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Hace casi un año, tuve la ocasión de conocer Melilla y su realidad social de la mano de mi buena amiga y compañera Gloria Rojas. Ver de cerca la valla que separa dos mundos y los cientos de personas recluidas en un centro de internamiento son experiencias que jamás olvidaré. Personas refugiadas en busca de una oportunidad. Supervivientes de mil penurias que han llegado incluso a nado y a las que las autoridades europeas han tratado como mercancía. Poco o nada, o incluso a peor, han cambiado las cosas en un año.
El Gobierno de España sigue sin dar respuesta e incumple su compromiso de acogida. Hoy gobierna Estados Unidos un tipo que ya ha ordenado deportaciones masivas y su máxima aspiración política es levantar un muro entre el norte y el sur. En varios países, algunos tan cercanos como Francia, escala la extrema derecha y su discurso racista cala hasta límites inesperados. Mientras, en las fronteras de Grecia y de Turquía, miles de seres humanos continúan hacinados sin ningún futuro.
Me gustaría saber cuánto hablaron de todo esto Rajoy y Hollande en su reciente cumbre bilateral. Me gustaría que separaran esta cuestión del terrorismo y la inseguridad. El asunto es complejo, pero tenemos la obligación de elaborar un digno plan de acogida y cumplir con el derecho de asilo de una forma digna. Es la hora de buscar soluciones pensadas y planificadas, aparcar prejuicios y posturas inaceptables. Estamos hablando de seres humanos que han visto truncado su destino por la violencia y el terrorismo. Merecen otra oportunidad. Y Occidente puede asumirlo, de forma planificada y actuando con inteligencia. Aparcando discursos viscerales y populistas. Debemos aprender de nuestra historia, no tan lejana, plagada de deportaciones, éxodos migratorios y violencia racial y religiosa. Al menos, reconforta ver manifestaciones como las de este fin de semana, en las que miles de ciudadanos han reclamado en la calle una mayor sensibilidad con los refugiados y refugiadas.
En el Congreso llevamos un año hablando mucho de este asunto, que preocupa a todos los grupos. Sin ir más lejos, la semana pasada, en la Comisión de Interior, donde tuve la responsabilidad de defender la posición de mi partido. Mientras preparaba la intervención sentí que llevamos mucho tiempo hablando de esto, sin que se vean los frutos. El Gobierno también mira hacia otro lado en esta cuestión. Y no lo podemos aceptar. Por mi parte, no será la última vez que denuncie los incumplimientos en materias que son directamente derechos humanos. Ojalá nunca más tuviera que hacerlo. Sería la mejor señal de que este mundo funciona un poco mejor.
Hace casi un año, tuve la ocasión de conocer Melilla y su realidad social de la mano de mi buena amiga y compañera Gloria Rojas. Ver de cerca la valla que separa dos mundos y los cientos de personas recluidas en un centro de internamiento son experiencias que jamás olvidaré. Personas refugiadas en busca de una oportunidad. Supervivientes de mil penurias que han llegado incluso a nado y a las que las autoridades europeas han tratado como mercancía. Poco o nada, o incluso a peor, han cambiado las cosas en un año.
El Gobierno de España sigue sin dar respuesta e incumple su compromiso de acogida. Hoy gobierna Estados Unidos un tipo que ya ha ordenado deportaciones masivas y su máxima aspiración política es levantar un muro entre el norte y el sur. En varios países, algunos tan cercanos como Francia, escala la extrema derecha y su discurso racista cala hasta límites inesperados. Mientras, en las fronteras de Grecia y de Turquía, miles de seres humanos continúan hacinados sin ningún futuro.