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Lo local es lo universal

Ana Asión Suñer

23 de octubre de 2019 13:39 h

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Llevo varios meses dándole vueltas a esta sencilla afirmación. Creo que empecé a hacerlo cuando realicé mi primer audiovisual, ya que la idea que perseguía era contar una historia muy concreta, situada en un entorno geopolítico específico; pero que al mismo tiempo despertara el interés de aquellas personas que no estuvieran ligadas a él. Aunque mi interés fue en aumento, no ha sido hasta fechas recientes cuando realmente me he parado a indagar sobre el enunciado en cuestión.

Mis primeras pesquisas me señalan a dos poetas, William Carlos Williams y Miguel Torga, como “autores” de estas palabras, o por lo menos intelectuales que se vincularon con esta idea. Sin embargo, y ante la falta de satisfacción por el descubrimiento, continuo con mi reflexión personal. Volviendo la vista atrás, observo cómo durante la Prehistoria se han encontrado representaciones antropomórficas que, separadas por miles de kilómetros, comparten características formales. Ídolos que, de la Península Ibérica a Asia Central, muestran en todos los casos el poder que la imagen tenía ya en aquellos instantes. Ejemplos particulares que demuestran cómo los seres humanos compartimos toda una serie de intereses, sentimientos y necesidades comunes, aquí y en el otro extremo del mundo. Pero quizás esto resulta demasiado evidente (o no).

De vuelta de nuevo a 2019, a finales de este verano descubrí el éxito que el documental Zaragoza vil había tenido entre gran parte de la población maña. Su autor, Antonio Tausiet, insiste en que se trata de un trabajo sobre la capital aragonesa, pero que podría realizarse sobre cualquier otra localidad. Al fin y al cabo, su objetivo no ha sido otro que, desde la ironía y el sarcasmo, poner nombres y apellidos a los poderes fácticos que dominan la urbe. ¿Realmente no podría realizarse un “Teruel vil”, un “Madrid vil” o un “Nueva York vil”? Yo estoy segura de que sí. De hecho, el propio director elaboró un texto en el que, al hablar del éxodo rural durante el siglo XX a través del cine, trató el caso de Zaragoza comparándolo al de los Balcanes: “Todo son gajos de la misma naranja, alejada del cemento y la polución, sumida en un mundo que no puede desaparecer porque en él está la esencia de la vida”.

Otro director, Alejandro Amenábar, reflexionaba sobre este mismo tema en la presentación de su película Mientras dure la guerra. En este caso lo hacía mientras fuera del recinto tenía lugar una concentración ultraderechista donde se alimentaba el odio que ciertos colectivos quieren instaurar actualmente en la sociedad española. Preguntado acerca de la repercusión ideológica que ha podido generar su trabajo, el cineasta chileno fue claro: el diálogo y el entendimiento resultan claves ante la diversidad de posturas, ya sea en un país o en tu propia comunidad de vecinos. Tolerancia ante cualquier adversidad, porque “hablando se entiendo la gente”, y sobre todo porque ante todo son más las cosas que nos unen que las que nos diferencian. Y ahí es cuando entendí que lo local es lo universal.

Llevo varios meses dándole vueltas a esta sencilla afirmación. Creo que empecé a hacerlo cuando realicé mi primer audiovisual, ya que la idea que perseguía era contar una historia muy concreta, situada en un entorno geopolítico específico; pero que al mismo tiempo despertara el interés de aquellas personas que no estuvieran ligadas a él. Aunque mi interés fue en aumento, no ha sido hasta fechas recientes cuando realmente me he parado a indagar sobre el enunciado en cuestión.

Mis primeras pesquisas me señalan a dos poetas, William Carlos Williams y Miguel Torga, como “autores” de estas palabras, o por lo menos intelectuales que se vincularon con esta idea. Sin embargo, y ante la falta de satisfacción por el descubrimiento, continuo con mi reflexión personal. Volviendo la vista atrás, observo cómo durante la Prehistoria se han encontrado representaciones antropomórficas que, separadas por miles de kilómetros, comparten características formales. Ídolos que, de la Península Ibérica a Asia Central, muestran en todos los casos el poder que la imagen tenía ya en aquellos instantes. Ejemplos particulares que demuestran cómo los seres humanos compartimos toda una serie de intereses, sentimientos y necesidades comunes, aquí y en el otro extremo del mundo. Pero quizás esto resulta demasiado evidente (o no).