“Somos una generación tristemente acostumbrada a un tipo de convivencia que muchas veces es inhumana”

El director Javier Macipe (Zaragoza, 1987) ha conseguido que su corto “Gastos incluidos” se cuele entre los proyectos de ficción que competirán en la 35 edición de los premios Goya. Protagonizado por Ramón Barea y disponible en Filmin, la cinta es una distopía sobre el problema de los precios de alquiler en España.

¿Cuánto tiempo ha vivido en pisos compartidos?

Desde que me fui muy joven a Madrid con 18 años, hasta ahora prácticamente, con algún momento intermitente en el que he tenido que volver a casa de mis padres. Eso son 15 años.

¿Su experiencia también da para anécdotas surrealistas?

En mi caso, no hay nada fuera de lo común, aunque es extraño en sí mismo vivir con gente con la que no tienes ninguna relación. Es algo que en otras épocas o en otros momentos de la historia no ocurría; por ejemplo, a mis abuelos les habría resultado muy extraña. Para nosotros, está muy admitido. Mi experiencia más extraña ha sido, simplemente, vivir con personas que casi son un fantasma para mí; no sé absolutamente nada de ellas. Pero las anécdotas que inspiraron el corto son más bien de algunos amigos. En concreto, por ejemplo, tenemos un amigo que convivía con una persona de la que no recordaba el nombre. Entonces, cuando ya llevaba viviendo mucho tiempo con él resultaba absurdo preguntárselo y tuvo que iniciar una especie de investigación detectivesca para intentar averiguarlo. No lo consiguió; un día se lanzó con un nombre al azar y se equivocó. En el proceso de documentación nos encontramos con muchas anécdotas parecidas. Todo cristalizó en algo más surrealista todavía que cualquiera de estas anécdotas. Es hacia donde creemos que va el mundo. 

¿No conocer el nombre de la persona es sólo un detalle más, cuando lo desconocemos todo?

Efectivamente. Confías en que las personas con las que convives sean gente normal, pero me he encontrado a veces con una persona que se fue del piso de un día para otro sin dejar ni una nota; es algo que también tiene cierta relación con el cortometraje. Imaginamos que a esta persona no le habría pasado nada, pero realmente no sé nada de su familia. Este tipo de situaciones están a la orden del día, porque no hay vínculo, más allá de compartir el piso. 

Son anécdotas frecuentes en conversaciones entre amigos, ¿es así como surgió la idea de hacer el corto?

Sí, estábamos en un bar y un amigo buscaba piso en Madrid. Básicamente, llegamos a la reflexión de que costaba más encontrar piso que encontrar trabajo en ese momento, hace un par de años. Hemos llegado a algo absurdo, extraño. Es una persona con trabajo, con estudios, que puede pagar el piso sin problemas y, sin embargo, se veía enfrentándose a castings de todo tipo. Poco menos que sólo le faltaba que hicieran una prueba de canto. Si sigue complicándose, ¿a dónde puede llegar esto? ¿Cuál es el siguiente paso ya, cuando vas a un piso y te encuentras con veinte personas que te hacen una especie de terapia de grupo decidir si te alquilan una habitación?

¿A dónde creen que puede llegar la situación?

A lo que hemos planteado en el corto. En realidad, el futuro ya está aquí: en Barcelona se están alquilando cápsulas, hace un par de semana vi que hay gente que alquila coches que están abandonados, pero que aún conservan el habitáculo, para dormir allí... Lo último sería una empresa del tipo a la que aparece en el corto, que aprovecha que en todos los espacios quepan el doble de personas porque se supone que habitan en diferentes dimensiones. 

¿Cree que este tipo de experiencias marca a una generación?

Desde luego, somos una generación que tristemente se ha acostumbrado a un tipo de convivencia que muchas veces es inhumana. Por ejemplo, a pasar frío en invierno, que es algo que está directamente relacionado con lo que estamos hablando. Casi todo mi entorno de amigos son gente de clase media, con estudios, con una situación que no es de pobreza estructural. Sin embargo, todos, cuando vivíamos en Madrid, veíamos que nuestros gastos estaban a tal nivel que poner la calefacción era algo que no podíamos hacer mucho. Casi todos pasábamos frío en invierno, salvo los que tenían un piso con calefacción central. Entonces, estar acostumbrados a ese frío o a tener compañeros de piso fantasma... son cosas que ya no son normales, agradables ni lógicas para la edad que tenemos. 

Son anécdotas que suelen asociarse a la época de estudiante, pero ¿para mucha gente se alarga más de lo deseable?

Claro, de hecho, ocurre ya incluso con familias. Desde luego, es verdad que la adolescencia se ha alargado muchísimo. Por cómo vivimos, la gente de mi generación, que ya tenemos 30 años, tenemos la sensación de que seguimos siendo estudiantes. Pero hay un paso más allá, que es el de matrimonios que tienen un hijo y que, si no quieren irse a vivir a la periferia de Madrid, Barcelona y cada vez más ciudades, tienen que seguir compartiendo pisos, con hijos y todo. Si es algo que decidimos, puede llegar a ser enriquecedor. Pero si es por obligación, no es en absoluto deseable.

¿Compartir piso con personas ajenas al núcleo familiar tiene también ventajas, más allá de repartir gastos?

Cuando es algo decidido, sí, claro. No me gustaría que se entendiera que compartir piso siempre es malo. Precisamente, hubo un momento en que decidí compartir piso, pudiendo vivir solo. Pero está bien cuando es con un amigo y es algo que tú decides. Lo que es una pena es que no exista esa libertad de elección. La mayor parte de la gente que comparte piso no lo hace porque ha elegido unos compañeros con los que quiere vivir, es porque es la única manera de no vivir muy lejos. Incluso, viviendo en la periferia para mucha gente es imposible vivir solo en un piso. Ojalá tuviéramos la libertad de poder elegir; mucha gente elegiría vivir con amigos en pisos más dignos que a los que ahora mismo se puede acceder.

¿Parte del éxito del corto se debe a que son historias que afectan a mucha gente?

Sí, realmente nuestro cortometraje es de ficción; es una historia distópica y surrealista sobre los pisos multidimensionales. Pero sí, lo que hemos visto es que este tema le mueve a todo el mundo. Además, no es algo que tenga que ver con colores políticos, nos afecta exactamente igual a todos. Todos entendemos que el precio de los pisos es absurdo aquí, cuando en otros países los sueldos son mucho más altos y los alquileres son mucho más bajos. Realmente, lo que vivimos en España es una cosa extrañísima. Cuando la gente ve el corto, se lo pasa bien, pero es raro el que no empatiza con el mensaje de denuncia.

¿Cuál cree que sería la solución?

Muchas veces se habla de fondos buitres... Lo que yo conozco en mi entorno en Madrid y vi evolucionar es la cuestión de los pisos turísticos. Ha ocurrido en mi propio edificio, en el de enfrente y en otros del barrio. La mayor parte de los pisos que hace años que disfrutaba la gente del lugar empezaron a ponerse en alquiler como pisos turísticos, por avaricia de los caseros, por querer ganar más dinero cada mes. Eso tuvo unas consecuencias horribles, por supuesto, para el precio de las viviendas; pero también para todas las tiendas del barrio que no están enfocadas a turistas. Un turista no va a la peluquería, por ejemplo. Creo que eso ha hecho un daño horrible, especialmente en Madrid y Barcelona; también en otras ciudades como Málaga o San Sebastián. Y es un fenómeno que hace daño a los hosteleros. No entiendo cómo no se ha encontrado la manera de legislar contra eso, cuando tampoco me parece que sea algo que debiera ir ligado a un color político. Todos deberíamos estar de acuerdo en que es malo.