Las altas temperaturas y la escasez de precipitaciones amenazan con acelerar el proceso de desertificación que sufren España en general y Aragón en particular. Algunas evidencias ya ejercen de señal de alarma, como la paulatina desaparición de los glaciares del Pirineo o la disminución del caudal del río Ebro. La falta de nevadas este invierno, con apenas tres reseñables, terminan de componer un inquietante mapa que revela una consecuencias todavía difíciles de calibrar mientras se le trata de poner remedio por parte de los agentes implicados a lo largo de todo el territorio.
En la comunidad autónoma, el 75% del territorio está en riesgo. Las tierras semiáridas que predominan en el Valle del Ebro son especialmente vulnerables debido al cambio climático y la subida de las temperaturas. Las organizaciones ecologistas enfatizan que la conservación del suelo debe ser un esfuerzo comunitario, ya que se trata de un recurso no renovable.
Para abordar este problema se están explorando nuevas técnicas agrícolas en Aragón. En Zaragoza, el Consejo Superior de Investigaciones Científicas trabaja en fórmulas para proteger el suelo de la erosión. Estas estrategias incluyen el uso de cubiertas vegetales o cultivos que se siembran sobre el residuo anterior para reducir el período de barbecho.
El anterior ejecutivo aragonés, con el socialista Javier Lambán al frente, firmó la Estrategia Aragonesa de Cambio Climático (EACC 2030) en respuesta al Acuerdo de París y a los Objetivos de Desarrollo Sostenible de las Naciones Unidas. Buscaba abordar el cambio climático y hacer que Aragón sea más “resiliente y sostenible” con pilares como la acción climática, la transición justa y la salud ambiental.
Para ello, se estipulaba como medidas centrales contribuir a la reducción del 40% de las emisiones de gases de efecto invernadero respecto a los niveles de 1990; reducir un 26% las emisiones del sector difuso con respecto al año 2005; aumentar la contribución mínima de las energías renovables hasta el 32% sobre el total del consumo energético; integrar las políticas de cambio climático en todos los niveles de gobernanza o desarrollar una economía baja en carbono en cuanto al uso de la energía y una economía circular en el uso de los recursos.
En el sur de Europa, los glaciares de más de 5 hectáreas solo se encuentran presentes en los Pirineos. Se encuentran en peligro extremo y podrían desaparecer o convertirse en parches de hielo residual en aproximadamente 20 años. Un caso paradigmático es el de Monte Perdido, que se ha fragmentado de forma definitiva y el pasado año perdió 3,8 metros de grosor de media, con lugares en los que se alcanzaron los ocho metros.
Desde 1850, casi el 90% de las 2,000 hectáreas de masa glaciar estimadas han desaparecido debido al deshielo acelerado causado por el cambio climático. La desaparición de los glaciares del Pirineo acarrearía unas consecuencias muy negativas para el medio ambiente y las comunidades que dependen de estos recursos naturales. Actúan como reservas de agua, ya que su fusión gradual durante el verano proporciona un flujo constante de agua a los ríos y arroyos. Si desaparecen, se reduciría la disponibilidad de agua para agricultura, consumo humano e industria.
Asimismo, los glaciares albergan especies únicas adaptadas a las condiciones extremas. Su desaparición afectaría a estas y a los ecosistemas circundantes. Además, los cambios en el flujo de agua alterarían los hábitats acuáticos y terrestres, afectando a peces, aves y otros organismos. La fusión de los glaciares puede dar lugar a deslizamientos de tierra, inundaciones y avalanchas. Sin los glaciares para regular el flujo de agua, aumentarían estos riesgos.
También se cifra en los análisis de las instituciones el impacto en el turismo y la economía. El primero depende en cierto sentido de la belleza escénica de los glaciares. Y su desaparición afectaría a la generación de energía hidroeléctrica. Alteraría el paisaje de los Pirineos y afectaría la identidad cultural de las comunidades locales que han vivido cerca de estos glaciares durante generaciones.
Caudal del Ebro
El caudal del río Ebro también está experimentando una notable disminución debido a la sequía y al cambio climático y podría ver reducido su caudal hasta en un 20% en un plazo de 15 años. El Plan Hidrológico del Ebro para el período 2022-2027 muestra una tendencia en la disminución de aportaciones medias. Este plan busca gestionar de manera sostenible los recursos hídricos y garantizar un equilibrio entre las demandas humanas y la preservación del medio ambiente.
El caudal en el tramo medio del río Ebro es de aproximadamente 70 metros cúbicos por segundo, y en la desembocadura, ronda los 200 metros cúbicos por segundo. Se trata de niveles son insuficientes para atender la alta demanda de agua en la cuenca y las necesidades hidrológicas del propio río, incluyendo la preservación del delta del Ebro, uno de los humedales más importantes de Europa. En mayo del año pasado, el Ebro registró su nivel más bajo en 110 años a su paso por Zaragoza, con un nivel de 0,69 metros y un caudal de 31 metros cúbicos por segundo.