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'Hijas del miedo'
Casi una veintena de relatos de violencias machistas contados por juezas y fiscalas: “La empatía es necesaria para hacer una buena justicia”

Presentación del libro 'Hijas del miedo'.

Jennifer Jiménez

Las Palmas de Gran Canaria —

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“Ha caído ya la noche. Él vocifera desde fuera, me insulta y amenaza desde el pasillo. No se cansa. No quiero oírle”. Es uno de los relatos que componen ‘Hijas del miedo’, un libro que alberga 19 historias que visibilizan distintos casos de violencias machistas relatados por juezas y fiscalas, cuatro de ellas canarias. El entrecomillado con el que empieza este texto pertenece a un fragmento escrito por la fiscala Inés Herreros, en el que se explican las distintas fases de violencia por las que pasa una mujer que finalmente denuncia a su marido por malos tratos, pero sus miedos no terminan en ese paso. 

Las protagonistas de estas historias explican en esos relatos cómo se sienten al enfrentarse a las agresiones y el temor de que la justicia no les crea ni actúe para protegerlas. Las juezas y fiscalas denuncian a través de esas historias la violencia contra las mujeres y exigen políticas efectivas para su erradicación. Se trata de expertas que luchan por un cambio profundo en el sistema judicial y social. 

“De repente, y aunque mi mirada sigue tensa sobre la carretera, percibo de reojo cómo él lleva las manos a su bragueta y oigo el sonido de la cremallera de su pantalón, a la par que jadea”. Es parte del relato que aporta la magistrada Gloria Poyatos, que subraya que es una historia que le ocurrió a su madre, que le costó mucho convencer a su marido para que le permitiera sacarse el carné de conducir. Precisamente, cuando estaba realizando las prácticas sufrió una agresión sexual que calló por miedo a no ser creída. 

“Sé que no puedo contarle a nadie lo que ha pasado, mucho menos a Blas. Me culparía. Cambiaré de autoescuela o me olvidaré del carnet y de todo. Es mejor no tener sueños, tampoco iré a la academia de peluquería. Me quedaré encerrada en casa, con los niños, que es donde dice Blas que debo estar”, señala la protaginista de la histotia en el relato. 

Poyatos explica que necesitó este libro para dar voz y visibilizar una historia que le pasó a su madre y que fue imposible de contar hasta 40 años después, “por la vergüenza y por la estigmatización que le supuso en su día. Y porque seguramente si la hubiese contado, no hubiera podido sacarse el carnet de conducir”, afirma “Mi madre me lo explicó recientemente y me hizo darme cuenta de que hemos caminado y hemos hecho camino, pero que en un pasado cercano la situación era todavía más terrible para las mujeres. Y necesité que su voz se oyera a lo grande y se oyera a través de un libro, no sólo para visibilizarla a ella y hacer que la vergüenza pase al otro bando, sino también porque estoy segura que muchas mujeres, incluso hoy en día, han pasado por ahí”. Subraya que, desde la publicación del libro, tres mujeres le han relatado que sufrieron los mismo, en ese contexto. 

La magistrada destaca que no hubo un acuerdo previo a la hora de distribuir las materias del libro y que el resultado ha permitido “mostrar distintas fases en que la violencia puede presentarse”.Remarca que se ha utilizado un lenguaje sencillo, entendible por la ciudadanía: “Lo que queríamos transmitir es, primero, una visión de la justicia distinta, una visión de la justicia cercana, empática y donde la víctima se coloque en el centro”. En este sentido, añade que con estos relatos se pretende visibilizar “situaciones de violencia de género que sufren las mujeres que cada día circulan por sus nuestros juzgados, para que aquellas que no identifiquen que están siendo víctimas, tras la lectura puedan detectarlo”. El objetivo es “acercarlas a un sistema de justicia que es cercana, que es humana y que es feminizada, como la perspectiva que nosotras integramos en nuestras historias”.

“Las crónicas se explican desde una humanidad muy potente, muy alejadas de lo que es la frialdad del mundo jurídico y eso era lo que se pretendía. Y a la par, para nosotras también ha sido terapéutico este libro porque nos ha ayudado a expresar hacia afuera ese dolor que en muchas ocasiones sentimos haciendo nuestro trabajo”. Sostiene que “ser buenas profesionales y tener emociones como las que en este libro se derrocha es no sólo compatible sino necesario porque una justicia no sólo se puede sostener sobre la razón exclusivamente, tiene que sostenerse también sobre la emoción. Y en esa emoción está la empatía, la tolerancia, el respeto; una serie de valores que son necesarios para hacer una buena justicia”. 

“Nosotras defendemos que además de la memorización de temas jurídicos, tiene que haber una inteligencia emocional que debe tener la persona que realiza esta actividad de alta responsabilidad, que es juzgar, porque estamos juzgando a seres humanos y eso nos obliga a ponernos en su situación a la hora de hacer justicia”, remarca Poyatos. “Y la justicia que se lee y se transmite en ese libro no es una justicia que se limita a la resolución de una controversia jurídica, es una justicia en la que se ve el proceso judicial como un trayecto, como un camino; desde el principio, desde que alguien toca la puerta de un juzgado hasta que acaba con una resolución y esa resolución se hace real, es decir, se lleva a la práctica”, insiste. 

“Hay un prejuicio no solo judicial, sino cultural sobre la credibilidad de las mujeres y la infancia”

“Me pregunto por qué les cuesta tanto a algunos hombres entender que la violencia sexual no es lo mismo que su concepto masculino de violencia física, ni intimidación”. Es una frase que se transmite en la historia que retrata la magistrada Victoria Rosell, cuyas protagonistas son dos jóvenes que denuncian un caso de violencia sexual, una de ellas es racializada. “Creo que es muy necesario añadir al relato de violencia de género en pareja o ex pareja las demás violencias machistas, en particular la sexual, y dar voz a mujeres más jóvenes y diversas”, expresa Rosell, que añade que hay un prejuicio no solo judicial, sino cultural, sobre la credibilidad de las mujeres e infancia, especialmente cuando denuncian o relatan que han sufrido violencia sexual, que es sistémica pero a la vez es la más silenciada. Ese cuestionamiento pretende alimentar el silencio de las víctimas y la impunidad de los agresores“. 

En la historia de estas jóvenes se pone de manifiesto que aún no se ha desarrollado la Ley del Solo sí es sí en muchas comunidades autónomas. Por ejemplo, su caso no lo lleva un juzgado especializado. “Es muy grave que en la legislatura pasada el gobierno del Estado y las comunidades autónomas garantizaran seguridad y derechos a las supervivientes de violencia sexual, entre ellos la asistencia jurídica gratuita, juzgados especializados y centros de crisis 24 horas, y transcurrido el plazo no se cumpla. Es urgente. Todas la denunciantes que estamos conociendo ahora están sufriendo discriminación por razones económicas e incluso territoriales. Han abierto los centros de crisis en Navarra y Cantabria, pero en Canarias ninguno de los cinco proyectados, pese a haber recibido el dinero desde 2021”, alerta. 

La magistrada espera que el libro contribuya “a un acercamiento recíproco, y sobre todo a incrementar la confianza de las supervivientes de violencia en la justicia. Pero hace falta mucho más que un libro. Ojalá fueran tan feministas y preciosas como este libro todas nuestras sentencias”. Asimismo, cree que el hecho de que las profesionales pongan en común las historias es sano porque “a veces tenemos trauma vicario, enfermamos de tantos relatos de violencia. Quien tiene la obligación de velar por nuestra salud profesional, y por nuestra capacidad, es el Consejo General del Poder Judicial. Pero a su vez nosotras tenemos que reparar a las víctimas, es bueno empatizar y ponerse en su piel para comprender la dimensión del daño y por tanto de la reparación que necesitan, y a la que tienen derecho”.

“Te he visto, he visto tu dolor y te creo”

La magistrada Carla Vallejo, por su parte, ahonda en la historia de Tatiana, una mujer migrante, víctima de violencia de género, y “para la que no hay respuesta en España para protegerla adecuadamente, porque no tiene papeles, porque la violencia no ha ocurrido en España....” Explica que el relato permite ver cómo utilizando instrumentos como la empatía, las redes de cuidado, la sororidad … es posible “crear o construir una solución positiva y protectora para ella”. 

Vallejo remarca que hay personas a las que se “empujan a los márgenes y que todavía no están suficientemente protegidas”. Recuerda que se exige un esfuerzo a las víctimas, que es el de denunciar y no denunciar de cualquier manera, “sino denunciar con pruebas, denunciar con testimonios impecables, y a veces eso resulta imposible para ellas porque no están en condición psicológica de hacerlo, porque no se reconocen como víctimas y aún así tenemos que protegerlas. Tenemos que avanzar mucho, no solo a nivel de la justicia también, pero también a nivel de la sociedad”, sostiene.

La magistrada subraya que el libro no es nada autocomplaciente. “Señala los defectos de la justicia y además de una forma también autocrítica. Nos señalamos a las propias juezas muchas veces como profesionales que no han sabido ejercer con la suficiente empatía o que a lo mejor se pueden llegar a ver afectadas por algún perjuicio, por algún estereotipo, porque es lo que está ocurriendo en la realidad. Pintar una escena idílica no sería justo”. Vallejo apunta que también es necesario reconocer que “se está trabajando en mejorar todas las condiciones y que cada día es más fácil para una víctima que denuncie poder ser atendida adecuadamente en los juzgados, pero es verdad que es un proceso que se está construyendo a día de hoy”, incide. 

“Lo que hemos pretendido todas es hacerles un homenaje a las víctimas, un reconocimiento. Decirles, te he visto, he visto tu dolor y te creo. Esa era nuestra aspiración, porque después de tantos años atendiendo a víctimas y asistiendo a sus periplos vitales, si tienes sangre en las venas, lo que te llega, lo que te llama es en algún momento de tu vida decirles que las reconocemos, que las respetamos profundamente, que las acompañamos en su dolor y ese es nuestro fin. Decirles que además su dolor está conectado con el nuestro de alguna manera también”, apunta Vallejo, que agrega que muchas veces lo que le está ocurriendo a una víctima “te nombra de alguna manera porque te ha podido ocurrir algo parecido a ti o ha ocurrido dentro de tu familia”.

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