Resignificar la huida de miles de andaluces del horror franquista: “Todos los éxodos son el mismo éxodo”
La autora María Jesús Orbegozo, la historiadora Verónica Sierra y la ilustradora María Rosa Aránega publican ‘El éxodo de Málaga a Almería’, una novela para releer uno de los episodios más crudos de la Guerra Civil: “Es en Málaga, pero podría ser cualquier otro lugar”
Con el avance de las tropas golpistas de Franco en 1937, el horror se abrió paso como una herida abierta por la costa de Málaga hacia Almería. Una masa de personas que nunca ha sido cuantificada con cifras oficiales huyó del terror de las bombas, que venían por cielo y por mar, en la que pronto se conoció como ‘la carretera de la muerte'. Una ‘desbandá’ cuyas víctimas prefieren que se conozca como juía, huida, éxodo, intento desesperado de escapar de la muerte. Ahora, tres mujeres han querido recuperar la memoria del trágico suceso a través de la historia de una familia, con personajes que nunca existieron, y que, sin embargo, son tan reales como lo fueron las bombas fascistas.
Escribe María Jesús Orbegozo (1945, Zumárraga, Guipúzcoa) al principio de su novela ‘El éxodo de Málaga a Almería’ (El mono libre) que todas las historias de éxodo son la misma. No hay diferencia, “todos salen huyendo de la muerte, de la enfermedad, del hambre o de la persecución a una tierra prometida. Muchos, muchísimos, no llegan”, explica la autora, en conversación con este diario.
Es la población civil, la que no tiene poder, la que experimenta todos los sufrimientos
Con esta visión de contar la lucha por algo tan primario como sobrevivir, Orbegozo recoge las penurias de malagueños como Cirilia, Isidoro o Teresa, que hacen su camino desde su pueblo hacia Almería, con la llegada inminente del ejército golpista. La novela, marcada por los episodios violentos que se vivieron en aquel camino que siguieron miles de personas, no es solo suya. También cuenta con la visión de la historiadora Verónica Sierra (Guadalajara, 1978) y de la ilustradora María Rosa Aránega (Almería, 1995), tres generaciones diferentes que completan el relato, que se presentará este 1 de mayo en la Feria del Libro de Málaga.
Aunque no fue la primera vez que se atacó directamente a población civil después del golpe de Estado de Franco, la conocida como ‘desbandá’ supuso uno de los ejemplos más crueles de la represión fascista. Con las arengas del general golpista Queipo de Llano sonando en la radio, que alentaba a “cazar” a los republicanos, las tropas franquistas empujaban a miles de personas a huir de sus casas a medida que avanzaban. En el tramo de Málaga a Almería, con el mar y los acantilados a un lado y las montañas a otro, solo quedaba una opción: la carretera. Y el ejército de Franco lo sabía bien. El ataque fue total, por tierra, mar y aire. Incluso se bombardeaban las montañas para que las rocas aplastaran a los refugiados, en buques cuyos nombres todavía hoy coronan en placas algunas calles de España.
El fin principal era el de atemorizar, difundir un terror y un pánico para que todo el mundo sepa dónde tiene que ir. La propaganda más eficaz siempre es la del miedo. El miedo es lo que te detiene, el miedo es lo que te hace avanzar
Rafael Quirosa-Cheyrouze, catedrático y experto en Memoria, asegura que este es “el hecho más dramático de toda la guerra civil”. “Nunca se sabrá el número de víctimas porque nunca hubo interés”, explica, por supuesto no lo hubo por parte del franquismo, pero tampoco de la República. “De alguna manera tenían que reconocer una parte de la responsabilidad”, ya que aunque “los que mataban eran los que bombardeaban”, las autoridades no supieron manejar la situación, y tanto Málaga como Almería se encontraron desbordadas con la llegada de miles de personas que tenían que reubicar por toda España.
No se pudo organizar una evacuación ordenada, con lo que la gente salía en estampida, como podía, explica Orbegozo. “Los habitantes de Nerja cuentan que cuando vieron llegar las masas de Málaga tenían la sensación de que era un hormiguero negro, una masa oscura de personas”, asegura. Y en esa masa, por supuesto, había niños, personas enfermas, ancianas… “En realidad, un personaje [de la novela] son cientos de personas que participaron en el acontecimiento”, explica la historiadora Verónica Sierra. “El fin principal era obvio, el de atemorizar, difundir un terror y un pánico para que todo el mundo sepa dónde tiene que ir. La propaganda más eficaz siempre es la del miedo. El miedo es lo que te detiene, el miedo es lo que te hace avanzar”, continúa.
“Es en Málaga, pero podría ser cualquier otro lugar”
A través de los testimonios de una familia que vive el trauma, la muerte, y la desesperación por sobrevivir, se explican relatos de personajes como el doctor Bethune, un médico canadiense que documentó la masacre y luchó incansablemente durante días para intentar evacuar a la máxima cantidad de personas posibles, teniendo que tomar la difícil decisión de a quién priorizar. También otros hechos atraviesan el texto, como el de la represión diferenciada que vivieron las mujeres, agredidas sexualmente en muchos casos. “La violación es un castigo diferencial, es decir, no se viola a los hombres, se viola a las mujeres, no solo en un ejercicio de fuerza o de dominio masculino, sino un ejercicio también de dominio ideológico”, indica Verónica Sierra.
Hablamos de vidas rotas y de personas que tienen que abandonarlo todo, incluso a quienes más quieren para poder salvar la vida. Eso lo tenemos cada día en la radio, en la televisión, en absolutamente todas partes
Es imposible leer 'El éxodo de Málaga a Almería', ver sus ilustraciones y no pensar en los éxodos forzados que vemos hoy, especialmente en Gaza, donde Israel ha matado ya a más de 30.000 personas. También esta es la reflexión que hacen las creadoras. “La novela no es bélica, sino que cuenta la historia de una familia normal a la que le atraviesa el golpe de Estado franquista. Es en Málaga, pero podría ser cualquier otro lugar”, explica la ilustradora María Rosa Aránega. Como sucede en el caso de Palestina y de otras guerras y en palabras de Orbegozo, “es la población civil, la que no tiene poder, la que experimenta todos los sufrimientos”.
“Hablamos de vidas rotas y de personas que tienen que abandonarlo todo, incluso a quienes más quieren para poder salvar la vida. Eso lo tenemos cada día en la radio, en la televisión, en absolutamente todas partes. Si de algo tienen que servir obras como estas es precisamente llamar la atención no solo sobre el pasado, sino para aprender del pasado en el presente”, añade Sierra.
Aránega profundiza en la necesidad de aprender de estos sucesos para poder reconocer genocidios en la actualidad. “Es una historia en la que se puede sentir identificado cualquier familia en cualquier lugar. Con el genocidio palestino conecta y da para reflexionar de qué hemos aprendido de lo que ya ha pasado, y cómo la memoria podría ayudar a reconocer otro genocidio cuando se está produciendo”.
El trabajo de la artista busca hacer una relectura y añadir veracidad al relato, especialmente porque la producción fotográfica de la época era limitada. “Es necesaria la elaboración artística para aproximarnos a esas informaciones del pasado que nos pueden parecer lejanas, el lenguaje artístico tiene un registro que puede llegar a conectar con el público, tenga la formación cultural que tenga”, incide la almeriense.
Memoria que rescata
Ante el trauma heredado por generaciones, los silencios, el miedo, los miles de muertos, los niños que perdieron a su familia, aquellos que todavía hoy buscan los huesos de sus padres, la memoria y su recuperación) se erige como clave para intentar cicatrizar las heridas abiertas. “Somos memoria, memoria que rescata”, escribía María Zambrano.
Orbegozo lo tiene claro: “¿El daño? El daño no se puede reparar. Todos los muertos, el sufrimiento, eso no se puede reparar. Lo único que podemos hacer es que no se olvide, que permanezca en la memoria de todos, de un lado y otro, porque es algo tan atroz que debe recordarse”. Y en esto, los niños son clave, como responsables de contar sus historias, lo que vivieron, e incluso de algo más importante: de no contar ese horror.
Aunque esos silencios, sin embargo, no tienen por qué responder siempre al temor. “A veces hace falta callar para poder seguir adelante, a veces hace falta callar para proteger a otros. Callar es una manera también de posicionarse, es decir, el silencio puede tener muchos significados”, afirma Sierra.
En cuanto al cuidado de esta memoria por parte de las instituciones, la historiadora destaca una mayor voluntad después de una “desidia completa” durante décadas, suplida en parte por las asociaciones memorialistas, que han tenido que cumplir ese papel que no había asumido el Estado. “La memoria se construye en muchos niveles y el institucional es uno de ellos, pero hay otros. La propia memoria familiar por ejemplo, la reparación, ¿cuántas familias hay todavía que no saben su historia?”, se pregunta Sierra.
Quirosa-Cheyrouze asegura que hay una “gran diferencia entre el conocimiento académico”, que lleva años investigando sobre este trágico suceso, y el “conocimiento socializado”. Y precisamente esa diferencia hace que “calen discursos y relatos que no se corresponden con los acontecimientos históricos” como este, resumido en pocas palabras por sus autoras. “Crimen”. “Genocidio”. “Absolutamente inhumano. Horrible suena a poco para lo que fue”.
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