La paradoja del conejo en Doñana: una especie clave cuya recuperación es hoy más difícil de garantizar que la del lince
La sucesión de enfermedades ha machacado a una especie que está en mínimos históricos, lo que a su vez es causa principal de la reducción de rapaces tan simbólicas como el águila imperial y el milano real en Doñana
“La gestión del conejo dentro de Doñana es más difícil que la del lince”. La afirmación lleva la firma el director de la Estación Biológica de Doñana (EBD), Eloy Revilla, que no esconde su “pesimismo” con la recuperación de unos animales que son clave para la alimentación no sólo del lince sino también de varias de las especies más emblemáticas del parque nacional, como el águila imperial y el milano real. La falta de conejos les ha puesto las cosas más difíciles, y en el caso de las rapaces es uno de los factores que explican el mal momento que atraviesan en este paraje natural, ya que encima la situación se complica al fallar su plan B: completar la dieta a base de aves, cuya presencia se ha hundido por la falta de agua provocada por la sequía.
“Nadie tiene la varita mágica para recuperar al conejo, y la verdad es que desde 2013 no levanta cabeza en Doñana”, apostilla Francisco Carro, del Departamento de Etología y Conservación de la Biodiversidad de la Estación, organismo dependiente del Consejo Superior de Investigaciones Científicas (CSIC). El problema es que hablamos de “una especie clave” porque que es “ingeniera de los ecosistemas” por todo lo que aporta. Construyen madrigueras que también sirven de refugio a otros vertebrados, sus excrementos fertilizan el entorno y, sobre todo, son la presa de más de 40 especies de depredadores, incluidos los más simbólicos de estos parajes.
¿Y qué es lo que pasa con el conejo que es tan difícil de encauzar? Pues que las enfermedades no le han dado treguas desde hace años, tornándose la cuestión en dramática hace ya una década. “Hasta 1950 era una especie abundantísima no sólo en Doñana, sino en toda la Península Ibérica”, pero entonces llegó la mixomatosis y redujo un 90% su población. “Aquello fue un crack”, resume Carro de manera bastante gráfica, pero la población se fue recuperando hasta que en los ochenta irrumpió la enfermedad hemorrágica vírica y de nuevo todo se vino abajo. Sin levantar cabeza, en 2013 entró en el parque una nueva variante de este virus que ya ha sido la puntilla, “desde entonces la población no se ha recuperado”.
Y encima, la sequía
La paradoja es que no son infrecuentes las alertas de agricultores denunciando una superpoblación de conejos en sus cultivos, pero en Doñana (y en otras zonas de España) no terminan de arraigar. No es que no haya, es que hay pocos, con una baja densidad poblacional en la última década pese a que en 2021 hubo un ligero repunte con respecto al año anterior. A esto se une una sequía que le quita pasto, con lo que las cosas no le van muy bien, “y si le va mal al conejo le va mal a muchos depredadores”, como demuestra que al águila imperial en Doñana hay que soltarle conejos en cercados para que se alimente.
“Es una especie compleja”, continúa Carro, que incide en que todo lo que se ha intentado hasta ahora no ha funcionado, incluida la suelta de ejemplares provenientes de entornos cercanos, lo que ha llevado a la conclusión de que la repoblación no es una estrategia de manejo efectiva. Los estudios desarrollados también han permitido comprobar que, al haber menor densidad en Doñana, los conejos sufren una mayor presión de los depredadores, lo que les ha llevado a adquirir hábitos más nocturnos, algo que comparten con sus parientes las liebres, que por su parte tienden a ocupar espacios que antes eran exclusivos de los conejos como los matorrales.
Los depredadores, por cierto, no sólo han intentado compensar la falta de lepóridos con las aves acuáticas –cada vez menos presentes por la sequía–, sino que todo apunta a que han incluido otras especies en el menú. No deja de ser una hipótesis, señala Francisco Carro, pero se ha comprobado una tendencia menguante en las poblaciones de lagarto ocelado y lirón careto, que serían los daños colaterales de la escasez de conejos. Algo de hecho que no sería nuevo, porque ya ocurrió algo similar allá por los años cincuenta del pasado siglo.
El águila imperial y el milano real
Con esta situación de falta de alimentos, los que peor lo están pasando son el águila imperial y el milano real. Tal y como se apunta desde la organización SEO/BirdLife, Doñana concentra el 90% de la población de milanos reales de Andalucía, mientras que la colonia de águilas imperiales no es muy importante numéricamente hablando pero sí muy singular porque vive aislada y es la única conocida en un ámbito de marismas. Pese a los programas de impulso, algunos de los últimos registros de reproducción y supervivencia son los peores que se dan desde 2005.
“Su situación no es buena”, ratifica Carro sobre el águila imperial, lo que contrasta con que está mejorando en el resto de la Península Ibérica. Y es que “la falta de conejos se nota en todo, es la base de la pirámide”, hasta el punto de que la dispersión de linces que se está detectando rumbo a Huelva y a la zona sur de Sevilla se atribuye a esta falta de alimento. “Los ejemplares jóvenes buscan nuevos territorios y si no hay conejos se mueven, lo que aumenta las posibilidades de atropello”, lamenta.
Queda dicho que la sequía añade otro factor que juega en contra del conejo como es la escasez de pasto, en un ámbito además de mucha competencia porque en Doñana es abundante la presencia de herbívoros como ciervos, vacas y caballos. “La verdad es que el conejo lo tiene complicado”, de ahí que Carro reclame, ante las muchas fórmulas que se han probado para intentar la repoblación, que “todas las medidas que se desarrollen lleven un plan de seguimiento para evaluar los resultados y no cometer los mismos errores”. En este sentido, recuerda que la Estación Biológica analiza lo que ocurre en Doñana y puede proponer opciones, “pero las medidas de gestión las toman los gestores”.
En definitiva, que hasta ahora no se ha conseguido dar con la tecla, “la piedra filosofal de la recuperación del conejo no la tiene nadie”. El virus que los ha diezmado (“es más como el ébola que como el coronavirus, para entendernos”) se está adaptando al entorno y, tarde o temprano, las poblaciones locales se irán adaptando. “No sabemos si hablamos a corto, medio o largo plazo”, se aclara, pero si vuelven a darse unas condiciones más favorables “es una especie que se recupera relativamente fácil porque tiene varias camadas al año y muchas crías”.
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