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El discurso Mr Wonderful del Rey y la histórica vergüenza que produce

30 de diciembre de 2020 22:55 h

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Distraído, el otro día escuchaba que la Navidad en España transciende más allá de nuestra condición de católicos o ateos.

Es una relación más íntima en la que todos nos hemos habituado a pasar esos días de una manera determinada y que este año esas limitaciones rompían muchos esquemas y hábitos adquiridos. Creaba paradojas; cómo repartimos a la familia este año, y nos obligaba a permanecer en casa más allá de los turrones.

Pues estas Navidades se ha roto otra costumbre y por azar o decisión subconsciente, mientras repartíamos las pegatinas de colores para no mezclar los vasos, acabamos poniendo el discurso del Rey, sin esperanza y sin emoción. Ya eran muchos años sin escuchar la letanía de todos los discursos desde el blanco y negro de mi infancia, hasta el color, pasando por el año de Noos: “esfuerzo, compromiso y lucha conjunta por ser mejores”, “hemos de esforzarnos todos juntos por superar esta crisis” o “la democracia es el marco que nos une, como elemento conciliador en clara armonía”.

Supongo que este año nuestro subconsciente quería ver si el actual Rey iba a pedir explicaciones y “justicia” para el Rey huido. Si iba a mencionar las tarjetas black, las supuestas mordidas del AVE a la Meca, esas posibles cuentas en paraísos fiscales. A la postre, pedir disculpas públicas sobre las actuaciones dudosas de su padre, ya que el emérito sigue huido, celebrando barbacoas y sin dar las oportunas y necesarias explicaciones, ante la ciudadanía que representó y la Justicia.

Así mientras el Rey iba dejando pasar los minutos con los temas del año y los mismos mensajes vacíos de todos los años reciclados para este 2020, iba cayendo el silencio en el salón. El rey huido huía del discurso de su hijo, ante nuestra estupefacción e indignación.

Ya que mientras pasábamos los silencios entre canapé y sorbo, el Rey se hundía en vacuas palabras de agradecimiento a los sanitarios, sin mencionar porqué llegamos a esa situación en marzo. Sin ser capaz de reflexionar cómo se nos cayó el sistema sanitario y, sin empatizar con nosotros y con una estéril palmadita en la espalda, cambió de tema.

Se arrogó comprender nuestro padecimiento, porque “nos visitó y compartió nuestra situación”.

Los sanitarios no queremos tus frases de Mr. Wonderful porque te hacen cómplice de un modelo que ha triturado el sistema sanitario. No queremos ni aplausos, ni medallas Princesa de Asturias. Queremos que se señalen los males que padecemos y que se exija un compromiso del que salgan fortalecidos todos los servicios públicos porque hemos sido los que hemos soportado esta crisis sanitaria en sus días más oscuros.

Así siguió deslizándose por el año, con más frases precocinadas, pero volvió a olvidarse de la lacra de la violencia machista, del ascenso de los delitos de odio auspiciados por la extrema derecha, o el drama de la migración. Y por supuesto, no mencionó que 26 millones de españoles merecemos ser fusilados por peligrosos trasnochados herederos del franquismo. Ni le pareció relevante que altos mandos militares le envíen cartas defendiendo los postulados de la ultraderecha, en claros ataques a un gobierno elegido democráticamente y a la propia convivencia democrática, precisamente de la que sobran todos estos personajes con olor a naftalina que sueñan con paseillos y desfiles en la Plaza de Oriente.

Sin duda todos los españoles esperábamos un discurso histórico, e histórica ha sido la torpeza de no hacer frente a la situación que vive su Institución. Histórica es la vergüenza que produce que esconda la cabeza y no tuviera el valor de condenar explícitamente las noticias reveladas por los principales medios internacionales sobre su padre. Histórica es la oportunidad que ha perdido para que los españoles podamos comulgar con esta casa y ampararle a él, frente a su padre.

Porque en ese discurso, con sus silencios y con lo que no dijo, no acercó la República, pero sí que hundió la imagen de la Monarquía y hace muy complejo que los voceros del Reino puedan defender su gestión ante las supuestas corruptelas de su padre.

En su discurso más importante donde se podría marcar el fin de la Institución nos cenamos un terrible discurso, lleno de espacios comunes, vaguedades, lista de deseos y olor a naftalina.

“Mal día he elegido para romper tradiciones” pensaba mientras miraba atónito el final del discurso y comprobaba cómo el Rey había aprendido lo importante de esta pandemia; lavarse las manos y mantener la distancia social.

Distraído, el otro día escuchaba que la Navidad en España transciende más allá de nuestra condición de católicos o ateos.

Es una relación más íntima en la que todos nos hemos habituado a pasar esos días de una manera determinada y que este año esas limitaciones rompían muchos esquemas y hábitos adquiridos. Creaba paradojas; cómo repartimos a la familia este año, y nos obligaba a permanecer en casa más allá de los turrones.