La muerte de Rafael Ricardi no es una más. Los 13 años que pasó en prisión de manera injusta este portuense de 54 años han marcado un antes y un después en el mundo del derecho. Recibió la mayor indemnización de la historia de la democracia como consecuencia de un reguero de errores que dieron con sus huesos en la prisión salmantina de Topas, después de pasar por Puerto II.
Ha fallecido en una de esas noches eternas que pasaba desde que salió de la cárcel, hace seis años. Cuando sonaba algún timbre en el silencio de la noche se levantaba sobresaltado y sudando aterrorizado, pensando que era la llamada a recuento de la prisión. Y eso que ahora era feliz. Tenía pareja, acababa de trabajar en una caseta en la Feria de El Puerto y en sus planes estaba casarse. El distanciamiento con su hijo se estaba limando y había recompuesto su vida de nuevo.
Puede haber justicia, aunque sea tarde
La muerte le ha sorprendido en su mejor momento y su mayor legado ha sido la comprobación de que puede haber justicia, aunque sea tarde. La abogada que llevó todo el proceso es Antonia Alba, que siente que ha perdido mucho más que un cliente: “Este caso me ayudó mucho, fue un gran salto en mi carrera, pero sobre todo me aportó mucho personalmente. Nunca se me olvidará su mirada cuando salió de la cárcel en Salamanca, después de haber recobrado la libertad. Recuerdo su olor a hierro y esa sensación de que estaba disfrutando de cada momento”.
Alba reconoce que cuando el caso cayó en sus manos no tenía muchas esperanzas, pero a veces la realidad supera la ficción. “Nadie estaba por la labor de reabrir el caso, pero las pruebas de ADN no eran concluyentes y seguimos luchando teniéndolo todo en contra. Contaba que era inocente de una manera que había que creerlo. Estaba en la cárcel, pero las violaciones seguían sucediéndose y eso fue clave para que hubiera esperanzas. La policía y la fiscalía decían que las llevaban a cabo dos personas y que el que quedaba fuera de la cárcel había encontrado al sustituto de Rafael, pero se terminó comprobando que el culpable era otro. El ADN fue claro y se acabó la pesadilla para Rafael, pero no del todo”.
Ni siquiera haber cobrado algo más de un millón de euros compensaba el calvario vivido durante esos largos 13 años. En una de sus últimas entrevistas, en Cuatro, el portuense reconocía que “los 13 años pasados allí no están pagados con nada, no hay dinero en el mundo que lo pague. A mí no me ha pedido disculpas nadie, ni la víctima. Y eso que sólo me acusó porque me parecía al verdadero culpable”.
Pudo salir a la calle todavía con mucha vida por delante, pero ya nada era lo mismo. El dinero provocó un desencuentro con su hija Macarena, que pidió su incapacitación sin éxito. Además, ni siquiera entonces era bien mirado en su propia ciudad. “Hubo mucha gente que decía que era mucho dinero el que le habían dado, no se lo perdonaban. Los años en la cárcel le machacaron física y psicológicamente, tenía un tratamiento para dormir”, recuerda Antonia Alba.
La Asociación Pro Derechos Humanos de Andalucía contribuyó decisivamente en la liberación de Ricardi gracias a su apoyo jurídico y ahora, en el momento de su adiós, lamenta que se produzcan hechos como el vivido por el gaditano: “Se comió 13 años de prisión por errores judiciales. Su estancia en prisión, además de robarle años de su vida, le dejó profundas huellas que, a buen seguro, ayudaron a deteriorar su estado de salud. El Estado ni tan siquiera se dignó a pedirle perdón. A su salida de prisión comentaba que todo le asustaba y le parecía raro. Estas son las consecuencias de las largas condenas”.
Su hermana Milagros lloraba en el tanatorio. “Ha muerto justo cuando empezaba a rehacer su vida”. Lágrimas para despedir a una persona que pareció nacer para sufrir.