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Quien ordena el espacio, gobierna la vida. Zaragoza ha sido buen ejemplo de ello a lo largo de su historia. Pero a veces sucede que el significado de un espacio no viene impuesto desde el poder, sino por su contrario. El exiliado interior cimienta en la propia ciudad un mínimo refugio donde conspirar en silencio. O sencillamente, respirar en paz. Bares, cafés, imprentas o fábricas se convierten así en emplazamiento donde se fragua la contestación y el futuro. Conservados, hoy son lugares que invitan al recuerdo y la reflexión.
Uno de ellos fue el café Nike, situado en la calle entonces de nombre Requeté Aragonés y hoy Cinco de Marzo. Cerró sus puertas en mayo de 1969, tras casi treinta años atendiendo a la clientela como repostería donde tomarse un suizo en aquella Zaragoza de postal fraudulenta. Nada distinto de otros establecimientos de la época si no fuera porque allí tuvo lugar, a partir de 1950, un encuentro que imprimió un carácter inédito a una ciudad cuyo nivel cultural, se decía entonces, estaba al nivel del bordillo de las aceras.
Lo que fuera un rincón para merendolas entre amigos se convirtió pronto en un espacio informal que permitió la interacción de relaciones creativas. Con los espacios oficiales de la cultura férreamente controlados, no deja de ser llamativo cómo la frivolidad supo reservar en tiempos tan acerados una mesa común para el intercambio artístico. Allí se dieron cita en un lapso de 20 años poetas, intelectuales, activistas políticos, cineastas y pintores. Algunos de sus nombres son bien conocidos, otros se han ido difuminando con el tiempo de forma inmerecida.
Una larga nómina donde predominan los poetas: Miguel Labordeta, como figura destacada y voz cantante; su hermano José Antonio, de quien sobra cualquier comentario; el gran Julio Antonio Gómez, poeta de potente verbo y figura legendaria que merecería capítulo propio; Manuel Pinillos, Fernando Ferreró, Ignacio Ciorda, Guillermo Gúdel, los malogrados Raimundo Salas y José Antonio Rey del Corral, Luciano Gracia, Rosendo Tello, Emilio Gastón, que fuera primer Justicia de Aragón tras la dictadura franquista… Pero el Niké fue también punto de confluencia para novelistas (Eduardo Valdivia o Manuel Derqui); pintores (José Orús); cineastas (Manuel Rotellar, Emilio Alfaro y Antonio Artero) y hasta de militantes políticos, como Vicente Cazcarra, responsable del Partido Comunista en Aragón.
Desde luego la mera enumeración no hace justicia a la trayectoria personal y colectiva de cada uno. De esta tertulia surgirían iniciativas muy notables, lo que viene a probar que esos espacios informales de sociabilidad que son los cafés facilitan el desarrollo de iniciativas culturales, incluso en la entonces plomiza Zaragoza. Así, de aquel domicilio social de poetas surgieron publicaciones como 'Papageno' en 1958, a cargo de Julio Antonio Gómez y cuyo contenido poético Vicente Aleixandre llegaría a calificar como de “conciencia puesta en pie.”
José Antonio Labordeta por su parte, puso en marcha en el mismo año y hasta 1959 la revista 'Orejudín', que recogería fielmente el espíritu de la peña Niké y fue preludio de otra posterior impulsada en 1960 por su hermano Miguel, 'Despacho literario', de la que editaría cuatro números hasta 1963. Un año antes, en 1962, vería la luz 'Poemas', iniciativa de los poetas tertulianos Guillermo Gúdel y Luciano Gracia, y que se prolongaría hasta 1964.
De este inmenso esfuerzo colectivo por dar voz y palabra a una ciudad entonces amordazada, queda constancia en numerosas publicaciones que rondan por librerías y bibliotecas. Destacan los dos volúmenes editados en 1984 por el Ayuntamiento de Zaragoza: 'OPI-NIKÉ. Cultura y arte independientes en un época difícil' y el libro 'Poetas aragoneses: el grupo del Niké', de uno de sus contertulios, Benedicto Lorenzo de Blancas.
Recuperar el espacio del café Niké es devolver la voz a todos aquellos que buscaron hacer de Zaragoza una ciudad más humana a través de la poesía y las artes. El paisaje urbano es un ecosistema frágil donde el árbol de la especulación da tentadora fruta, pues a cada alteración corremos el riesgo de resetear el pasado y perder nuestra conciencia histórica. Para ello no bastan los libros, ni las placas de aliño conmemorativo. Una ciudad viva es un lugar capaz de convocar el pasado con un simple paseo, y estimular la curiosidad, que es la energía que activa la inteligencia. Decía Esquilo que una ciudad no son los muros que la rodean, sino la ciudadanía que la defiende. Preservemos la memoria que habita entre sus calles, conservemos el café Niké.
Quien ordena el espacio, gobierna la vida. Zaragoza ha sido buen ejemplo de ello a lo largo de su historia. Pero a veces sucede que el significado de un espacio no viene impuesto desde el poder, sino por su contrario. El exiliado interior cimienta en la propia ciudad un mínimo refugio donde conspirar en silencio. O sencillamente, respirar en paz. Bares, cafés, imprentas o fábricas se convierten así en emplazamiento donde se fragua la contestación y el futuro. Conservados, hoy son lugares que invitan al recuerdo y la reflexión.
Uno de ellos fue el café Nike, situado en la calle entonces de nombre Requeté Aragonés y hoy Cinco de Marzo. Cerró sus puertas en mayo de 1969, tras casi treinta años atendiendo a la clientela como repostería donde tomarse un suizo en aquella Zaragoza de postal fraudulenta. Nada distinto de otros establecimientos de la época si no fuera porque allí tuvo lugar, a partir de 1950, un encuentro que imprimió un carácter inédito a una ciudad cuyo nivel cultural, se decía entonces, estaba al nivel del bordillo de las aceras.