“Sólo volví al pueblo para ver la tumba de mi madre”: un estudio saca de las sombras la violencia machista en el mundo rural

Álvaro López

Jaén —
26 de mayo de 2024 20:52 h

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“La noche en la que casi me mata, supe que mi vida había empezado de nuevo”. Así habla María Belén Villalobos sobre el infierno en el que estuvo viviendo cuando su expareja y padre de sus hijos la maltrató hasta casi quitarle la vida. A sus 56 años, ha logrado restañar un dolor con el que convive para convertirlo en un motivo para ayudar a otras mujeres en su misma situación.

Natural de Álora (Málaga; 13.000 habitantes), su caso sirve para ponerle voz y rostro a una investigación de la Universidad de Jaén que sitúa en el foco la invisibilización de la violencia machista en entornos rurales, especialmente si se trata de mujeres mayores. Un relato que encaja justo cuando el Parlamento de Andalucía ha iniciado la tramitación del estatuto de la mujer rural, un documento que pretende allanar el camino para su integración en el sector primario, tradicionalmente muy masculinizando. El proyecto acaba de superar el debate a la totalidad.

Adrián Ricoy es el investigador que ha desarrollado un trabajo publicado en The Conversation en el que determina que falta mucho camino por recorrer contra el silencio que se impone cuando la violencia se ejerce en lugares remotos. Pese a que la Resolución WHA49.25 en la 49 Asamblea Mundial de la Salud en 1996 significó un paso decisivo en esta lucha por ponerla en el foco y evitar la sombra que se cierne sobre estas mujeres, aún hay trabajo pendiente. “Nuestra investigación ha tratado de analizar estudios previos para comprobar cómo se ha abordado la violencia machista en estos entornos”, dice.

Los datos que se han recogido son clarificadores: falta información sobre qué ocurre en estos lugares. Se desconoce la “idiosincrasia” de los entornos rurales y la violencia que sufren las mujeres, sobre todo aquellas que ya han superado su etapa reproductiva. “Se trata de tomar una perspectiva crítica sobre las carencias que se han dado en las investigaciones previas”. Porque alrededor del 30% de las mujeres rurales, sobre todo las mayores, se ven expuestas a violencia machista sin que sea un asunto del que se hable abiertamente.

De ello sabe muy bien nuestra protagonista: María Belén Villalobos. Hace 12 años que no pisa su pueblo natal. “Álora es precioso. Era mi casa. El lugar en el que crecí y en el que creció mi familia, pero no quiero volver por si me lo cruzo por la calle”. Se refiere a su expareja, al hombre que estuvo a punto de matarla el 6 de octubre de 2009, cuando ella tenía 41 años. “Al día siguiente me iba a mudar a Madrid para empezar en un nuevo trabajo, pero él me agredió de forma brutal”.

María recuerda que permaneció inerte hasta que escuchó que él se marchaba de casa y fue en ese momento cuando fue a la vivienda de su familia para contarle a sus hermanos lo que había pasado.

Maltrato a todos los niveles

Tras el parte de lesiones y la noche en comisaría, su expareja fue detenido y empezó así una forma de violencia que aún hoy perdura: sus vecinos le dieron la espalda. “Decían que cómo podía hacerle eso a un hombre tan bueno. Si veían a alguno de mis hijos le decían que su madre era una puta”. Su vida en Álora ya no podía ser, pero llevaba tiempo sin serlo. “Yo quería irme en el momento en el que él empezó a maltratarme de muchas formas”. María recuerda, por ejemplo, cómo él le obligaba a quedarse en casa para cuidar a los niños o cómo consiguió un trabajo en el que cobraba más que su pareja y éste decidió no aportar económicamente y gastarse su dinero. “Yo estaba mal porque él no podía soportar que yo ganase más”.

“En los entornos rurales, las víctimas tienen miedo a recurrir a los servicios sociales porque en muchas ocasiones están regentados por personas del propio pueblo”, explica el investigador Adrián Ricoy. Uno de los motivos que explica por qué estas mujeres se sienten silenciadas. María sí se armó de valor para denunciar y después pedir ayuda, pero ella misma sabe que no es lo normal: “Cuando sufres violencia, sabes que la estás sufriendo, pero no sabes exactamente por qué ni qué debes hacer”.

Su vida en el pueblo era muy dura. “Te sientes señalada y tu familia también”. Llegaron incluso a pincharle las ruedas y la asociación de vecinos donde vivía su expareja trató de pedir al Ayuntamiento de Álora que intercediese para que su agresor no entrase en prisión. “Un día, una vecina vino a darme un abrazo cuando su marido había testificado como testigo en mi contra y le pedí que no me abrazase”. Con lo que estaba viviendo, era imposible no sentirse aislada.

Por ello, el proceso para revertir esta violencia debe acelerarse. Adrián Ricoy afirma que es “necesaria la transferencia de conocimientos entre la investigación docente y la administración”. Carece de sentido, según señala, que ambas partes sean compartimentos estanco que no tomen en consideración las necesidades de las mujeres víctimas de violencia en entornos rurales, especialmente si son personas mayores.

“El patriarcado está muy instalado en los pueblos y es el principal motivo por el que somos víctimas”, dice María Belén Villalobos. Un problema que se acentúa si para ir a las grandes ciudades a solicitar ayuda la comunicación por carretera es difícil. “Las mujeres que viven en Málaga están a unos pocos minutos de su centro de la mujer más cercano, pero desde Álora se tardan 45 minutos”. De ahí que sea necesaria una revisión de los protocolos porque es fácil que las mujeres rurales se sientan aisladas.

Por fortuna, María sí ha podido contar su experiencia y ha logrado sanar sus heridas, pese a que su expareja salió de prisión en el otoño de 2023. “He vuelto a Álora sólo para visitar la tumba de mi madre”. Sus hermanos siguen viviendo allí y nadie sabe concretamente dónde vive ella para evitar que su expareja o alguien relacionado tome represalias y la busque. La violencia que sufrió le ha llevado a estar hoy en día pendiente de los pestillos de su coche, los quicios de una puerta u observar a menudo las cámaras de vigilancia que tiene instaladas.

Acompañar a las víctimas

Ella logró salir, aunque perdió el trabajo que iba a hacer en Madrid. No obstante, se enroló en el programa de la Junta de Andalucía llamado Cualifica que forma, orienta y acompaña a las mujeres víctimas de violencia machista. “Ahí conocí muchos casos y desde el primer momento supe que tenía que hacer algo para ayudarles”. En estos años, ha fundado la asociación “Damos la cara” con la que busca, precisamente, eliminar los tabúes que rodean a la violencia contra la mujer y sobre todo en entornos remotos.

“Hacemos acompañamientos para que no se sientan solas”. En uno de ellos, en el primero, ella conoció a una mujer que le ayudó a responder sus propias preguntas sobre el maltrato que había sufrido. “Entendía por lo que estaba pasando y me pude ver reflejada en su situación”. Una forma de hacer comunidad que contrasta de manera notable con la que se da precisamente en los pueblos.

Según la investigación que da pie a este artículo, esas comunidades densas pueden ser un freno en entornos rurales porque ellas se sientan cohibidas a la hora de denunciar, al sentir que pueden señalar a sus familias y amigos. “A mi hijo pequeño fueron a perseguirle al colegio para decirles todo lo malo que yo había hecho”, cuenta María, relatando cómo la violencia vicaria -la que se ejerce sobre los hijos- también existe en esta realidad. Tal es el grado de soledad, que el día del juicio, en la Audiencia de Málaga, ella estaba sola, “pero allí estaban todos los vecinos apoyándole a él”.

“Son realidades complejas que requieren de un trabajo exhaustivo por parte de todos”, apunta Adrián Ricoy. En su caso concreto, se ha “revisado la literatura a nivel internacional que incluye tanto un análisis cuantitativo como cualitativo para determinar la prevalencia de la violencia hacia las mujeres mayores en contextos rurales”. La conclusión que se extrae es que es necesario escuchar mucho más a las víctimas rurales de la violencia machista para saber qué necesitan.

“Hay que fomentar la enseñanza en las escuelas. Hacer campañas de concienciación. Que la administración llegue a los entornos rurales y, sobre todo, que quienes atienden en servicios sociales sepan hacerlo con perspectiva de género porque, si no, no podrán entender a las víctimas”, explica María Belén. Su caso es un ejemplo de segundas oportunidades aprovechadas, pero no todas tienen la misma suerte. “Falta mucho trabajo por hacer”.

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