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Desde el pasado 24 de mayo, y tras el éxito de las candidaturas municipalistas de confluencia ciudadana, la necesidad de construcción de un proyecto de unidad popular para afrontar las próximas elecciones generales ha venido siendo reclamada desde muy distintos agentes y espacios políticos. Esta insistencia parece haberse asentado en la existencia de, digamos, algo así como un clamor popular, una exigencia que resonaba en todas partes como ruido de fondo; en la existencia, en definitiva, de un deseo colectivo que, a pesar de expresarse de diversos modos, exigía dar un empujón a los procesos de asalto institucional y resistencia al neoliberalismo.
Probablemente, el lugar donde más intensamente se ha expresado el deseo colectivo de construcción de una opción electoral antiausteridad con opciones de éxito para las generales haya sido en ese espacio disperso, múltiple y complejo generado bajo el nombre de Ahora en Común. A lo largo de los últimos meses hemos visto brotar asambleas y grupos de trabajo a lo largo y ancho de todo el territorio nacional e, incluso, más allá de éste. Ahora en Común ha sido y, en cierta medida, aún es ese lugar abierto en el que se encuentran y trabajan quienes, a pesar de sus diferencias, están promoviendo la posibilidad de un desborde electoral capaz de enfrentarse, usando la palanca oxidada del Estado, a los retos que supone rechazar la dictadura del capital financiero en Europa. En último término, Ahora en Común se ha definido como una plataforma ciudadana en favor de la confluencia de las fuerzas implicadas en la mejora de las condiciones de vida de la mayoría social.
De alguna manera, ese ha sido el mayor éxito de Ahora en Común: el dar cuerpo a un deseo compartido por muchos y muchas. Es ese cuerpo el que, a su vez, ha sido capaz de poner sus exigencias en eso que alguno ha llamado el centro del tablero, desplazando otras cuestiones que resultaban menos perentorias. A pesar del relativo caos de su organización, o quizás gracias a éste, Ahora en Común ha obligado a las diversas fuerzas políticas a posicionarse ante el problema de la confluencia. A día de hoy parece que todas han aceptado la necesidad de la misma. ¡Incluso personajes salidos directamente del baúl de la ropa vieja, como el superjuez Garzón, responsable del cierre de periódicos como Egin o de la libertad de traficantes de armas como Monzer Al Kassar, el Príncipe de Marbella; Gaspar Llamazares, siempre presto a dar un paso adelante por el bien de la unidad de la izquierda; Cristina Almeida, fundadora del inolvidable partido de tránsfugas que fue Nueva Izquierda; o aquella joven representante de la vieja política que fue la socialistas Beatriz Talegón! El caso, sin duda, más delirante de la llamada a la confluencia no puede ser otro que el de Izquierda Unida-Comunidad de Madrid, que convocan a la unión de la verdadera izquierda frente a la subordinación de IU a Podemos.
Estos dos últimos actores también parecen haber tomado posiciones tras la asamblea que el pasado 12 de septiembre reunió a los diversos nodos territoriales de Ahora en Común. Justo al día siguiente de que ésta tuviera lugar, Alberto Garzón afirmaba en una declaración pública que se presentará a las primarias que se lleven a cabo en Ahora en Común. Pablo Iglesias, por su parte, tras meses insistiendo en que no pactará con IU, muestra la disponibilidad de Podemos a negociar con una candidatura de confluencia como Ahora en Común y celebra el paso adelante dado por Garzón. A su vez, este último, desde la nueva posición, comenta que IU no pactará con Podemos e, incluso, afirma que, si no se llega a pactos, Ahora en Común podría presentar una candidatura alternativa a Podemos.
Todo indica que Podemos e IU, o, al menos, la dirección de Podemos y la IU de Alberto Garzón, han llegado a un acuerdo por arriba que tiene la dudosa virtud de aparecer como un proceso surgido desde abajo, han llegado a un pacto entre cúpulas que tratarán de hacer pasar como el efecto de un movimiento de protagonismo ciudadano. La única condición pasa por que IU “ponga orden” en el relativo caos que reina en Ahora en Común, y que ciertos sectores de la propia formación se han asegurado de fomentar al forzar en la asamblea estatal propuestas que apuntan en el sentido de un Ahora en Común sin Podemos. IU-Federal ya ha aprobado la completa implicación del partido en Ahora en Común y dado orden a sus cuadros de ponerse a trabajar. Podemos, por su parte, justo al contrario, pero, se intuye, con el mismo objetivo, ha decidido no implicarse en Ahora en Común, dejando campo abierto a la acción libre de IU. Una vez que IU haya tomado el control de Ahora en Común y Garzón y los suyos ganado unas primarias en las que no tendrán adversario, ya estarán investidos, el partido y su candidato, de la pátina ciudadanista que necesita la dirección de Podemos para justificar ante sus bases un pacto para la confección de la lista de unidad popular que se presentará a las generales.
Así, podemos decir que, si el pacto entre cúpulas se ha producido, implícita o explícitamente, entonces la confluencia ya ha tenido lugar. Con un solo pero. La ciudadanía, esa que se expresó en el 15M, la que impulsó las Mareas, la que luego hizo nacer Podemos, la que alzó hasta las alcaldías de Barcelona, Zaragoza, Madrid o Coruña a las candidaturas municipalistas, esa ciudadanía que no tiene rostro ni pertenece a ningún partido, esa que algunos denominaron como “los de abajo”, esa que ha protagonizado todos y cada uno de los acontecimientos de los últimos años en este país, esa cuya presencia es sinónimo de democracia, esa habrá visto desactivada su potencia insurreccional. Tendremos una sola lista de transformación para las generales, una candidatura de unidad popular, pero ésta no estará respaldada por esa fuerza ciudadana que necesita cualquier gobierno que pretenda enfrentarse al neoliberalismo en la situación actual.
Si todo sucede como está previsto, si nada interrumpe el despliegue mecánico impuesto por las cúpulas de los partidos, el desborde democrático muy difícilmente tendrá lugar. Los precocinados, aunque se etiqueten como slow food o como alta cocina, no gustan a muchos.