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Querido Franco, “me atrevo suplicarle se interese por el paradero de mi esposo”: cartas de una España herida al dictador

Álvaro López

6 de abril de 2024 22:08 h

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“Me atrevo a suplicarle se interese por el paradero de mi esposo para que me lo notifique y junto con mi niña reunirme con él y así mejorar mi agobiada situación económica”, escribe Francisca González Ochoa al dictador Francisco Franco pidiendo saber dónde está su marido para poder sacar adelante las cuentas familiares. Ella es una de las miles de protagonistas de una investigación que han llevado a cabo dos historiadores de las universidades de Almería y Granada, Óscar Rodríguez y Gloria Román, recuperando misivas enviadas al dictador, a su mujer y a su hija en los primeros años de la posguerra, que se desarrollan sobre todo en la década de 1940.

El trabajo, que se ha desarrollado durante un año, se ha publicado en la revista Historia Contemporánea y parte del análisis de más de mil cartas, se titula 'Queridísimo caudillo... Victoria, miseria material y corrupción moral: las cartas de los españoles a Franco, 1936-1952' y retrata la realidad de la población española en aquellos años. Una imagen fiel de lo que sentía y vivía la ciudadanía y de la imagen mitológica que se labró el dictador ante la sociedad. Una investigación que ha sido posible gracias a que el historiador Antonio Cazorla señaló, en trabajos previos, la existencia del Archivo de Palacio de Madrid en el que se ubican “cientos de miles de cartas” no sólo para Franco, sino para todos los jefes de estado y reyes que se han podido documentar.

El estado de conservación de las misivas es muy bueno en la mayoría de los casos y su estudio permite hacer un análisis antropológico de la sociedad. “Por ejemplo, es posible comprobar las estrategias que empleaba la gente para convencer a Franco de que ofreciese un indulto”, explica Gloria Román. Ese es el caso de una de las cartas enviadas por un hombre llamado Rodolfo Gómez Hernández, que en los años 40 trabajaba como vigilante de la Policía Nacional en Madrid. En su escrito, en el que pone en valor el “espíritu de humanidad y justicia” de Franco, afirma haber investigado por su cuenta para beneficiar a sus dos hermanos, Gregorio y Guzmán.

“En la actualidad se encuentran cumpliendo condena en la prisión militar de Gando, en Las Palmas de Gran Canaria y fueron juzgados por rebelión”. Rodolfo le pide al dictador que revise la causa que los mantiene en prisión alegando que fueron víctimas de “rencillas personales” con “individuos” que, por rivalidades de negocios, les acusaron “injustamente” de la presunta rebelión: “No obstante lo expuesto, quiero hacer llegar a sus nobles sentimientos que mis dos hermanos tienen sus esposas con seis hijos y nuestra querida madre, una anciana de 70 años, que se encuentran en el mayor desamparo. Es justicia que espera obtener de su reconocido y recto proceder”.

Óscar Rodríguez apunta que “la gran mayoría de las cartas, el 60 o el 70% de las cartas, se refieren a la situación de temor económica, a la gran hambruna que asolaba a la mayor parte de las casas en la España del momento”. Según señala el historiador, durante la posguerra, en 1939, en 1942 y después también en 1946, “sucede una hambruna terrible, que deja casi más de 200.000 muertos por hambre”. Algo que queda reflejado en algunas cartas como en la que abre este artículo: “La que a usted se dirige es Francisca González Ochoa. Natural y vecina de Cervera del Río Alhama, provincia de Logroño, esposa del sargento Rosalino Escudero Granados, que pertenecía en el mes de junio del año en curso a la guarnición de Málaga, cuyo paradero ignoro desde esa fecha”.

La mujer le cuenta a Franco que tiene una hija “de corta edad” y que carece de recursos económicos “para el sostenimiento” de su “pobre niña”. Al mismo tiempo, usa declaraciones grandilocuentes hechas por el propio dictador para exigir su ayuda. “Confiando en aquellas palabras suyas de ”no faltará el pan en ningún hogar español“, es por lo que me atrevo a suplicarle se interese por el paradero de mi esposo para que me lo notifique y junto con mi niña reunirme con él y así mejorar mi agobiada situación económica”. Cierra la misiva calificándose a sí misma de “pobre madre afligida”.

De hija a hija para pedir el favor de un padre

Para los investigadores de este trabajo, una de las cuestiones que más les ha llamado la atención ha sido comprobar cómo algunas cartas son escritas por niños. “En algunos casos es evidente que son adultos los que las escriben haciéndose pasar por ellos, pero la rúbrica la ponen los menores”, explica Gloria Román. Muchos de estos escritos son dirigidos directamente a la hija del dictador, Carmen Franco -entonces llamada Carmencita-, para pedir, por ejemplo, que interceda ante su padre.

Cartas como la de Carmen, que apela no sólo a que es una niña que se llama igual que la primogénita del dictador, sino que utiliza expresiones muy edulcoradas para ganarse su favor: “Estimada y respetable señorita, la que se dirige a ti, una niña aún y que también se llama Carmencita, eleva la presente carta principalmente para felicitarla efusivamente en el día de nuestro santo. Día trascendental para ti y para mí”. Continúa señalándole que las dos tienen un “papá” en el cual tienen puesto todo su cariño, “así como ellos tendrán puesto su pensamiento y su corazón” en ellas “y más que nunca el día de la Virgen”.

“En este día tan solemne, solo te pido eleve un recuerdo al sufrimiento de un padre que está sufriendo en prisión sin haber cometido otro delito que el de haber sido agente con los rojos con el atenuante de haber sido encarcelado por estar haciendo una labor derrotista”. La niña va más allá y le pide “recabe de su papá generalísimo de España se active la revisión del expediente de mi padre, que se encuentra en el Juzgado Militar 7 de esta capital”. Llega incluso a solicitarle que se ponga la mano en el corazón para que entienda su petición. “¡Qué no se hará por un padre y muy cuando se sabe que no ha cometido delito alguno!”.

Todo el trabajo de Román y Rodríguez se encuentra incluido en un dossier coordinado por Miguel Alonso y Carlos Piriz llamado 'La guerra sin guerra'. Una documentación que pone negro sobre blanco la crueldad de una época de la que aún no ha pasado un siglo, pero de la que han cambiado muchas cosas. “La mayor parte de la población era analfabeta y eso se puede observar en las cartas porque a veces se cometen errores de ortografía o se escriben las palabras sin espacio entre ellas. Ha sido una labor compleja”, apunta Óscar Rodríguez.

Las cientos de miles de misivas “están escritas para pedirle ayuda a Franco, pero las hay también que aprovechan para adular al dictador”. Y a veces encuentran incluso respuesta de su propio gabinete. Esto sucedió con una mujer llamada Rosario, que era hermana del propio secretario del dictador y que aprovechaba su posición para ayudar a conocidos: “El dador de la presente es el padre de mi recomendado el piloto civil Eduardo Muñoz Sanz, que ya te puse en antecedentes en el mes de agosto, por lo cual espero lo atiendas para si puede resolver el asunto de la instancia de indulto de dicho recomendado. Dicho viaje no tiene otro oficio que saber donde se encuentra la instancia para saber si el trámite expreso pendiente para ti hace falta entregar avales y documentación correspondiente”.

Al respecto, el entonces secretario del dictador contesta que se le informó al padre del aviador “sobre el trámite a seguir en relación con la instancia de indulto que tiene presentada, a fin de que pudiera quedar complacido en sus deseos”. Y cierra la carta mandándole un abrazo recordándole que le quiere y que son hermanos. “La mayor parte de las veces las respuestas oficiales son genéricas porque recibían muchas cartas”, apuntan los historiadores.

La osadía de un presunto exiliado

Entre tantos escritos, algunos son especialmente llamativos por su contenido. Un hombre, que no se identifica, parece ser un republicano que había huido al exilio y que regresa a España. Quizás por miedo o quizás para ganarse el favor del régimen, le escribe a Franco tratando de acercarse a él a través de palabras que le elogian, pero también para recomendarle que no deje a la población sin educar. “¿He pasado 25 años creyendo doctrinas utópicas sin ninguna finalidad? Yo creo que no. Tengo el convencimiento de que no he perdido mi tiempo. El objetivo de mi destino no ha sido otro que conocer los problemas sociales profundamente para encontrarles solución juntos”. 

El firmante se dirige al dictador no solo “para esperar gratitud y mucho menos para traicionar a la clase obrera que sigo amando más que nunca”, dice escribirle para defenderlo con todo su corazón “dentro de los intereses generales de la patria”. “Estoy convencido de ser posible sin emplear la violencia, borrar los odios entre las clases sociales, llevar la paz y el olvido a los corazones de todos y suprimir en el porvenir por una compenetración fruto de una cultura inteligente todos los peligros de mi pertenencia social, dentro de la máxima libertad. Conozco los defectos de la educación y de los obreros y la forma de corregirlos”.

Por último, se atreve a apostar por una reconciliación entre españoles tras la Guerra Civil: “Si usted, en su magnanimidad, no quiere desperdiciar mi experiencia, por encima de ideales políticos, que todos son buenos cuando los hombres son buenos y todos fracasan cuando nos envenenan bajas pasiones, mandaré a usted un estudio de lo que debe hacerse, para lograr en nuestra patria una voz de los espíritus, una cicatrización completa de las heridas de nuestra guerra civil aliviando infinitos dolores, creadores de odio. Viva usted muchos años por el bien de España”.

La mayoría de las cartas no sirvieron para lograr ninguno de los objetivos de los remitentes. La pobreza, la persecución y asesinato de la disidencia y el miedo siguieron instalados en España hasta la muerte del dictador en 1975, pero los historiadores Román y Rodríguez sí tienen claro que estas misivas llegaron a tener una función social: “Algunos las escribieron sintiendo que estaban haciendo algo por sus vidas y eso les alivió”. Ahora, casi cien años más tarde, lo escrito sirve para entender la crueldad de un régimen fascista que perduró 40 años en nuestro país y para ser testigos de la resistencia de una población que trataba de recomponerse tras la Guerra Civil.

“No descartamos seguir investigando otras décadas más adelante”, sentencian. En algo parecido trabaja la investigadora Gloria Román con “Los niños de Franco. Miserias y estrategias de una infancia en dictadura (1939-1952)” (Beca Leonardo 2023. Fundación BBVA). Pistas de una época de la que aún quedan huellas que trata de restañar la Ley de Memoria Democrática.