La portada de mañana
Acceder
Feijóo agita la dirección del PP para endurecer aún más su oposición
De profesión, 'cazafraudes' científicos
Análisis - Israel ataca Yemen pensando en Irán. Por Jesús A. Núñez

Paula Ortiz y 'La virgen roja', auge y caída del proyecto Hildegart

Laureano Debat

22 de noviembre de 2024 06:56 h

0

Esa idea megalómana de mejorar los rasgos hereditarios a través de ciertas intervenciones manipuladas fue un deseo humano que, quizás, siempre estuvo latente. Pero empezó a ser más o menos real o posible con el concepto de eugenesia, entre finales del siglo XIX y principios del XX, como consecuencia de la teoría del darwinismo social y la entelequia meritócrata de la supervivencia del más fuerte. Y antes de que esta locura alcance su clímax en décadas posteriores con algunos experimentos nazis, la gallega nacida en Ferrol Aurora Rodríguez Carballeira veía nacer el siglo XX con sus 21 años y absorbiendo todas estas ideas, tentada probarlas en un proyecto propio.

Para esto, buscó los mejores genes que pudo conseguir y se decidió a concebir la hija perfecta, a la que crio sola en Madrid y para la cual se inventó un nombre inédito, Hildegart, compuesto por dos palabra alemanas: ‘hildr’ del alemán antiguo, que según ella significaba ‘sabiduría’ pero según averiguaría su hija más adelante tenía que ver con ‘batalla oscura’; y del alemán moderno, ‘gart’, que significa ‘jardín’. Primera contradicción o paradoja: ¿qué representaba Hildegart? ¿El jardín de la batalla o de la sabiduría? ¿La oscuridad de la guerra o la luz del saber?

Las dos cosas, según Paula Ortiz en 'La virgen roja'. Una relación dialéctica entre ambas etimologías. La directora zaragozana firma una película que no solo está a la altura de esta historia magnética sino que consigue superarla con una estética contemporánea repleta de símbolos, trayendo a un lenguaje cinematográfico moderno la densidad de los debates intelectuales que se daban tanto en la sordidez de un ámbito doméstico como en la eclosión callejera. Tantos matices en espacios interiores y exteriores: una casa en la que se está criando la mujer del futuro y un país que asiste al nacimiento de la II República.

En nombre de la libertad femenina, Aurora cría una mujer en cautiverio perpetuo, con una dieta estricta y una rutina muy concreta de estudios, lecturas, escrituras y otras artes recreativas (ninguna incluía actividades exteriores) hasta que no pudo aguantar más y su hija respondió a la llamada de participar en una asamblea del Partido Socialista. El arribo a la arena pública de Hildegart Rodríguez fue una explosión doble: para las mujeres de esa nueva república que al fin podían soñar con una par que las representara, para los hombres de esa nueva república que pretendían seguir con las viejas formas de tratar a las mujeres. Sus discursos públicos, sus artículos de prensa y sus libros representaban un mundo nuevo: los métodos anticonceptivos, la revolución sexual, las críticas al marxismo ortodoxo, la participación de la mujer en la política y en la vida pública.  

Hacía muchos años que a Paula Ortiz le fascinaba esta historia y sabía que en algún momento haría algo con ella. Había antecedentes de otras fascinaciones, dos muy conocidas: Almudena Grandes para su novela 'La madre de Frankenstein' y la película de Ferrán Gómez 'Mi querida hija Hildegart'. Y a Ortiz le llegó un guion de Clara Roquet y Eduard Solà, le gustó, lo trabajó con sus autores y se puso a rodar lo que sería su quinto largometraje, que continúa con su recorrido por todos los cines de España y que el 5 de diciembre se estrenará en la plataforma de Amazon Prime Video en simultáneo para 240 países.

'La virgen roja' está llena de literatura, de historia del cine. Por ejemplo, en algunas escenas recurrentes: la negación de la habitación propia de Hildegart con el pasillo largo y vacío, la cámara desde un punto de vista panóptico, la cama al fondo, la puerta siempre abierta a la vigilancia, Focault y Hitchcock, quizás Margaret Atwood; las fresas con chocolate derretido en varios planos picados; la estatua rompiéndose poco a poco; y Shakeaspeare: “No sufráis, / niñas. / No sufráis. / Que el hombre es un farsante. / Un pie en la tierra, / otro en el mar”. Y una historia que ya sabemos que acaba con el que quizás sea el filicidio más importante de la historia contemporánea de España. Y una película que resiste cualquier spoiler, porque como dice su directora, «la pregunta que la mueve no es qué ha pasado sino cómo es posible que pasara».

'La virgen roja' nunca cae en efectismos de policial o de suspense, tampoco en la recreación histórica. Los tres géneros aparecen en formas mínimas, siempre subordinados a la historia de Aurora y de Hildegart, a esa relación materno-filial intelectual y tóxica.

Inevitablemente tienes que tomar elementos de género porque es lo que codifica al cine. Pero no era un drama histórico cuyo objetivo fuera la rigurosidad, de hecho tiene algo estéticamente de anacronía, está muy estilizada la historia, plásticamente y sonoramente. Lo mismo con el thriller o con el cuento de terror: hay herramientas de eso que nos ayudan a contar la historia. Mi idea fue usar los lenguajes de la forma más plena y semántica posible. Todo tenía que apuntalar hacia un elemento fundamental: la reflexión filosófica en torno a la educación, a la transmisión de ideas y la construcción del individuo. Y eso es muy abstracto para contarlo en el cine.

Tú utilizas dos parámetros nietzscheanos para narrar los interiores y los exteriores: lo apolíneo en la casa, lo dionisiaco en las calles. ¿Cómo fue trabajar desde ahí?

Yo no creo en el cine completamente realista. O considero que el realismo es un código estético más, no el código de la verdad. Y era difícil estilizar esta historia, sobre todo porque se trata de un momento estético muy sublimado y sofisticado como es la vanguardia y en un momento en el que hay mucho cine (Buñuel está rodando), mucha literatura y mucho feminismo. Y un día mi padre me dijo: esto es una historia nietzscheana de una madre que quiere crear no al súper hombre sino a la súper mujer. Y tirando un poco del hilo de este pensador muy contradictorio y muy padre de quienes somos, con todas nuestras contradicciones, surgió esta cosa que en otros momentos había estudiado sobre el nacimiento de la tragedia y sus planteamientos estéticos. Y eso se adaptaba bien para contar estos dos mundos: el de ellas, muy cerrado y sofisticado, dos mujeres con un nivel de brillantez intelectual; y un momento histórico eléctrico y apabullante donde estallan nuevas propuestas políticas y culturales brillantes pero, al mismo tiempo, es un país con una población muy rural y analfabeta, con mucha muerte por falta de higiene. Y todo estaba pasando a la vez.

También están muy presentes las referencias intelectuales de ese momento. El personaje de Aurora, que interpreta Najwa Nimri, lo dice en una frase: “Freud en el sexo, Nietzsche en el pecho, Marx en la cabeza”.

Eso fue una síntesis a la que llegamos en los ensayos con Najwa, hablando mucho. Yo les hice un esquema con algunas ideas que luego subí a Instagram y que surgió de notas y apuntes de lectura que volví a retomar. El objetivo fue identificar qué unía a los pensadores que estaban dando vueltas en ese momento. Esta película me obligó a leer muchísimo.

Durante el coloquio en el Cine Palafox de Zaragoza dijiste que cada generación hará su propia lectura de esta historia. La virgen roja es una película abiertamente feminista y se estrenó después de lo que sucedió con Errejón, por eso es inevitable leerla en este contexto de desconfianza lógica que genera cualquier hombre o partido político de izquierda que se asuma como deconstruido.

Cuando vieron la escena tan testosterónica de la entrada a la asamblea del Partido Socialista, que era un partido que defendía la voz de la mujer y el derecho al voto femenino, muchas compañeras que pertenecen al ámbito de la política decían que ellas se habían sentido así cien años después. Y a mí hay algo de esta historia que me parece más aterrador, que es el fanatismo. Cuando Aurora pierde la brújula, sus ideas dejan de mirar a las personas en su dimensión y su libertad humanas, y se vuelve una fanática y una fascista. Y eso es algo que estamos viviendo hoy, que ahora cala. A mí la historia de Aurora me resulta iluminadora porque representa la contradicción de cualquier idea o experimento que lleves a su extremo. El hecho de ser tú mesiánicamente la persona que va a engendrar y a crear a la primera mujer libre y lo único que no entiendes es que ella es libre. Es alucinante proponerse liderar la liberación sexual desde una negación absoluta de los afectos y del cuerpo.

Cuando surge la posibilidad de que Hildegart intervenga en política, su madre hace todo lo posible para que no suceda y se da una discusión entre ambas que es la misma que se dio años después en muchos países durante crisis políticas o contextos prerrevolucionarios, bajo la sombra de Gramsci y el rol del intelectual: el artista, el creador, el pensador ¿debe pasar a la acción o no? ¿Se contamina su trabajo intelectual en la praxis?

Sí, totalmente. Y de nuevo ahí Aurora tiene una contradicción radical: tú quieres generar la liberación de las mujeres ¿cómo lo vas a hacer si no te involucras? Es imposible. Pero es verdad que ella quiere mantener la pureza y la rigidez del concepto de las ideas, muy iluminadoras y muy valientes, por otro lado. 

EL TRASFONDO

“El personaje de Aurora es un abismo al que te lanzas como narradora”

Es probable que la principal obsesión de Paula Ortiz como directora sea aprovechar toda esa multiplicidad de lenguajes que conviven en el cine, que cada uno dé lo mejor de sí. De esa manera los concibe y los trabaja, llevando su intensidad al máximo en cada escena: la música, los silencios, la fotografía, los sonidos, la dramaturgia, lo corporal, la luz. Pareciera ser una de sus marcas registradas, ya lo vimos en ‘La novia’ o en su reciente ‘Teresa’. Y en ‘La virgen roja’ llega hasta al detalle de colocar muebles de la Bauhaus para la escenografía.

“El personaje de Aurora es un abismo al que te lanzas como narradora” dice Ortiz: “Es una fanática, su historia es la del olvido de la escala de lo humano”. Así lo demostró durante el juicio, en algunos extractos tan reveladores de su declaración: “Disparé con certeza y serenidad”; “no estaba a la altura de su misión, había defraudado mis expectativas” y, quizás, el más aterrador, mencionado en la película por la soberbia interpretación de Najwa Nimri: “No tenía sentido seguir con el proyecto Hildegart”.

¿Cómo fue el casting y el trabajo con las dos protagonistas?

Najwa aportó muchísimo, es una mujer muy eléctrica ella también. Y muy vanguardista, siempre está combinando ideas. Es alguien que le gusta navegar lo oscuro, no lo teme. Y es una actriz muy física, trabaja mucho con su cuerpo. Teníamos que encontrar a dos actrices que pudieran materializar todo ese espíritu y es muy difícil, porque les pides toda esa carga y esa sofisticación intelectual y, al mismo tiempo, una relación muy densa y represora en la intimidad. A una le pides ese control y represión, la dinamitación gota a gota de una criatura. Y a otra le pides que represente a una superdotada intelectual, con la retórica política de la época y que, al mismo tiempo, sepa transmitir la fragilidad y la crisis de la adolescencia de ese momento. Najwa estuvo en el proyecto desde el principio y Alba (Planas) quedó después de un casting de mucho tiempo y de muchas chicas.

Adaptaste a Lorca, a Teresa de Jesús, a Hemingway. ¿Por qué esta decisión constante de trabajar con la literatura?

Desde niña fui una lectora muy ávida y de adolescente también. Ahora leo menos porque tengo poco tiempo. La lectura me ha dado una construcción interna y vital tan relevante como la del mundo real. Yo vivía mucho tiempo dentro de los libros, era un tiempo como dicen los griegos, del kairós, donde todo se multiplica. Entonces, no puedo evitar que cuando busco referencias o fuentes de las que beber, casi siempre esté la literatura.

La canción del final de María Arnal es de una belleza superlativa, tan acorde a la película.

Ella fue la que propuso hacer una saeta, una canción de muerte muy bonita. La banda sonora de la película la hicieron Juanma Latorre y Guille Galván, los compositores de Vetusta Morla. El trabajo con ellos ha sido brutal. Hay mucha música de la época también pero también una experimentación con lo vocal femenino que es muy interesante, con dos ríos de voces de mujeres que van ordenadas, rítmicas, juntas y, poco a poco, empiezan a disociarse, a desarmonizarse, como acaban esa madre y esa hija.

Cada vez que hablan de ti se suele recaer en la tradición de cine aragonés: Chomón, Buñuel, Saura, Palomero y muchos nombres más. ¿Te importa esa vinculación territorial? ¿O te identifica más una tradición internacional?

Creo que todo es verdad al mismo tiempo. Sí creo mucho en la influencia de la tierra natal, a muchos niveles del subconsciente, atávicos y telúricos. La tierra te habla. Históricamente ha habido muchos cineastas aragoneses y somos una tierra dura, de desierto. Y creo que eso afecta. Lo que pasa que, a la hora de buscar referencias, creo que yo me comunico a veces más con compañeros de Nueva York que con otros de aquí que también están haciendo pelis. Nos conocemos y nos queremos, por supuesto, pero nos vemos muy poco. Yo estoy más hecha de Casablanca que de algunas cosas de Buñuel.