Un genio, un grupo de aristocráticos cazadores y la incipiente conciencia ecológica de Europa. Fue lo que salvó Doñana hace medio siglo de la desaparición. En la España de la posguerra, Franco se disponía a convertir el tesoro natural andaluz en pasto para la industria del papel y el arroz en un país empobrecido.
En el camino del dictador se interpuso José Antonio Valverde, como cuentan los anales y uno de los mayores expertos en el tema, Jorge Molina, que describe esta como una “historia apasionante” en el libro El hombre que salvó el paraíso. En aquel paraíso vivían linces ibéricos, águilas imperiales y, en general, una fascinante y rica biodiversidad.
El biólogo Valverde fue capaz de ver el tremendo valor de este espacio protegido por todas las administraciones públicas, desde la Unión Europea hasta la Junta de Andalucía, pasando por Naciones Unidas, y defendió las marismas contra su drenaje y transformación en eucaliptales y arrozales.
Un asunto diplomático
Gracias a sus contactos en las altas esferas y su amistad con Mauricio González-Gordón, uno de los dueños de una de las fincas donde hoy se asienta el parque, el naturalista consiguió movilizar a la opinión pública europea y convertir la protección de Doñana en un asunto diplomático.
Como subraya el periodista y escritor Molina, aquel tesoro natural “estuvo en peligro cierto de desaparición porque el Estado lo fomentaba y algunos dueños privados no tenían mayor interés en él que la caza y el interés económico”.
Desde entonces, aquel coto de caza para la aristocracia europea se ha convertido, poco a poco, en un espacio protegido, que ha pasado de aquellas primeras 6.671 hectáreas que los activistas europeos compraron a las más de 120.000 hectáreas actuales. De un tesoro protegido por WWF y el CSIC a patrimonio de la humanidad.
Ni los incendios ni la sobreexplotación de su agua subterránea han logrado acabar con un paisaje rico y diverso, único en Europa, con marisma inundable, monte mediterráneo, litoral y duna. Y no son pocas las amenazas.
“Doñana es agua”
Aunque el presidente de la Junta de Andalucía ha convertido Doñana en bandera de su propia “revolución verde” durante el pasado 2019, los riesgos que se ciernen sobre el espacio protegido son constantes. Los tribunales y la acción de la sociedad han logrado frenar proyectos peligrosos para el espacio natural como el dragado del Guadalquivir, los fosfoyesos de Huelva, el almacén de gas o la famosa autovía Cádiz-Huelva.
De momento, Moreno ha prometido class=“mce”>unainversión de 17,5 millones de euros para el espacio protegido y blindar el Parque en el Estatuto de Autonomía. Aunque los ecologistas celebran las medidas, se muestran escépticos y se preguntan si se hará frente al verdadero problema de Doñana: la sobreexplotación de los acuíferos por parte de las zonas turísticas y los regadíos que rodean el espacio protegido.
Los activistas repiten como un mantra que “Doñana es agua”. Porque desde hace años, en Doñana se libra una batalla por el agua acuciada por los efectos del cambio climático, pero, sobre todo, por el robo de agua subterránea de agricultores ilegales que inundan el norte del espacio protegido. “Hay dos Doñanas: la de dentro y la de fuera de la valla, pero no se pueden gestionar de manera diferente. Se están cerrando pozos ilegales, pero queda mucho por hacer... hay una falta de ordenación en el sector agrícola de la zona”, subraya Carlos Dávila, responsable de Doñana en SEO/Birdlife.
Por otra parte, la mitad de las aves amenazadas que se refugian en Doñana está en declive. Nueve de las 22 especies en riesgo que crían en el humedal patrimonio de la humanidad han visto disminuir sus poblaciones desde 2004, según los informes de seguimiento de la Junta de Andalucía. Además, la escasez de conejo, sometido a los estragos de una pandemia, pone en riesgo a especies protegidas como el águila real, el milano real o el lince ibérico, que se encuentra, en estos momentos, huérfano de una dirección del exitoso programa que lo ha sacado de la extinción.
Cambio climático, el gran reto
La bióloga Carmen Díaz Paniagua lleva cuatro décadas trabajando en Doñana. El suyo es un punto de vista privilegiado: la Reserva Biológica de Doñana, un santuario natural donde trabaja el CSIC (Centro Superior de Investigaciones Científicas).
La esquilmación del agua subterránea ha supuesto la desecación de muchas lagunas de Doñana. Los efectos sobre la biodiversidad son directos. Según explica Paniagua, “si, por ejemplo antes se veían 42 especies de libélulas, ahora hay entre 25 y 28 especies. Los efectos se notan mucho en especies como la libélula, que dependen mucho del agua”. Una de las claves para frenar la sangría del agua (se calcula que hay más de 1.000 aguijoneando las aguas subterráneas) es que el acuífero no sólo se declare en riesgo, sino que se cierren los pozos ilegales.
En 2017, el CSIC indicaba que “en distintos informes y publicaciones se viene alertando tanto por investigadores del CSIC como de otras instituciones sobre los descensos continuados que se vienen produciendo desde hace maÌs de tres deÌcadas en las aguas subterraÌneas del aÌrea de DonÌana”.
Las amenazas frenadas por los tribunales
Los tribunales también se han aliado con la protección de la naturaleza en el caso de Doñana, como con el dragado del Guadalquivir. El Tribunal Supremo tumbó en julio definitivamente un proyecto que ponía en riesgo Doñana. WWF lo calificó como “el golpe definitivo a uno de los proyectos más dañinos que amenazan Doñana”.
Eso fue el año pasado. El 2020 ha comenzado con un terremoto judicial: la Justicia ha puesto fin –de momento– a la amenaza de que Naturgy (Gas Natural) convirtiera un antiguo filón de gas natural en un almacén subterráneo en el entorno. Y es que el Tribunal Superior de Justicia de Andalucía (TSJA) ha desestimado el recurso de la empresa contra la Junta de Andalucía,
Mientras las amenazas pasan, Doñana sigue resistiendo y siendo refugio, año tras año, de las aves que transitan entre dos continentes, del emblemático lince ibérico, que en su seno ha salido del riesgo extremo de extinguirse, y de todas las especies protegidas que han encontrado en este rincón de Huelva un refugio donde vivir en paz. “Doñana es un modelo de futuro”, concluye el prestigioso biólogo Miguel Delibes.