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Toller, el pacifista alemán que quiso erradicar el hambre en la Guerra Civil y al que hoy nadie recuerda en España

Alejandro Luque / Alejandro Luque

Sevilla —

El 22 de mayo de 1939, apenas dos días después de la entrada triunfal del general Franco en Madrid, Ernst Toller se suicidaba ahorcándose con su propio cinturón en la habitación de su hotel neoyorkino. Allí moría también su sueño de erradicar el hambre en una España arrasada por tres años de Guerra Civil, empeño en el que había invertido todas sus energías y hasta el último céntimo de su bolsillo. Hoy, su nombre es perfectamente desconocido para los descendientes de aquella población desgraciada: ni un rótulo, ni un busto en bronce, ni una mención en los libros de Historia. Un olvido lamentable que la profesora Ana Pérez ha querido paliar en el libro Ernst Toller. Entre la II República y la Guerra Civil Española, publicado por Comares.

Pérez, estudiosa del exilio antifascista alemán, tropezó con Toller mientras preparaba un ensayo. La referencia a un Archivo de España del autor la llevó a Yale (Estados Unidos)Archivo de España , donde estaba depositado dicho material. “Desde el departamento de Filología Alemana de la Universidad Complutense pedí una copia microfilmada de todo lo que tuviera que ver con España. Ahí supe que había estado en nuestro país entre 1931 y 1932, pero solo se conocían algunos de sus artículos”.

Tirando del hilo, Pérez empezó a familiarizarse con esta figura única. De origen judío, Toller nació en 1893 en la ciudad de Samotschin, provincia polaca del Imperio Alemán. Aceptado como voluntario en la I Guerra Mundial a pesar de sus problemas cardíacos, todo el horror que ve lo convierte en pacifista. Personalidad destacada en la República de Consejos de Baviera en 1919, es condenado a cinco años de prisión. Su tiempo de cautiverio lo dedica a escribir obras de teatro, que le dan una enorme popularidad.

La voz de una generación

Para los estudiosos, la vida de Toller acababa justo en ese punto, la salida dela cárcel, que es donde concluye su autobiografía, Una juventud en Alemania. Sin embargo, entre ese momento y su trágica muerte pasaron 15 años de actividad incesante. Para conocerlos, Ana Pérez hubo de bucear en el archivo del Ministerio de Asuntos Exteriores, en el general de Alcalá de Henares, en el de la Foreign Police, el Archivo Federal Alemán… Y contó con la amabilidad de la Sociedad Toller, la institución alemana que mantiene viva su memoria.

Lo que descubrió fue todavía más asombroso que su vida anterior: “Cuando sale de la cárcel, se dedica a viajar por todo el mundo”, explica la profesora. “Su fama internacional había llegado hasta España, y aunque no había pisado nunca el país, se sabe quién es, como político y como escritor. Era un poeta que estaba dando voz a toda una generación”.

Cuando en España se alza la bandera de la república en el año 31, Toller no es insensible al acontecimiento. “Él no estaba satisfecho con la república de Weimar. Criticó la parcialidad de la justicia, que había permitido que Hitler fuera encarcelado tras el putsch de Munich en una cárcel normalita, y a los nueve meses fuera puesto en libertad bajo palabra, mientras los revolucionarios habían sido encarcelados en condiciones penosas. En España, en cambio, ve una verdadera revolución”, añade Pérez.

Acción humanitaria

Viaja a España en octubre de 1931, y permanece hasta marzo del año siguiente. “Simpatiza de inmediato con el carácter español, estima mucho el sentimiento de dignidad de la clase obrera, y estudia con atención los sindicatos anarquistas”, prosigue la profesora, quien destaca ciertas cualidades visionarias del personaje. “En 1930 ya sabe que Hitler iba a ser canciller del Reich, y en 1931 augura que para España vendrán tiempos de fascismo”.

En sus artículos, narrará una conversación con Alcalá-Zamora y su encuentro con Victoria Kent, sus visitas al Ateneo de Madrid, describirá una corrida de toros y una estampa  pintoresca de Sevilla. Pero también se hace patente la que será su gran preocupación: la justicia social. “El sufrimiento de los pobres le conmovía profundamente”, subraya Pérez. “Era un activista nato. Las ideas para él no eran solo ideas, tenían que ser acción. Desde muy joven, pensamiento, sentimiento y acción van en él íntimamente unidos”. Este rasgo de su carácter se pondrá especialmente de manifiesto cuando llegue la Guerra Civil, cuyo estallido le sorprende en Estados Unidos.

“Se solidariza desde allí con la República, hasta que no puede más y se viene a España. Como pacifista, pone el acento en la necesidad de ayudar a la población civil”. Sus contactos con el gobierno legítimo le permiten conocer la magnitud de la tragedia: escasez de carne, leche y huevos, malnutrición, enfermedades. Las pesadillas de la I Guerra Mundial vuelven a materializarse ante sus ojos. “Entonces decide iniciar una acción en la que participaran todos los gobiernos democráticos, Estados Unidos a la cabeza”, continúa la profesora. “Sabe que el pacto de no intervención impide la ayuda internacional solo para la España republicana, de modo que propugna una acción humanitaria para todo el país”.

Campaña de difamación

Pero Toller conoce el funcionamiento del poder lo bastante bien como para saber que nada se conseguirá si la población civil y la prensa no hacen una gran presión sobre los gobernantes. “Una época que traiciona la idea de humanidad”, escribe Toller, “nos obliga a denunciar la traición y a combatir allí donde la libertad está amenazada”. Emprende así una labor de agitación tenaz, visita a personalidades, busca adhesiones, se reúne con redacciones de periódicos, comités parlamentarios… “Era un gran orador que arrastraba a las masas. Era todo lo contrario de un intelectual ensimismado”, apunta Ana Pérez.

Las potencias europeas parecían convencidas con la idea, pero todas aducen que un plan así debe encabezarlo EEUU. Toller decide plantarse allí en persona. “Pero cuando llega, nadie sabe nada. Tiene que empezar de cero. Mientras tanto, los nazis reaccionan en contra, los agentes de Franco empiezan a presionar, sobre todo al gobierno inglés, diciendo que Toller es un revolucionario peligroso que pide dinero para quedárselo. Una campaña de difamación en toda regla”, añade la profesora.

Nada le impide, en cambio continuar su propósito: “Explica que todos los países destruyen alimentos para mantener artificialmente los precios. Él pretende que se adquieran a precio de coste y se envíen a España. Consigue convencer a los americanos, se aprueba el primer envío, pero cuando el comité se crea ya estamos en diciembre, y el primer envío no será hasta enero. Han pasado cinco meses, lo ha financiado todo por su cuenta, de manera altruista y generosa”. Poco después, caerá Madrid.

“No podía más”

La relación entre la victoria de los sublevados y el suicidio de Toller admite matices para la estudiosa: “Sufría depresiones, estaba enfermo, su mujer le había abandonado, solo tenía deudas y no sabía nada de sus hermanos que se habían quedado en Alemania, y que acabarían muriendo en un campo de concentración. Además, se hablaba de un posible pacto entre Hitler y Stalin y la inminencia de la II Guerra Mundial. Lo de Franco tal vez fue la puntilla, pero un amigo lo convenció de que volvieran a Europa, y en el bolsillo de su abrigo llevaba el pasaje que lo habría traído de vuelta. No podía más”.

En todo caso, Ana Pérez señala la injusticia del desconocimiento que rodea a su figura. Desde que sus estudios sobre Toller han visto la luz, la comunidad académica se ha hecho escaso eco de los resultados, con excepciones como la del profesor de Historia Contemporánea de la universidad de Sevilla, Alberto Carrillo Linares, Miguel Ángel del Arco, director de la colección de Historia de Comares, o el Centro de Estudios Andaluces, que patrocina la edición. “Tengo la sensación de que, sobre este periodo, siempre estamos dando vueltas a lo mismo”, concluye la profesora. “Pero todavía queda mucho por descubrir”.