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Cuando creíamos que España se encontraba mínimamente preparada para abordar ciertos debates de futuro, y que tenían que ver con la construcción de un país plural y diverso que podía avanzar con pacto y diálogo hacia un estado federal, empezaron a surgir las banderas del enfrentamiento y ahora, a unas cuantas semanas de una elecciones generales que van a ser cruciales para el futuro de este país, vemos cómo los extremos, extremos que a duras penas respetan la Constitución, van a ser la llave de la gobernabilidad. Y eso en democracia y para las personas demócratas tiene que crearnos un terrible dolor.
Desde el grito independentista, en septiembre de 2017, vimos cómo el abuso y la intolerancia se apoderaban del parlamento catalán para sacar adelante, arremetiendo contra la democracia, una ley que diera cobijo a un referéndum que se celebró el 1 de octubre y del que todos conocemos sus consecuencias. Recuerdo algo que en esos días de septiembre dijo el diputado Coscubiela, quien reivindicó la democracia señalando: “Nos importa el qué, pero tanto como el qué, el cómo. Por eso somos demócratas”.
Estos dos años de tensiones, de presos no justamente encarcelados, de 155 impuesto por falta de altura política y de tanto disparate, han dado lugar al crecimiento de una formación política, que desde Andalucía dice querer reconquistar España. La formación de Vox allí donde va grita que hay que acabar con la España de las autonomías, grito que es inconstitucional; proclama una España armada civilmente para defenderse de no sabemos qué; quiere anular la libertad de las mujeres y volver a meter en las mazmorras de la clandestinidad a los homosexuales, lesbianas, transexuales y todo aquel que no piense como ellos. Por eso quiere acabar con el estado de las autonomías, porque su discurso político se ancla en el franquismo más cruel.
Y así llegamos hasta el 28 de abril. Por un lado sin haber resuelto políticamente el problema catalán y sin saber muy bien cuál va a ser el destino de este pueblo que tiene que tener derecho a decidir, pero no a cualquier precio. Por el otro lado con un discurso basado en falsedades de índole y factura fascistas al que le ríen las gracias y le siguen el juego formaciones como el Partido Popular y Ciudadanos, partidos al que Vox ha impuesto la partitura y las frases.
Sin embargo, el 28 de abril tenemos algo que nos hace libres y fuertes: nuestro voto para construir un país de futuro, paz y diálogo.
Cuando creíamos que España se encontraba mínimamente preparada para abordar ciertos debates de futuro, y que tenían que ver con la construcción de un país plural y diverso que podía avanzar con pacto y diálogo hacia un estado federal, empezaron a surgir las banderas del enfrentamiento y ahora, a unas cuantas semanas de una elecciones generales que van a ser cruciales para el futuro de este país, vemos cómo los extremos, extremos que a duras penas respetan la Constitución, van a ser la llave de la gobernabilidad. Y eso en democracia y para las personas demócratas tiene que crearnos un terrible dolor.
Desde el grito independentista, en septiembre de 2017, vimos cómo el abuso y la intolerancia se apoderaban del parlamento catalán para sacar adelante, arremetiendo contra la democracia, una ley que diera cobijo a un referéndum que se celebró el 1 de octubre y del que todos conocemos sus consecuencias. Recuerdo algo que en esos días de septiembre dijo el diputado Coscubiela, quien reivindicó la democracia señalando: “Nos importa el qué, pero tanto como el qué, el cómo. Por eso somos demócratas”.