Carmelo Romero Salvador (Pozalmuro, Soria, 1950), acaba de publicar “Caciques y caciquismo en España” (Catarata, 2021). Doctor en Historia, profesor titular, jubilado, de Historia Contemporánea en la Universidad de Zaragoza, y maestro de historiadores, en el libro analiza la historia del caciquismo español desde 1834 a 2020. Con rigor y amenidad, Romero traza un recorrido dividido en seis capítulos que comprenden desde las leyes electorales españolas hasta el caleidoscopio caciquil. Aporta, además, un apartado dedicado a las últimas elecciones con un pormenorizado resumen de legislaturas donde se muestra, por ejemplo, que Javier Arenas (PP), ha sido el parlamentario que ha disfrutado de un escaño durante más legislaturas (12) y Alfonso Guerra (PSOE), el diputado que más tiempo ha permanecido en el Congreso, nada menos que treinta y siete años.
¿Existe un modelo de cacique?
El prototipo más popularizado es el conde de Romanones, pero la contienda por el primer puesto, si la hubiese, estaría harto disputada. Basta ver, como en el libro se expone, tanto las continuidades en el cargo de diputado –Antonio Maura hasta 19 veces por Palma de Mallorca-, como la sucesión de abuelos, hijos y nietos en el mismo distrito o las redes familiares –padres, hijos, cuñados, tíos, sobrinos…- de bastantes de ellos. Los Cánovas, Sagasta, Silvela, Montero Ríos y un muy, muy largo etcétera, no le anduvieron a la zaga, en este aspecto, a Romanones. Los mapas, con las fotos y los nombres de quienes más veces ocuparon escaño en cada provincia durante la Restauración y de los diputados y senadores que más veces lo han sido desde 1977 hasta hoy, son un tan extenso como ilustrativo ejemplo de ello.
¿Ha habido caciques “buenos”?
Para quienes se vieron favorecidos por ellos, sin duda. Es más, muchos de los caciques figuran, con el paso del tiempo, como prohombres benefactores del territorio por cuanto a su quehacer “se deben”’ determinadas obras públicas en distintas localidades con placas que lo recuerdan. Parece como que sin ellos las cosas en ese territorio hubieran sido peores. Lo que nunca se han hecho es placas para las obras que no se hicieron ni para el dominio caciquil y sometedor que ejercieron.
¿Las leyes electorales pueden generar un punto de apoyo para el caciquismo?
La ley electoral –todas las leyes electorales y siempre- es la piedra angular sobre la que se construye y desarrolla un modo concreto de sistema político parlamentario. Para la praxis del caciquismo durante la época isabelina y de la Restauración fueron claves, como partes de sus leyes electorales, los distritos uninominales: un diputado por “comarca”, abonando así, en una España de carreta y mula, “oligarcas de campanario”.
¿Se puede considerar que la máxima “la ley rige para el enemigo y para el amigo el favor” fue la práctica habitual del caciquismo?
Sin duda. Y eso lo sabían, por gozarlo o sufrirlo, tanto los votados como los votantes. De ahí que estos buscasen un representante que aunase el “poder, saber y querer preocuparse por sus intereses” y que los aspirantes al escaño trataran de erigirse en los más idóneos detentadores de ese “poder, saber y querer”.
¿El sistema proporcional, que tenemos en España desde 1977, evita las corruptelas electorales?
La mayor parte de las antiguas sí, claro está; entre otras cosas porque serían ineficaces, pero, con las listas cerradas, crea otras nuevas, dependientes, predominantemente y en síntesis, de los “aparatos de los partidos”. Por otra parte, la forma de financiación de los partidos políticos y el poder de influencia que tienen los grandes medios de comunicación ha transformado -adaptando a realidades de la España que ya no es de carreta y mula sino de televisión, internet y AVE- formas y prácticas caciquiles. El caciquismo no es sino expresión, en cada tiempo concreto, de relaciones de poder entre desiguales.
¿A juzgar por los datos que aporta en el libro, en la política española se encuentran muchos “cangrejos ermitaños” que no salen del escaño ni con agua caliente?
Ni con agua caliente, ni con helada. La metáfora del “cangrejo ermitaño” la utilizo precisamente para esos diputados que se perpetúan, elección tras elección, en un distrito y en ocasiones, como indicaba, lo trasmiten a sus descendientes como una parte más, en la práctica, de “la herencia”. No hay provincia, como ejemplifico en el libro, sin su, o sus, “cangrejos ermitaños”.
Otro aspecto que ha cambiado poco es el de los diputados 'cuneros' que se presentan por una circunscripción a la que no pertenecen. ¿Javier Maroto o Toni Cantó pueden ser ejemplos actuales de diputados a los que les hacen un hueco para presentarse por una circunscripción electoral que no es la suya?
El número de cuneros ha disminuido muy notablemente al eliminarse los distritos uninominales y ser las provincias, con varios diputados, los marcos territoriales de elección. Sigue habiendo casos, pero son mucho más excepcionales que, como se detalla en el libro, en períodos anteriores. A Maroto se le hizo senador por una comunidad que no es la suya tras no haber sido elegido –lo que a priori no parecía probable- por su provincia y a Toni Cantó se le ha premiado en Madrid desmintiendo el clásico de “Roma no paga a traidores”.
El objetivo de conseguir un puesto fijo en el Congreso sin depender de los gobiernos ¿solo se puede alcanzar si se cuenta con la ayuda de un valedor que lo “lleva” al escaño?
En la inmensa mayoría de los casos, al menos en sus inicios en el Parlamento, es así. De la misma forma que muchos electores buscan un “valedor”, ese “valedor” necesita de otro más encumbrado que lo apoye y ampare. Surgen así lo que denomino “fabricantes de diputados”, que a su vez se ven más o menos, fortalecidos en la política nacional en función del número de diputados que hayan “fabricado” y que, por tanto, le deban el acta. Las relaciones de poder, que no de otra forma puede analizarse ni entenderse el caciquismo, no son solo entre “los de arriba y los de abajo”, sino entre “los de arriba y los de más arriba”.
Da la casualidad de que los dos diputados que más legislaturas han permanecido en el Parlamento son sevillanos (Arenas, 4 Congreso y 8 Senado) y Alfonso Guerra (11 Congreso). ¿Cree que tan larga experiencia parlamentaria beneficia o por el contrario tapona la entrada de nuevo talento en la política?
Quienes se perpetúan en los cargos contestarían, claro está, que la experiencia beneficia; quienes aspiran a entrar –tengan o no talento, que eso hay que demostrarlo- que tapona. En mi opinión, la larga continuidad en los cargos tiende a generar no solo, y quizás no tanto, experiencia de virtudes, sino también de vicios. La profesionalización en la política termina siendo un lastre no solo para la propia política sino, intuyo que al menos en muchos casos, para la propia persona. La experiencia, que es un valor, puede ser utilizada y expandida, con un mínimo de generosidad, entre quienes no la tienen. Otra cosa es, claro está, que se haga.