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Algo se está moviendo en la socialdemocracia europea. Los laboristas británicos y los socialistas franceses han entendido mayoritariamente que el proyecto político que mejor garantiza la equidad y el bienestar del conjunto de la sociedad no es aquel que se limita a atemperar las fuerzas del neoliberalismo o a establecer complicidades más o menos críticas con las fuerzas de la derecha, sino el que de manera valiente y autónoma se propone liderar una nueva etapa de progreso en Europa.
Aunque a algunos aún les cueste aceptarlo, las nuevas versiones de la tercera vía parecen haberse agotado sin acercarse siquiera a los éxitos electorales de los que disfrutaron sus exponentes originales. Si algo debemos aprender de la experiencia comparada de estos últimos años es que cuando la socialdemocracia se aparta de sus principios y valores, cuando pacta con la derecha, cuando adopta políticas de corte neoliberal, ineludiblemente experimenta fracasos espectaculares. Hemos visto enormes descensos electorales por esta razón en Alemania, en Austria, en Holanda, en Finlandia o en Irlanda. Motivos similares explican la salida de Renzi del gobierno italiano y la decisión de Hollande de no concurrir a las primarias francesas.
Al echar la vista atrás observamos que cuando más necesario era que el socialismo pusiera sobre la mesa respuestas coherentes y reconocibles ante los problemas ocasionados por la crisis económica y social, se optó mayoritariamente por ofrecer más de lo mismo, dejando por el camino importantes dosis de credibilidad. En un escenario de fragmentación política y partidista, en el que las lealtades se han vuelto mucho más volátiles, se perdió una parte del apoyo ciudadano que tradicionalmente tuvo el proyecto socialdemócrata. Afortunadamente, ejemplos como los citados parecen indicar que estamos recorriendo el camino inverso y regresando a una senda que nunca debimos abandonar. Es más, en Portugal, esta nueva propuesta ha cristalizado en un exitoso gobierno de progreso que bien podría servir como revulsivo y ejemplo para una izquierda heterogénea como la española, llamada a entenderse.
El PSOE afronta esta disyuntiva en pleno proceso de elección de la persona que dirigirá sus destinos los próximos años y no lo hace en las mejores condiciones posibles. En 2015 y 2016 no obtuvimos los resultados electorales que deseábamos pero las urnas nos dejaron en una posición política decisiva. Sin embargo, en lugar de mantener la unidad interna para explorar la posibilidad de formar gobierno, se expulsó al secretario general elegido por la militancia y se facilitó el gobierno del Partido Popular. Desde entonces, la dirección interina de la gestora, extralimitándose de las atribuciones que estatutariamente tiene establecidas, se embarcó en una dinámica de pactos que ha permitido al PP iniciar la legislatura sin mayores sobresaltos, por mucho que puedan exhibirse algunas mínimas concesiones. Miles de militantes y millones de ciudadanos no comprenden la deriva en la que desde el pasado mes de octubre se ha adentrado el PSOE.
Si queremos volver a ser determinantes, debemos transformarnos como partido. El proceso de primarias, aunque tardío, se presenta como la oportunidad de confrontar no sólo proyectos ideológicos, sino también propuestas sobre el modelo de partido que queremos y la estrategia política que hay que diseñar para el futuro.
No conseguiremos volver a hacer del PSOE un partido mayoritario que vuelva a liderar a corto plazo el gobierno en España permitiendo que la derecha gobierne casi a su antojo con minoría en el Parlamento. No se genera esperanza ni se sirve mejor a los intereses de quienes más nos necesitan con una décima arriba o abajo de déficit, con pactos incomprensibles o componendas de salón. Se hace con un proyecto de auténtica transformación social, con una organización fuerte, democrática y unida y con un discurso claro y coherente que vuelva a merecer la confianza de los ciudadanos
Necesitamos recuperar la épica y los grandes objetivos en el mensaje político del socialismo porque, como señaló con absoluta claridad Tony Judt: “Sin idealismo, la política se reduce a una forma de contabilidad social, y esto es algo que un conservador puede tolerar muy bien, pero para la izquierda significa una catástrofe”.
Debemos volver a los ideales que hicieron grande al socialismo y encontrar nuevas formas para alcanzar mayores niveles de justicia económica y social. Nuestro reto, el de toda la izquierda, no está en los fines y en los objetivos –que tenemos suficientemente claros: igualdad, solidaridad, fraternidad–, sino en los medios que proponemos para alcanzarlos.
Debemos reivindicar la capacidad de la socialdemocracia de alcanzar las utopías. Hay que trabajar en un nuevo modelo que genere riqueza inclusiva y que sea medioambientalmente sostenible. Debemos explorar nuevos horizontes en el papel del sector público como dinamizador de desarrollo e innovación. Nuestro modelo de bienestar debe dejar de ser uno de los menos redistributivos de Europa. Hay que poner de nuevo en marcha el ascensor social, construir servicios públicos universales de alta calidad, capaces de transformar el crecimiento económico en bienestar, y alcanzar una fiscalidad justa, equitativa y eficiente, que otorgue recursos suficientes al conjunto del sistema. Hay un margen amplísimo para profundizar en la democracia y la participación ciudadana, avanzar en la igualdad y conquistar nuevos espacios de libertad y autonomía personal.
Necesitamos también renovar nuestro partido y conferirle las capacidades que le permitan liderar esta transformación. El PSOE debe volver a convertirse en una organización activa y dinámica, que recupere la voz de su militancia, que retome el pulso de la calle, que atraiga talento y que sea capaz de generar continuamente ideas y propuestas. Ser fieles a nuestra esencia federal significa contar con una dirección dialogante y respetuosa pero también con unos poderes territoriales leales y colaboradores. Necesitamos un partido en el que sus dirigentes no sean poderosos por controlar aparatos, sino verdaderamente influyentes por ser referentes sociales reconocidos en sus respectivos territorios. Un partido unido, sí, pero sin olvidar que de nada sirve la unidad o la estabilidad sin un proyecto que represente a la mayoría progresista del país.
Me encuentro entre los y las socialistas que no entendieron que un secretario general elegido democráticamente fuera desalojado de la forma en que lo fue Pedro Sánchez, que asistieron incrédulos y con infinito dolor a la abstención para hacer presidente a Rajoy, que no soportan las desigualdades y las injusticias, que quieren un país más solidario y más justo, que creen que la izquierda debe unirse para devolver la esperanza a los millones de progresistas que son mayoría en nuestro país. Por eso, para que nuestro partido se transforme y podamos recuperar la ilusión y el orgullo de ser socialistas, emprendo el viaje con Pedro Sánchez. Lo hago con la esperanza de afrontar un nuevo tiempo en el que el PSOE vuelva a ser lo que fue, la organización de encuentro de una izquierda amplia, que abandere una socialdemocracia moderna y que transforme de nuevo España para que, al cabo de unos pocos años, el daño y el sufrimiento ocasionados por la derecha, no sean más que un mal recuerdo.
Algo se está moviendo en la socialdemocracia europea. Los laboristas británicos y los socialistas franceses han entendido mayoritariamente que el proyecto político que mejor garantiza la equidad y el bienestar del conjunto de la sociedad no es aquel que se limita a atemperar las fuerzas del neoliberalismo o a establecer complicidades más o menos críticas con las fuerzas de la derecha, sino el que de manera valiente y autónoma se propone liderar una nueva etapa de progreso en Europa.
Aunque a algunos aún les cueste aceptarlo, las nuevas versiones de la tercera vía parecen haberse agotado sin acercarse siquiera a los éxitos electorales de los que disfrutaron sus exponentes originales. Si algo debemos aprender de la experiencia comparada de estos últimos años es que cuando la socialdemocracia se aparta de sus principios y valores, cuando pacta con la derecha, cuando adopta políticas de corte neoliberal, ineludiblemente experimenta fracasos espectaculares. Hemos visto enormes descensos electorales por esta razón en Alemania, en Austria, en Holanda, en Finlandia o en Irlanda. Motivos similares explican la salida de Renzi del gobierno italiano y la decisión de Hollande de no concurrir a las primarias francesas.