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A pesar de la desgana mostrada por su presidenta, Ana Pastor, el Congreso empieza a cumplir con su obligación y se empiezan a constituir las comisiones parlamentarias, órganos imprescindibles para el correcto funcionamiento de la democracia.
Mi grupo parlamentario ha confiado en mí para ser la portavoz en la Comisión de Cooperación Internacional para el Desarrollo. Asumo con mucha ilusión y ganas de trabajar esta responsabilidad, en un área que para mí supone uno de los grandes retos que tenemos los países occidentales en los próximos años: combatir la desigualdad entre países, atajar las injusticias y frenar los desmanes que durante siglos se han cometido en otros continentes. A las puertas de nuestra vieja Europa son miles los seres humanos que se agolpan huyendo del hambre y de las guerras. África sigue siendo una mina explotada con codicia olvidando que en ella viven millones de personas que esperan oportunidades que se les niegan reiteradamente. O un continente, el americano, con el que tantos lazos nos unen política y culturalmente y al que con demasiada frecuencia le damos la espalda.
La cooperación internacional no puede darse desde la demagogia, la sensiblería o el paternalismo. Pero hay que ser contundentes en las actuaciones y elaborar auténticas políticas de Estado, con una planificación internacional que se aleje de egoísmos y tácticas geopolíticas.
Las necesidades de los seres humanos están por encima de las banderas y las estrategias de unos pocos. Es de justicia y, por tanto, afronto el reto de trabajar esta legislatura mano a mano con el resto de los grupos, porque en cooperación no deberían existir ideologías. Por desgracia, y en esto también, la forma de entender la ayuda internacional de unos y otros es bien distinta. Los hay, el PP, que lo entienden como un acto de caridad o incluso como una oportunidad de negocio. Y, en cualquier caso, siempre como una política secundaria. Basta con ver los recortes aplicados por Mariano Rajoy de hasta el 70% en la pasada legislatura. De hecho, desde el 2011 apenas se ha trabajado en cooperación desde los poderes públicos, y la presencia de España prácticamente es testimonial.
Una vez más, el ejemplo lo dan los miles de ciudadanos que trabajan desde ONGs, colectivos y asociaciones y se desviven por darlo todo por los demás. Desde esta portavocía se trabajará estrechamente con todos ellos, ya que son los que realmente conocen las necesidades y cómo se puede actuar con toda la eficacia posible.
Antes incluso de que se haya constituido la comisión, ya hemos dado un paso importante en un acto en el Congreso junto a otros grupos parlamentarios y con organizaciones sociales –Salud por Derechos, Oxfam Intermon, IS Global, Fondo Mundial- para reclamar al Gobierno un mayor compromiso de cara a la Conferencia de Reposición de Recursos del Fondo Mundial de Lucha contra el sida, la tuberculosis y la malaria que se celebrará en Montreal (Canadá) a partir del 16 de septiembre. Hemos remitido una carta al ministro de Exteriores, José María Margallo, para que se comprometa a presentar unos recursos acordes con la capacidad de España y que sean similares a los de otros países de nuestro entorno. Italia, por ejemplo, aporta 100 millones de euros. Una cifra insignificante en un presupuesto. Este gobierno ha actuado con racanería con este fondo mundial, imprescindible para que estas tres enfermedades –cada vez menos mortales en Occidente—sean combatidas con eficacia en el resto del mundo. Gracias a este fondo, la mortalidad se ha logrado reducir entre un 30 y un 50%, por ello consideramos muy necesario, por dignidad y por salud pública, que hagamos este pequeño esfuerzo como Estado. Porque la cooperación internacional es Justicia. No caridad.