viene dada por el dibujo geométrico de ocho puntas que se hace con canela sobre el postre y que recuerda a la bandera británica. “Pero la estrella de ocho puntas es también el escudo de Carmona”, apunta Morales.
“Es una historia que no sabemos de dónde ha salido. Bonsor no compró ni una torta inglesa en su vida”, desmitifica el historiador del arte. Sólo hay que repasar su diario en el que “llevaba a rajatabla las cuentas: desde el bollo de pan hasta lo que gastaba en ropa o en medicinas… nunca apareció un gasto de una torta inglesa”.
La receta más antigua que se conoce, según Morales, es la de la desaparecida confitería La Cana. De tradición árabe, el dulce se compone de una base de bizcocho recubierta por un hojaldre fino que a su vez está espolvoreado con azúcar glas y canela.
El relleno, siguiendo la fórmula tradicional, es de cabello de ángel. Sin embargo, las hay de chocolate, crema pastelera o nata. En La Nevada a pesar de que “el cabello de ángel es la joya de la corona” la ristra de posibilidades es amplia porque “hay sabores que se quedan atrás”, dice Vaca.
Además se sirven de dos gustos. “Vengo porque está muy mala”, bromea Gracia Pérez que ha pedido una de chocolate y cabello de ángel para merendar con la familia. “¡Mira qué pinta. Y recién hecha!”, señala Pérez que añade: “Aquí lo único viejo somos las que venimos a por ella”.
Loredana Gornic, que lleva 13 años trabajando en La Nevada, lo mismo despacha para vecinos, grupos del Instituto de Mayores y Servicios Sociales (Imserso), turistas y carmonenses que residen fuera y quieren alargar la morriña. En ocasiones, las colas para llevarse este souvenir se alargan hasta media hora.
“Muchas veces tengo que abrir antes porque hay gente esperando. Me da apuro”, dice el maestro pastelero Manuel Rodríguez, que lleva 30 años despachando tortas inglesas en el número 12 de la calle Chamorro. Rodríguez montó la confitería Las Delicias teniendo como competencia a la extinta Lora-Jiménez. Esta empresa, fundada en 1957, cuenta ahora con unas instalaciones en el Polígono Industrial El Pilero, pero cuando Rodríguez empezó no sabía si duraría “ni tres meses”. Por eso, ni se molestó en poner un cartel que anunciase que allí se vendían dulces. A día de hoy sigue sin haberlo, pero clientela no le falta.
Una cadena de supermercados tentó a Rodríguez para comercializarlas y en las pizarras de algunos bares de la “plaza Arriba”, centro neurálgico de la ciudad y Plaza de San Fernando para los de fuera, se anuncian la torta inglesa de postre.
Con los nuevos tiempos también se ve eso de taste here and take away. “Mucha gente viene con el miedo de que sea sólo [un producto] de cara al turista. Entonces hay que explicar que es algo típico de Carmona y que se ha comido toda la vida”, cuenta Morales.
La confitería Las Delicias se mantiene como cuando abrió. La botella de anís semidulce de los Tres Hermanos resalta en unas baldas casi desnudas. “Podría haberlo ampliado y contratar a más gente aunque cuanto más gatos, más ratones”, comenta su dueño ya jubilado, pero que no deja el obrador.
Durante la conversación su hija, Miriam Rodríguez, (“La mejor pastelera del pueblo, pero no se lo digas”) y su yerno, Juan Garceso, se apuran para adelantar faena porque en los fines de semana “no se cabe”. Ahora lo que viene es un “chorreillo” de gente entre los que se encuentra Pepe Arpa. “Me gusta la de nata y de chocolate”, dice este joven pariente de los pasteleros y que vive en Ciudad Real. Se lleva la torta inglesa a tierras manchegas y espera a aguantar las ganas de comérsela en el tren.
Manuel Rodríguez confiesa que van “a la carrera” ya que, con la llegada de las navidades, las ventas se disparan. “Es ese detallito económico que siempre queda bien”. Así lo corrobora un cliente que viene a por unas tortas inglesas para su jefa. “Es un acierto seguro”, indica José Luis Rodríguez.
- “¿Rodríguez? ¿Otro primo?”.
- “Ponle de apellido Camacho”, salta el pastelero que le guasea al cliente: “Te dije que no dijeras ná”.
Torta inglesa, manjar de convento
Otra parada para adquirir una torta inglesa en Carmona es el Convento de Santa Clara. Allí las hermanas se afanan por llegar a tiempo a la muestra de dulces de los conventos de Sevilla y su provincia que se celebra cada año en diciembre en los Reales Alcázares de la ciudad hispalense.
Las clarisas parecen ejecutar una coreografía precisa en el obrador mientras preparan yemas de Santa Clara, huesos de santo, milhojas, y cómo no, tortas inglesas. “Aquí va cerrada”, dice la vicaria, Nzula Kioli, al explicar que el hojaldre encapsula el relleno y se posa sobre la base de bizcocho. En el convento sólo la hacen de cabello de ángel y la hermana Felisa sigue con la leyenda: “La receta es la histórica; desde que Bonsor estaba aquí”.
Ana Barreda va a ayudar a las hermanas. “Soy la portera del siglo XXI”, cuenta esta vecina, que no para de espolvorear el azúcar glas a las tortas inglesas. Viéndolas trabajar dan ganas de ponerse el delantal y venirse a echar una mano. Así lo hace durante años José Arpa Alonso que engrosa la lista de voluntarios. “Vaya pechá de tortas nos pegamos ayer”, recuerda.
Las clarisas de Carmona venden principalmente a través del mostrador del museo adosado y además del torno cuentan con encargos de algún restaurante local. Pero “con los dulces no se mantiene el convento”, dice Nzula Kioli. Las hermanas ya preparan una página web para facilitar el encargo desde otros puntos de la región y poner así en valor su repostería conventual.
Carmona da una oportunidad para, además de disfrutar del patrimonio histórico y cultural, degustar un producto de tradición local. Siempre está el debate sobre cuáles son las mejores, pero como apunta la vecina Gracia Pérez: “Es mester que dure”.