“Sólo los amantes de la vida, como Goya, ven lo cruel que puede ser una guerra”

La tienda del Museo del Prado acaba de incluir en su catálogo el libro 'El nieto de Goya', una biografía del genial pintor aragonés de Fuendetodos dirigida al público infantil y editada dentro un proyecto de la Comarca de Belchite para dar a conocer a personalidades relevantes de la historia de este territorio. Félix Teira (Belchite, 1954) es el autor de este libro, ilustrado por Vera Galindo.

¿Cómo surge escribir esta biografía de Goya dirigida al público infantil?

Había escrito para el gobierno de Aragón un libro divulgativo de Goya. Entonces, en la comarca de Belchite -insólito, pero la cultura florece en todos los sitios-, vino una técnica cultural, Guiomar Alquézar, y me dijo que iba a intentar hacer un libro con un personaje de cada uno de los pueblos de la comarca. En principio, pensé que esto tendría poco recorrido, al ser una edición comarcal, pero me equivoqué totalmente porque se está promocionando muy bien. La idea, para mí, era muy sugerente, porque soy un enamorado de Goya y porque el lado humano de este pintor es interesantísimo. Parece que los genios han de ser gente adusta, oscura, metida siempre en su estudio y, sin embargo, Goya era muy humano. Adoraba a su nieto; quizá porque se le habían muerto seis de sus siete hijos y cuando después tuvo un nieto, era feliz. Para mí, fue un placer intentar contar a los chicos una primera idea de Goya; naturalmente, sin saturarlos de información. Tiene que ser un aperitivo gozoso para un chavalico de 8 ó 9 años, para que le vaya sonando el nombre de Goya y que pueda decir que era un tipo muy majo porque jugaba con su nieto y hablaba con él de lo divino y de lo humano.

Esta faceta de Goya como abuelo es bastante desconocida. ¿Cómo se ha imaginado usted al Goya abuelo?

Estoy preparando un ensayo sobre Goya; he investigado sobre él y, realmente, el tipo humano de Goya es encantador. Al fin y al cabo, es un plebeyo, nacido en Fuendetodos, en una familia que se queda sin una casa porque la hipotecan para reformarla y la pierden. Es decir, provenía de clase baja. Cuando triunfa, hay que imaginarse a la familia zaragozana diciendo: “mi hijo está con el rey”. Le empiezan a pedir dinero y él satisface todas sus demandas, coloca a todos sus hermanos y después procura todo el bienestar del mundo para su hijo. A su hijo le procuró todo y la última carta a su nieto es para decirle que ha conseguido meterle en un banco de Burdeos una cantidad de dinero para que no le falte nada y viva desahogadamente. Entonces, la faceta humana de Goya es entrañable.

Entonces, ¿Goya era generoso con su familia?

Fue muy generoso con su familia. A su hermano pequeño, Camilo, que había hecho estudios eclesiásticos, lo coloca de capellán en Chinchón, gracias al hermano del rey, a don Luis, un hermano que tenía Carlos III que era un crápula, pero se había casado con una zaragozana y se había reformado. Al hermano mayor le compró tierras y parideras en Fuendetodos. Y a su hermano mayor y a sus padres, por mediación de Martín Zapater, les asignó una paga diaria y les pagó el alquiler de las casas. Es decir, se preocupó muchísimo. Afortunadamente, hizo muchísimo dinero y enriqueció a su hijo: le regaló una casa en Madrid, en la calle Valverde, al lado de Gran Vía, de cuatro alturas. Goya estuvo siempre preocupadísimo por la familia. A lo mejor, sólo se habla de la maja desnuda, de la Duquesa de Alba y de los Desastres de la Guerra, pero es muy interesante el lado humano de Goya.

Este afán por ayudar a su familia cambia la perspectiva que todos hemos estudiado de un Goya muy ambicioso, muy preocupado por ascender en la escala social y enriquecerse... 

Sin ambición no hay artista. Esta faceta ambiciosa me parece muy normal. Él había partido de muy bajo, quería llegar a lo más alto y lo consiguió. Pero eso no quita para que en el lado humano fuera entrañable. Además, hizo amigos en todos los sitios que estuvo: tenía don de gentes y unos amigos que lo adoraban. Lo adoraba, por ejemplo, Jovellanos, que incluso aprendió lenguaje de signos para poder hablar con él. Los amigos de Goya dan pie también a imaginar cómo era él en persona. A veces, los amigos me preguntan sobe Goya y yo les digo que es uno de los tipos con los que me habría gustado tomar un café. Él pediría un chocolate, que le encantaba. Con él se podría hablar de cultura y de la vida.

¿La imagen de un Goya arisco, con mal genio, tampoco es real?

Hay toda una serie de leyendas que Goya ha cargado sobre sus espaldas y que han deformado su perspectiva. En el estudio de sus cartas, de la gente que hablaba de él, sólo hay un caso de una situación de mal genio y es con su cuñado Francisco Bayeu, cuando pone en tela de juicio su arte en la cúpula del Pilar. Entonces, es cuando dijo aquella famosa frase de “en acordarme de Zaragoza, me quemo vivo”. Pero después hizo las paces con él, lo retrata, le regala a su sobrina, la hija de Francisco Bayeu, un gran retrato nada más fallecer. Por tanto, no hay nada que atestigüe o corrobore que Goya tenía mal genio. No era una persona oscura, al contrario, era un amante de la vida. Es interesantísimo, porque para dibujar los Desastres de la guerra, ese vómito que son esos Desastres, poniendo verdes a franceses y a españoles, hace falta ser un amante de la vida. Sólo los amantes de la vida ven lo cruel que puede ser una guerra. Goya disfrutaba con el turrón de Zaragoza, le pedía Zapater que le enviara chocolates, chorizos... Hay toda una leyenda de la que deberíamos despojarlo. Era un tipo muy humano.

¿Quedan todavía muchas facetas por descubrir de Goya? 

Creo que cada día menos. Siempre habrá, los investigadores siguen trabajando. Pero desde el momento en el que se hace un gran pintor, habrá menos sorpresas, porque su actividad era más pública. Hasta que se va a Madrid, esa época de Zaragoza que mucha gente está estudiando sí puede darnos alguna sorpresa. Hace unos años sacó un libro el investigador José Luis Ona, basándose en los libros de matrícula de las parroquias, en los que el cura correspondiente tenía que apuntar a todos los que habían confesado y comulgado por la Pascua Florida, y vio todas las casas en las que estuvo viviendo Goya con sus padres. De ahí sabemos que perdió la suya por no pagar un préstamo.

¿A los niños les atrae Goya?

Sí, porque, aunque sea de manera indirecta, han oído hablar de que es alguien importante. Entonces, lo que ocurre en el libro, alguien importante que habla con su nieto, siempre es atractivo. Después, las ilustraciones de Vera Galindo son un placer, una golosina visual. Está pensado para niños de 8 ó 9 años porque hay una primera parte en la que Goya juega, habla y le cuenta cosas a su nieto: de cómo robaba alberges, albaricoques, con su amigo Martín; cómo iba a ver las eras de Fuendetodos, o cuando le lleva en un carruaje a ver San Antonio de la Florida. Toda esa parte juguetona puede deformar la idea de Goya, hacer pensar que era sólo un señor que jugaba con su nieto, pero la primera parte termina cuando el chico le pregunta que ha oído a su mamá hablar con una señora cosas feas de él. Goya le lee los labios y le coge la carita porque estaba ya absolutamente sordo y entiende cómo el nieto le cuenta que dicen que el rey le va a meter en la cárcel, que ya no es su amigo y que ha pintado a una señora desnuda. Goya se hace el sordo -era su especialidad- y contesta que no le ha leído los labios en ese momento. Pero hay otra parte del cuento en la que Goya piensa que no ha contado a su nieto las verdades de la vida y tiene que hacerlo. El libro está hecho con rigor histórico porque, aunque no sé si robaría alberges, las fechas y el entorno responden a la realidad histórica de Goya. Entonces, hay una segunda parte del libro en la que Goya piensa que no he contestado a su nieto y decide que tiene que volver a verlo y para contarle las verdades de la vida a su nieto, que ahora ya no es un niño de 8 ó 9 años, sino un chaval de 21. En esa segunda parte, le cuenta a su nieto que ha pintado para tres reyes y que los reyes buenos son maravillosos, como Carlos III, pero que los malos son un desastre y hacen desgracias a los pueblos. También le cuenta que la Inquisición significa que no te dejan pensar y que las guerras son siempre malísimas. Entonces, esta segunda parte complementa la primera parte más lúdica. A me gustaría que lo leyera un niño con su abuelo, para que el abuelo pudiera explicar al niño lo que no entienda y que tenga una idea una idea somera de todo Goya, el amante de su nieto, pero también el que le dice las verdades de la vida.