El Prismático es el blog de opinión de elDiario.es/aragon.
Las opiniones que aquí se expresan son las de quienes firman los artículos y no responden necesariamente a las de la redacción del diario.
La política miente porque es social y solo unos pocos aciertan a explicar esta afirmación, que no nace como una crítica, sino como una constatación de que la política miente y lo hace con mayor eficacia en su parte social, porque es la más emocional, la más fácil de confundir, la más fácil de pervertir y de persuadir. Hoy es 23 de abril y seguimos bajo el azote de esta pandemia y seguimos sin entender muy bien qué ha pasado y nos acordamos de cuando éramos niños y veíamos la mañana cortando el horizonte sobre la ciudad o sobre el mar y sentíamos una inmensa paz, porque sabíamos qué iba a suceder después y sabíamos que la casa era nuestro refugio y la calle nuestra libertad, ese espacio en el que reivindicarnos, en el que jugar, en el que amar, en el que ser la voz de una gran multitud e incluso el silencio de esa misma multitud. Pero este 23 de abril, Día de Aragón, será distinto porque no habrá calle, ni actos de palabras, en ocasiones rimas desacertadas y obsoletas, sobre el Aragón que tenemos y aquel que debemos alcanzar; en este 23 de abril solo estaremos nosotros: nosotros en nuestras casa, nosotros en nuestros sueños, nosotros en nuestras ilusiones, nosotros en nuestros silencios, nosotros en nuestro Aragón al que le permitimos que nos haga trampas porque lo amamos tanto que le perdonamos todo y en voz baja le decimos que nuestra relación es más emocional que política y eso a Aragón le gusta y le decimos que somos la esencia cultural de una generación que decidió que Aragón tenía un futuro en consonancia con su propia rima, sin desentonar ni traicionar al resto de las rimas que conforman España. Y Aragón nos escucha como siempre lo ha hecho, pero ahora el futuro es terriblemente incierto y los slogans ya no sirven para reclamar la autonomía plena y mucho menos para seguir creyéndonos víctimas de una historia de malos y buenos en la que ni unos eran tan malos ni los otros tan buenos. Vienen tiempos convulsos y Aragón lo sabe y nos explica que tendremos que volver sobre nuestros pasos para encarecidamente hacernos más sabios y comprender que la vida tiene que ser ese gran sueño que no juega a la confrontación y que en su individualidad, su característica primera, tiene que superar fronteras de miedo, fronteras de grandeza, fronteras de mentiras para de esa forma conseguir que en nuestra parte social, tan vulnerable y dolorosa, nadie más nos mienta y por fin seamos conscientes de que se puede amar sin necesidad de odiar y de que Aragón es esa parte del mundo que brota de coraje, que avanza en infinitivo, no en imperativo, y que se desliza femenina y estoicamente hacia todos los años que nos quedan y son por vivir.
La política miente porque es social y solo unos pocos aciertan a explicar esta afirmación, que no nace como una crítica, sino como una constatación de que la política miente y lo hace con mayor eficacia en su parte social, porque es la más emocional, la más fácil de confundir, la más fácil de pervertir y de persuadir. Hoy es 23 de abril y seguimos bajo el azote de esta pandemia y seguimos sin entender muy bien qué ha pasado y nos acordamos de cuando éramos niños y veíamos la mañana cortando el horizonte sobre la ciudad o sobre el mar y sentíamos una inmensa paz, porque sabíamos qué iba a suceder después y sabíamos que la casa era nuestro refugio y la calle nuestra libertad, ese espacio en el que reivindicarnos, en el que jugar, en el que amar, en el que ser la voz de una gran multitud e incluso el silencio de esa misma multitud. Pero este 23 de abril, Día de Aragón, será distinto porque no habrá calle, ni actos de palabras, en ocasiones rimas desacertadas y obsoletas, sobre el Aragón que tenemos y aquel que debemos alcanzar; en este 23 de abril solo estaremos nosotros: nosotros en nuestras casa, nosotros en nuestros sueños, nosotros en nuestras ilusiones, nosotros en nuestros silencios, nosotros en nuestro Aragón al que le permitimos que nos haga trampas porque lo amamos tanto que le perdonamos todo y en voz baja le decimos que nuestra relación es más emocional que política y eso a Aragón le gusta y le decimos que somos la esencia cultural de una generación que decidió que Aragón tenía un futuro en consonancia con su propia rima, sin desentonar ni traicionar al resto de las rimas que conforman España. Y Aragón nos escucha como siempre lo ha hecho, pero ahora el futuro es terriblemente incierto y los slogans ya no sirven para reclamar la autonomía plena y mucho menos para seguir creyéndonos víctimas de una historia de malos y buenos en la que ni unos eran tan malos ni los otros tan buenos. Vienen tiempos convulsos y Aragón lo sabe y nos explica que tendremos que volver sobre nuestros pasos para encarecidamente hacernos más sabios y comprender que la vida tiene que ser ese gran sueño que no juega a la confrontación y que en su individualidad, su característica primera, tiene que superar fronteras de miedo, fronteras de grandeza, fronteras de mentiras para de esa forma conseguir que en nuestra parte social, tan vulnerable y dolorosa, nadie más nos mienta y por fin seamos conscientes de que se puede amar sin necesidad de odiar y de que Aragón es esa parte del mundo que brota de coraje, que avanza en infinitivo, no en imperativo, y que se desliza femenina y estoicamente hacia todos los años que nos quedan y son por vivir.