ENTREVISTA Biólogo y expresidente del Consejo de Participación de Doñana

Miguel Delibes: “Doñana siempre va a estar amenazada y siempre habrá que estar vigilantes para protegerla”

Antonio Morente

Sevilla —
12 de julio de 2024 20:45 h

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Director de la Estación Biológica de Doñana entre 1988 y 1996 y presidente del Consejo de Participación del parque desde 2013 hasta el pasado lunes, cuando presentó su renuncia, Miguel Delibes de Castro (Valladolid, 1947) está inmerso en las correcciones del libro que publicará tras el verano, Gracias a la vida, deudor de aquel La tierra herida que escribió con su padre, que se empeñó en que no quería hablar de animales y biodiversidad. El prestigioso biólogo da ahora un paso al lado y en esta entrevista intenta no meterse en charcos, pero no se calla lo que piensa sobre los riesgos que acechan a Doñana, los políticos, los regantes ilegales y la polémica ley de regadíos que impulsaron PP y Vox. Las cosas han mejorado, reconoce, “el problema es que todo va despacio”. “Hay que presionar más por Doñana, y ya estoy sin fuerzas para encabezar esa presión”, admite.

¿Su marcha como presidente del Consejo de Participación de Doñana ha sido una espantada?

No, no, no, lo contrario de una espantada. Es verdad que en los últimos dos años he estado tentado de irme y eso sí hubiera sido una espantada, pero supe aguantar. Entonces estaba ya muy cansado, pero tenía la sensación de que podía hacer algo y no quería dejarlo si tenía la oportunidad de colaborar a deshacer aquel entuerto. Afortunadamente con el tiempo acabó saliendo, hubo un acuerdo entre la Junta y el Gobierno y ahora es un momento de más calma. El problema es que todo va despacio. Doñana sigue igual, se sigue sacando el mismo agua, sigue habiendo los mismos problemas… Ahora hay que empujar más fuerte y yo ya me sentía poco capacitado para encabezar otra oleada de presión.

En la hora del adiós dijo que tras dos años de batalla contra la ley de regadíos de PP y Vox estaba agotado.

Sí, la verdad es que me he quedado agotado, ha sido mucho desgaste porque sentía que tenía una responsabilidad en lo que iba a ocurrir aunque el Consejo de Participación sea meramente asesor. Aún así, sentía que tenía que pelear con todas mis fuerzas. También ha sido pelear en gran medida contra la Junta de Andalucía, que es la que me nombró, eso supone mucho desgaste porque es llevarle la contraria al consejero, que te puede cesar cuando quiera. Y luego, todo tipo de presiones: los regantes que me llamaban, los ecologistas (con los que tengo muy buena relación), la propia presión de la ciencia, que de alguna manera llevo en el DNI... Todo esto ha sido una lucha muy grande que me ha dado problemas incluso de salud, ha sido muy desgastante.

Visto lo visto, ¿los políticos son el principal riesgo para Doñana?

Yo soy bastante defensor de los políticos en general. En abstracto, me parece muy difícil gestionar y tomar decisiones contra opiniones diversas en un mundo que ahora es muy complicado. Si ya me apareció difícil dirigir la Estación Biológica de Doñana, que cuando yo estaba eran ciento y pico de personas, porque unos querían blanco, otros negro y otros rosa... Al mismo tiempo, los políticos tienen un problema, que es vivir en un mundo donde cada vez es todo más teatral, y aquí lamento decir que los medios jalean más la bronca que la tranquilidad. Los políticos se ven pillados ahí y les cuesta mucho rectificar. Así, en un momento en el que tenemos políticos que aparentemente sólo hacen espectáculo, rectificar es como ceder y eso les cuesta mucho. En todo caso, si Doñana está protegida ha sido por los políticos, y si Doñana corre riesgo es también por los políticos.

En Doñana tenemos un problema grande que no íbamos a resolver con una ley de regadíos imposible. Eso es como pensar que tienes una varita mágica y que todo se va a arreglar con cuatro folios

¿Qué conclusión saca de todo esto?

Pues que todos debemos ser muy conscientes del papel que juega cada uno. Un acuerdo como el que el Ministerio para la Transición Ecológica ofreció a la Junta de Andalucía fue un flotador también para la propia Junta, para los políticos y para Doñana en un momento en el que nos estábamos despeñando en una espiral de despropósitos crecientes. Hay que reconocer el mérito político del Ministerio y también el de la Junta de aceptar ese ofrecimiento, porque tuvo que tragarse cosas que había dicho que iba a hacer y que no pudo mantener. A los políticos les pedí en el Parlamento coraje para romper las tendencias: ese coraje no es muy frecuente, pero cuando lo hay es también de los políticos.

Entonces, si dejamos a los políticos a un lado, ¿cuál es el principal problema de Doñana?

El problema más grande para Doñana son los cambios globales: la tendencia global al calentamiento, al creciente número de especies invasoras, al déficit de agua que está asociado al cambio global, a un uso cada vez mayor de agua en todo el mundo, la desertificación... Todo eso va contra un humedal como es Doñana. Y luego tenemos también el curso de la propia Historia, porque Doñana era un golfo que se ha ido rellenando de sedimentos y se ha vuelto una marisma. Pero el destino de esa marisma es colmatarse y convertirse en lo que es Sevilla ahora, que también era un golfo en tiempos y se convirtió en una vega de sedimentos arcillosos muy productiva. Esas son las amenazas más grandes para Doñana, pero sobre eso se impone y se superpone la gestión que se haga sobre el terreno.

¿Y eso en qué se traduce?

Pues en que si hay poco agua, si hace más calor con lo cual hay más evaporación y si encima sacamos más agua, nos encontramos con un problema que no está en nuestras manos resolver a corto plazo. O nos adaptamos, o agravamos el problema. ¿Y cuál es la manera de adaptarse? La única manera es ahorrar agua y gastar menos, no dar una patada hacia adelante de decir vamos a regar más y ya veremos cómo. Eso sí que era una espantada. En Doñana tenemos un problema grande que no íbamos a resolver con una ley de regadíos imposible. Eso es como pensar que tienes una varita mágica y que todo se va a arreglar con cuatro folios. Pues no, eso era una tontería.

En estos dos años de lucha contra esta ley de regadíos, ¿qué ha habido más: tonterías, cegueras o imprudencias?

En estos años lo que hubo fue un error de cálculo, aunque sé que al decir esto me meto a evaluar algo que probablemente no está en mi mano porque es pura especulación por parte de alguien que no es político. Pero creo que, como respuesta a presiones locales de regantes y políticos de la comarca de Doñana, hubo un fallo de cálculo pensando que se podía hacer una proposición de ley que apretara un poco las clavijas al Gobierno central y que no iba a tener demasiada trascendencia. El fallo de cálculo fue no pensar que se iba a armar un follón horroroso, que los temas de Doñana son muy delicados. A partir de ahí, pues eso que decía antes de la dificultad de los políticos de rectificar porque les parece debilidad, una vez que se entra en esa espiral es difícil salir. Yo pensaba, por ejemplo, que después de que la primera proposición de ley decayó no habría una segunda, porque se habían dado cuenta de que había sido una equivocación. Me sorprendió mucho que saliera la segunda, esa porfía en el error. 

¿Temió que la situación acabase mal de verdad para Doñana?

Siempre dije que no podía acabar mal, porque aquella proposición de ley no podía llevarse a la práctica. Era una ley imposible de cumplir porque Europa no lo permitiría y el Tribunal Constitucional tampoco, se saltaba un montón de normas. 

¿Esa ley venía a ser para Doñana como el dicho castizo de que éramos pocos y parió la abuela?

Es verdad que tengo la sensación un poco desasosegante de que nos hemos esforzado mucho, nos hemos cansado mucho y todos lo hemos pasado muy mal para al final volver al punto de partida. La verdad es que podíamos habernos ahorrado todo esto. Ya lo dije cuando hablé hace un año largo en el Parlamento: ¡paren ya este despropósito! Todo esto al final es como volver atrás, aunque es cierto que volvemos en mejores circunstancias porque se ha constatado cuál es la realidad: que hay extracciones de agua excesivas y que no se ha cumplido el Plan de la Corona Forestal, que sigue en vigor y que para cumplirlo hay costes sociales. Ahora se va a poner dinero para intentar ayudar a que se haga mejor, por lo menos existe la expectativa de un horizonte de desarrollo diferente del regadío intensivo en la comarca. ¿Ha merecido la pena el sofocón? Pues hombre, hemos visto al desnudo lo que está pasando ahí, y eso es un mérito de una proposición de ley errónea. Pero todo el ruido podía haberse evitado si eso lo hubiéramos hecho los primeros seis meses en vez de esperar dos años.

¿Si soy partidario de que se puedan acoger a las ayudas públicas agricultores que han regado de manera ilegal? No quiero entrar en eso, es parte de lo que es muy difícil y es por lo que, entre otras cosas, dejo el Consejo de Participación

¿Al final lo que rodea a Doñana es un problema de dinero?

No lo sé. Cuando me avanzaron algo del acuerdo entre el Gobierno y la Junta sugerí que no hablaran de dinero. Creo que anunciar primero el dinero ha transmitido el matiz de que se compraba a la Junta, gente que no quería el acuerdo para seguir regando ha cuestionado por esto los valores del Gobierno andaluz. Otros han dicho que son los regantes los que se han dejado comprar a cambio de tal y cual. Eso no me parece pedagógico. 

¿Es partidario de que se puedan acoger a las ayudas públicas agricultores que han regado de manera ilegal?

No quiero entrar en eso, es parte de lo que es muy difícil y es por lo que, entre otras cosas, dejo el Consejo de Participación. Creo que esa polémica llegará porque es una de las grandes dificultades, como también que los agricultores que han sido siempre de secano no reciban nada por mantenerse en secano. En cambio, el que regaba y ahora cambia a secano, sí.

¿Tiene la sensación de que al final el que más va a ganar con todo esto es el regante ilegal?

Insisto en que es un problema en el que no quiero entrar, pero creo que es algo que siempre se plantea cuando hay algo parecido a un perdón o a un empezar de nuevo. Siempre puedes decir que es injusto porque tal y cual, y todos tienen razón. Hay que ser hábil y por eso digo que es tan complicado ser político, porque tienes que cumplir los objetivos que tienes y no pasarte de injusticia. Digamos que en Doñana no han ganado los regantes ilegales, pero es un problema que hay sobre la mesa y que hay que resolver.

¿A este punto se ha llegado también porque ha habido sensación de impunidad en Doñana, que se han cometido ilegalidades y parece que no pasa nada?

Supongo, pero es verdad que los trámites administrativos son muy lentos. Pasan muchos años desde que se aprueba el Plan de Ordenación de la Corona Forestal hasta que se intentan apretar las tuercas y aplicarlo, y en todo ese tiempo ha dado la impresión de que se podía ir haciendo cualquier cosa porque es una fuente de riqueza y de empleo. Eso ha tenido connivencias públicas de todos los partidos políticos en el Gobierno andaluz y en los ayuntamientos, probablemente ante los ojos tapados de los propios gestores o de los que estábamos cerca de Doñana. No sé si ha habido sensación de impunidad, lo que sí que ha habido es tolerancia y se ha dejado pasar el tiempo. 

¿Y quién ha tenido la culpa de esto?

Cuando se hizo el Plan de la Corona con el voto a favor del PP, del PSOE y de los ayuntamientos, sólo con la oposición de los ecologistas, tienes la sensación de que has llegado a la meta. Recuerdo que entonces pedí que una vez al año se rindieran cuentas al Consejo de Participación de cómo se estaba desarrollando el plan, porque no nos fiábamos del todo de que se cumpliera. Y cuando sí que se intenta hacer cumplir y se va a por los pozos ilegales, hay denuncias y así pasan siete u ocho años con recursos en los juzgados. Mientras tanto, se sigue regando. Sólo cuando se quedan sin a quién recurrir y les siguen apretando es cuando se genera malestar en la comarca y cuando aparece repentinamente la proposición de ley. 

¿Teme que ahora ocurra lo mismo con los planes anunciados tras el pacto entre el Gobierno y la Junta?

Espero que no, pero es verdad que ahora tienes una situación de tranquilidad porque había que llegar a un acuerdo y ya lo tenemos, existe el riesgo de que te relajes. Eso es lo que no debemos permitir ahora los defensores de Doñana, hay que presionar y apretar. Es cierto que en la reunión del Consejo de Participación se dijeron muchas cosas que ya se están haciendo, el Ministerio quiere sacar ya convocatorias para las ayudas, así que las cosas se están moviendo. Pero hay que presionar más por Doñana, y ya estoy sin fuerzas para encabezar esa presión.

¿La solución en Doñana pasa por una reconversión económica como la del carbón o la naval?

Eso ya lo he defendido, y creo que es lo que se pretende con las medidas que se están poniendo en marcha. Hay que orientar la economía de la comarca por otros sitios para no depender tanto de dos actividades como son el turismo intensivo y la agricultura de regadío que requieren mucha agua, encima en una época en la que cada vez hay menos agua. Yo alguna vez he preguntado que por qué no ponen ahí cerca una fábrica de coches o cosas así, para que la gente no se vea obligada a ser camarero o cultivar fresas y pueda optar por ser mecánico, montador o fresador. O potenciar la agricultura de secano incluso con subvenciones, como comprar los excedentes de cosecha durante diez años para garantizar que no haya pérdidas. Podrían ser viñedos, aceitunas, pistacho, almendros... Pero entonces te dicen que eso da poco dinero, y es verdad, da mucho menos dinero que la fresa, pero probablemente sea más duradero y más sostenible a largo plazo.

Desde que llegué aquí hace más de 50 años el entorno de Doñana ha mejorado socioeconómicamente, pero el parque ha empeorado ecológicamente

¿La maldición de Doñana es su propia riqueza?

No creo, su maldición es que es una cosa excepcional en un entorno agresivo hacia un sitio como la propia Doñana. Pero eso pasa en general en todos los espacios protegidos, sobre todo si son una zona húmeda en una época seca. La Unión Europea nos pide conservar hábitats que son protegidos, que son todos temporales y húmedos donde hay especies vegetales y eso es muy difícil de hacer si toda Doñana está seca. Se están criando plantas de zonas húmedas en cautividad para intentar conservarlas, porque en Doñana no hay hábitat para ellas. Y no es que se haya gestionado mal, es que no llueve. Pero Doñana nunca va a ser una maldición, para España, para Europa y para el mundo es una bendición.

¿Se está estirando demasiado el chicle en Doñana con la sensación de que nunca se va a romper del todo?

Eso lo tendemos a hacer en todo, en las relaciones personales y en las laborales, estiras midiendo hasta dónde puedes hacerlo. Por ejemplo, no creo que en la comarca haya odio a Doñana, al revés, están orgullosos de Doñana y la quieren defender. Lo que pasa es que no miden bien cuánto se puede estirar. Hay conciencia de que Doñana está en riesgo y que hay una dificultad política para conservarla, lo que pasa es que no es fácil. 

¿Falta concienciación?

El problema no es que no seamos conscientes de que hay que conservar Doñana, sino de cómo hacerlo en un mundo cada vez más global en el que te afectan cosas que ocurren muy lejos y en un entorno y en una sociedad que crece. Espero que no se interprete mal: desde que llegué aquí hace más de 50 años el entorno de Doñana ha mejorado socioeconómicamente, pero el parque ha empeorado ecológicamente. Estoy muy feliz de que el entorno de Doñana mejore social y económicamente, no se parece nada al mundo que conocí a principios de los 70, pero es muy difícil congeniar eso con que a Doñana le vaya bien.

Alguna vez responsables políticos me han pedido que les diga qué es lo que hay que hacer en Doñana para acabar con los problemas de una vez por todas, que ellos lo iban a arreglar. Y me da la risa

¿Doñana siempre va a estar recibiendo agresiones y siempre va a necesitar que la defiendan?

Rotundamente, sí. Doñana es como un albino en un mundo de sol y cada vez con más sol, siempre va a necesitar medidas especiales. Alguna vez responsables políticos me han pedido que les diga qué es lo que hay que hacer en Doñana para acabar con los problemas de una vez por todas, que ellos lo iban a arreglar. Y me da la risa. Cuando me preguntaban que por qué me reía, les decía que es una aspiración ingenua, que no se puede hacer. En la época de la Expo, los de Siemens debieron sacar buenos contratos y entonces dijeron que querían hacer algo a cambio. Fuimos a Alemania, con responsables de la Junta y todo, y cuando les contamos los problemas de Doñana un alto directivo, muy normal, nos preguntó que cuánto costaría comprar todo eso, que lo compraban ellos y se dedicaban a conservarlo. Y claro, me dio la risa. 

¿Qué se puede hacer entonces?

Doñana siempre va a estar amenazada y siempre habrá que estar vigilantes para protegerla. Se ha conservado como está en gran medida por el aislamiento natural (la marisma inundada, la arena muy pobre, el paludismo…), y cuando eso se hace conquistable, pues necesita barreras artificiales, que son las medidas de conservación.

Llegó a Doñana en 1972, ¿qué es lo que tiene territorio que le enganchó?

Es un sitio maravilloso, pero a mí me enganchó todo. Yo vivía en el Palacio de Doñana, sin electricidad, sin comunicaciones, sin teléfono, sin correos... Así cinco años, con una gente maravillosa de Sanlúcar de Barrameda y Almonte que convivía allí con nosotros y formábamos una comunidad donde nos necesitábamos unos a otros. Nos teníamos mucho aprecio, mucho cariño, y ya quedas enganchado a las personas para siempre. Cuando en el Parlamento me dijeron que yo sólo hablaba de Doñana y de los pájaros, y que me daban igual las personas, me enfadé y contesté agresivo. Al parlamentario le dije que seguramente había asistido a más bautizos, comuniones, bodas y entierros en la comarca de los que iría él en toda su vida y que no le toleraba que pusiera en duda mi compromiso con la gente local. 

¿La gente es lo que más le enganchó entonces?

Bueno, luego también te enganchan los problemas de conservación. Yo admito que no he sido un científico que haya puesto por delante un mayor éxito de investigación que podía haber alcanzado yéndome a otro lado, sino que siempre he tenido la inquietud de que los linces no desaparecieran y que Doñana no se estropeara definitivamente mientras yo estaba vivo. Entonces eso te ata y no lo puedes dejar. Al empezar te sientes comprometido con el devenir de esa comarca y de esa naturaleza, comprometido también con la gente, con los que investigan allí... Doñana me ha dado mucha felicidad, eso pesa infinitamente más que los sofocones, lo que pasa es que con la edad los sofocones te van cansando más.

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