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Memoria frente al Cuartel de la Gavidia: diez años de lucha en la calle para abrir las fosas del franquismo

Como una gota que horada la piedra. Así, cada mes, desde hace una década, decenas de víctimas del franquismo se reúnen en la sevillana plaza de la Gavidia para pedir la exhumación de las fosas comunes en Andalucía. Para exigir que se abra la tierra. Que se rescaten los huesos. Que el persistente empeño del agua acabe abriendo la terca roca de la desmemoria.

Por eso han convertido la plaza de La Gavidia, en Sevilla, en la Plaza de la Memoria. En una suerte de réplica a la andaluza de la lucha argentina de las Madres de la Plaza de Mayo donde el relato lo marcan las fotografías en blanco y negro de los desaparecidos forzados y las palabras, las lágrimas y los abrazos compartidos.

Un grito continuado, tenaz, que horada el olvido. Y que arrancó en 2008. Todo frente al lugar donde Queipo lanzaba sus proclamas genocidas. “Se les perseguirá como a fieras, hasta hacerlos desaparecer a todos”, gritaba el militar golpista en una ciudad en la que no hubo guerra. “No se librarán por más que berreen y pataleen”, decía el genocida sobre las mujeres republicanas.

El “criminal de guerra” alimentaba sus arengas radiofónicas desde el Cuartel de la Gavidia, hoy sede de la Consejería de Justicia de la Junta de Andalucía. Justo donde ahora se manifiestan, en la mañana de cada último sábado de mes, descendientes de los al menos 45.566 asesinados por el fascismo español y que yacen en las 708 fosas que marca el Mapa de Fosas andaluz.

La “simbólica” plaza de la Memoria

La Gavidia se ha convertido en “el punto de referencia de algunos colectivos memorialistas y familiares de represaliados, pero también de los medios de comunicación, estudiosos e investigadores y, en algún momento, de organizaciones políticas”, resume el grupo Recuperando la Memoria de la Historia Social de Andalucía (RMHSA) de CGT. El colectivo es uno de los promotores de la idea, y también de la base de datos 'Todos (...) los nombres'.

Todo arrancó, recuerdan, el 25 de octubre de 2008 en Aguilar de la Frontera (Córdoba). Quedaba constituida la Coordinadora de Asociaciones de la Memoria Histórica de Andalucía tras una reunión de varias entidades memorialistas: Dime (Marchena), familiares de La Puebla de Cazalla, AREMEHISA (Aguilar), la extinta AMHyJA (Sevilla) o la propia RMHSA.

El lugar elegido fue la “simbólica” plaza de la Gavidia, en Sevilla. Un lugar desde donde amplificar el reclamo. Y la respuesta, “a pesar de las campañas en contra, fue un total éxito de asistencia no solo de sevillanos sino de multitud de pueblos del área metropolitana de Sevilla, incluso de otras provincias”.

“Llevar a la calle” las fosas

El acuerdo base, el recipiente donde recoger las gotas de memoria para romper la piedra del olvido, significaba “llevar a la calle” la reivindicación clave: queremos rescatar los huesos de nuestros muertos. Que se abran las fosas comunes del franquismo.

Organizar “la protesta por los incomprensibles aplazamientos que (entonces) estaban desesperando a cientos de familiares que llevan esperando más de 70 años para recuperar, homenajear y dar digna sepultura a los restos de sus seres queridos tirados en cementerios, cunetas…”, recuerdan.

Desde entonces, la plaza de la Gavidia es la plaza de la Memoria. Por la cita mensual pasan las historias de las miles de víctimas del franquismo enterradas en las fosas del cementerio sevillano. Los descendientes de quienes penaron en el barco de la muerte, el Cabo Carvoeiro.

O el relato de los mineros onubenses que iban a derrotar a Franco y pudieron cambiar el curso de la guerra. Y la vida de Otto Engelhardt, el cónsul alemán asesinado por los golpistas y que sigue desaparecido. Las historias de la represión fascista que conoció la jueza María Servini, instructora de la única causa en el mundo para juzgar los crímenes del franquismo, la Querella Argentina.

“Vi cómo mataban a mi padre”

Por la plaza de la Memoria también ha pasado la narración de Antonio Narváez: “Yo tenía tres años, sacaron a mi madre de casa y la fusilaron”. Y la de Antonio Martínez, cuyo padre fue ejecutado por los rebeldes tras el golpe de Estado de 1936: “Ese día llevaban un camión lleno para el cementerio”.

Por la Gavidia pasó el niño que tiró flores a la fosa, el recordado Francisco Marín. “Tenía 13 años cuando mataron a mi padre, Manuel Marín Rodríguez. Él tenía 38”, declaraba a eldiario.es Andalucía en mayo de 2014. Tenía 91 años. Y murió sin ver un trozo de tierra removido en el camposanto sevillano.

“Mi madre nos levantó y nos llamó. Nos gritaba: '¡Levantarse que se llevan a papá!', y nos agarramos a él llorando. Los canallas nos decían que no llorásemos, que iban a hacerle unas preguntas”. El niño nunca más vio a su padre. Quizás esté enterrado en Pico Reja donde Paco tiró flores aquel mismo año: “Me fui a la fosa del cementerio, le eché coraje y tiré un ramo de flores”.

El mismo valor y la dignidad de víctimas como Miguel Landero. “Con seis años vi cómo mataban a mi padre de un tiro en la cabeza”, contaba a este periódico. Acababan de aparecer los restos óseos de Juan Landero, en una exhumación realizada gracias al empuje de su familia y de la Asociación para la Recuperación de la Memoria Histórica de Coria del Río (ASREMEHCO), y gracias al trabajo arqueológico de Elena Vera y del antropólogo Juan Manuel Guijo.

“Nunca le había hecho daño a nadie”, esgrimía Landero, testigo del crimen. “Todos los días lo recuerdo tirado en el suelo, boca abajo, con esta parte de atrás de la cabeza levantada”, relata con desgarro Miguel.

O el caso del teniente de la Guardia de Asalto Ignacio Alonso, que junto a un grupo de soldados enfrentó a los golpistas para defender en Sevilla el Gobierno Civil y el edificio de la compañía Telefónica. Y como Joaquín García Alba, un barbero al que los fascistas detienen y ejecutan cuando está a punto de partir en barco a Argentina.

Todas vidas recordadas que cada sábado final de mes desde hace diez años llenan de memoria la plaza de la Gavidia para seguir pidiendo que se abran las fosas comunes. Como el caso de Ramón Sánchez, que tiene 19 años cuando un grupo de falangistas lo tirotea en el Parque de María Luisa. Y lo dejan tirado para sembrar el terror. Está enterrado de mala manera en Pico Reja.

Y Antonio Sánchez, asesinado a balazos en las tapias del cementerio de San Fernando. Como Rogelio Pérez, asesinado tras la entrada de los sublevados en Gines el 24 de julio de 1936. O los funcionarios municipales que fueron depurados, encarcelados en Ranilla, torturados… ejecutados muchos en las murallas de la Macarena, apenas a unos metros de donde sigue sepultado con honores en una iglesia el general golpista y genocida de Andalucía.

Haciendo memoria, rompiendo el olvido

Hace memoria RMHSA. Cuando se organizó la Coordinadora de Asociaciones de la Memoria Histórica de Andalucía y quedó fijada la Gavidia como plaza de la Memoria “no servían, a esas alturas, los argumentos de planes estratégicos, reglamentos, protocolos u órdenes judiciales, sino de voluntad política, como lo demostraban las intervenciones en Calañas (Huelva) o en Moraleda de Zafayona (Granada)”, realizadas por la Asociación para la Recuperación de la Memoria Histórica.

“Sin olvidar” que era una época de contrastes, de exhumaciones privatizadas (en manos de las asociaciones)“. Y palos de ciego, como subraya el colectivo en un comunicado. ”En esas fechas (2008) se rechazaba por parte del Ayuntamiento de Córdoba“, con alcaldía de Izquierda Unida, ”cualquier intento de buscar a Luis Dorado Luque“, diputado socialista ejecutado por los golpistas de Franco.

Mientras, continúan, un acuerdo “impensable” entre Gobierno central y Junta de Andalucía, (ambas en manos del PSOE) y el Ayuntamiento de Málaga (del PP) lograba “exhumar a 2.840 asesinados y 'descubrir' que los restos de cerca de 1.000 más terminaron, llevados a escondidas, al Valle de los Caídos”.

En aquellos tiempos faltaron a la cita “asociaciones 'importantes' que siempre han sido reticentes a la presión sobre el Gobierno andaluz (Córdoba, Jaén, Granada, Almería, Málaga…) y sobre algunos de sus responsables (Comisarios y Directores Generales) que en voz baja se manifestaban contra la intervención en las fosas”, critica RMHSA.

“Afortunadamente esas prácticas forman parte del pasado”, subrayan. Porque el agua sigue golpeando a la piedra. Y la Memoria acaba horadando al olvido.