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Este debate, sin embargo, se está desplegando a partir de la asunción de una idea supuestamente compartida, la de que la prioridad ahora no es otra que preparar el asalto al gobierno de la nación. Esta idea impide atender a una consideración más elemental. Olvida que los movimientos municipalistas han accedido a los gobiernos locales, y que el espacio de trabajo que ahí se abre es inmenso. El debate en torno a la táctica a seguir para ganar las elecciones generales acalla cuestiones más urgentes. ¿Qué va a pasar cuando se acceda a los ayuntamientos? ¿Qué escenario se dibuja? ¿Cómo se va a trabajar desde ahí? ¿Qué significado se va a dar a la palabra “gobernar”?
Estas cuestiones resultan decisivas a la hora de delinear los pasos inmediatos a seguir, pero también a la hora de decidir la táctica necesaria para ganar las elecciones generales. A veces da la impresión de que, para algunos, la apuesta por el asalto a las instituciones de gobierno local era sólo un campo de entrenamiento para una batalla más importante. Sin embargo, si se toma en serio la propuesta municipalista, la lucha por los ayuntamientos no es sólo un campo de pruebas, sino el elemento clave a la hora de alterar el reparto de fuerzas y de quebrar las lógicas de dominación aún vigentes. Sólo respondiendo a las cuestiones más urgentes del municipalismo es posible plantearse con algo de seriedad el problema siguiente, que es el de la escalabilidad, es decir, el del salto a la escala nación.
Por lo tanto, ¿qué va a pasar cuando las organizaciones municipalistas accedan, allí donde lo van a hacer, a las alcaldías? El horizonte que se presenta es, sin duda, excitante; pero, también, muy complicado. Gobiernos en minoría, sin apenas presupuesto a su disposición y en ayuntamientos con deudas asfixiantes. Los gobiernos salientes han seguido una estrategia de tierra quemada dejando a unas instituciones en situación prácticamente de colapso y unas ciudades en gran medida devastadas por la crisis y el empobrecimiento generalizado. La estrategia de ese monstruo de dos cabezas que ha gobernado desde la transición, la estrategia conjunta de PP y PSOE, no puede ser otra que tratar de devolvernos a todos a la situación previa a las elecciones del 24M, no puede ser otra que intentar recuperar posiciones, reforzarse y recomponer el bipartidismo.
Tras el descalabro de la estrategia griega, que llevó a la desaparición, primero, del PASOK y, luego, al triunfo de Syriza, nuestro monstruo de dos cabezas no puede, salvo excepcionalmente, arriesgarse a conformar gobiernos de concentración que supondrían el suicidio del PSOE, al quedar éste representado como lo que, en el fondo, ya es, un aparato al servicio de la reproducción de un régimen favorable a las élites herederas del franquismo y no al servicio de las personas. La única opción que le queda al monstruo bicéfalo es teatralizar, con la cabeza que se dice de izquierdas, el apoyo a las candidaturas municipalistas en los actos de investidura, para, a renglón seguido, boicotear cualquier iniciativa de cambio e, incluso, de gobierno. Se buscará, así, generar una sensación de desgobierno que, habiendo erosionado la credibilidad de las apuestas de transformación, será utilizada por las cúpulas socialistas para presentarse como la única alternativa de izquierdas capaz de hacerse cargo de la responsabilidad de gobierno.
La insistencia que han hecho los diversos partidos, incluido Ciudadanos, en la exigencia de estabilidad juega un papel fundamental en este sentido. Los discursos que ponen el acento en la necesidad de formar gobiernos estables es la trampa con la que el monstruo del bipartidismo pretende desactivar los procesos de transformación popular. Es más que previsible que, al mismo tiempo que reiteran hasta la saciedad la necesidad de estabilidad, lleven adelante políticas desestabilizadoras que impidan a los gobiernos municipalistas desarrollar las medidas de emergencia que mejorarían las condiciones de vida de la mayoría.
Si tiene éxito la estrategia perversa de desestabilizar al mismo tiempo que se exige estabilidad, el monstruo del bipartidismo, apoyándose en Ciudadanos, se verá muy reforzado de cara a las elecciones generales y, en caso de cosechar en éstas buenos resultados, derivará en mociones de censura en los municipios rebeldes. Decía que si tiene éxito. Pero no puede no tener éxito. El escenario que se dibuja en el interior de las instituciones es, como es obvio, un escenario de guerra abierta entre los partidos del régimen, aliados con Ciudadanos, y las fuerzas políticas que promueven el cambio.
Entonces, ¿cómo se va a trabajar desde ahí, una vez ocupados los ayuntamientos? Nos enfrentamos, como he dicho, a un escenario de guerra abierta en el interior de las instituciones. Y esa guerra es una guerra que, aparentemente, está perdida de antemano. Cualquiera que haya leído algo sobre estrategia militar sabe que una vez los contendientes están dispuestos en el campo de batalla todo está decidido. Los estrategas orientales lo han explicado con claridad: una vez definidas las posiciones iniciales y las reglas de juego, lo que sigue es puro desarrollo mecánico; el triunfo y la derrota se deciden antes de que empiece la batalla, en función de cómo se dispongan las fuerzas en liza.
La pregunta que hay, entonces, que hacerse es si es posible cambiar las reglas de juego, si es posible alterar las posiciones iniciales, si es posible desbaratar el propio campo de batalla. ¿Qué estrategia seguir para no verse atrapado en un gobierno imposible? O, mejor aún, ¿cómo hacer del gobierno imposible la palanca de transformación social que deseamos?
Es indispensable transformar el campo en el que se despliega el conflicto e, incluso, alterar el rostro de los agentes en pugna. Para ello, en primer lugar, es necesario sacar la toma de decisiones de gobierno de la sala de plenos del ayuntamiento, para dejarla en manos del conjunto de la ciudadanía. Y ello no sólo a través de consultas más o menos periódicas, sino, sobre todo, a través del fomento de la organización autónoma de la gente. Frente a los que reclaman responsabilidad de gobierno, hay que apostar por favorecer una ciudadanía ingobernable. Sólo si el conflicto deja de jugarse entre las organizaciones municipalistas y el monstruo de dos cabezas, para revelarse como una lucha de las mayorías sociales contra las fuerzas del régimen y los intereses que éstas representan, será posible desactivar los proyectos de regeneración del bipartidismo.
Los cargos electos de las candidaturas municipalistas no podrán administrar la cosa pública, pero sí favorecer las condiciones para que las exigencias de la población movilizada se trasladen al interior de las instituciones locales. Establecer los cauces necesarios para una participación masiva es lo único que puede romper la estrategia de desestabilización que el PSOE y el PP ya preparan. Esta es, además, la precondición para que las alternativas electorales de cambio no se vean lastradas por una erosión política prematura que acabe impidiendo la conformación de una máquina electoral para las generales con alguna opción de éxito. No es Podemos sí o Podemos no. Es cuestión de autoorganización ciudadana.