El Prismático es el blog de opinión de elDiario.es/aragon.
Las opiniones que aquí se expresan son las de quienes firman los artículos y no responden necesariamente a las de la redacción del diario.
Como a una gran mayoría mundial, la victoria de Donald Trump me ha dejado profundamente preocupada. Por dos motivos: el primero, por las causas que llevan a tantos millones de personas a elegir a una persona agresiva, machista, racista y egoísta (por elegir solo algún calificativo que le defina); y el segundo por las consecuencias que su triunfo puede tener en los próximos años. No espero nada bueno, pero confío en que se imponga la cordura y sus delirios populistas sean calmados por un grupo de asesores que, espero, tengan la suficiente influencia como para que la mayor potencia del mundo no sea gobernada mediante los impulsos de este dirigente.
Casi siempre se da un margen de confianza a los nuevos dirigentes, pero este no ha sido el caso. La preocupación ha sido generalizada, y los primeros pasos que ha dado no nos anima a ser optimistas. Si sus referentes en Europa son Farage o Le Pen, vamos listos. Por cierto, dos dirigentes muy bien valorados en sus países y que podrían dar cualquier día una nueva sorpresa desagradable. Sus anuncios contra la inmigración y su peculiar sentido de la concordia internacional no dejan de provocarme inquietud.
No me gusta Trump, ni me gustan muchas de las reglas de un país que, por otro lado, es maravilloso, bebemos de su cultura y nos beneficiamos en muchas ocasiones de sus avances. Me gusta la Estados Unidos de progreso y no la reaccionaria ultraconservadora. España es aliada de Estados Unidos y está por ver cuál será la relación con nuestro país. Zaragoza acogió muchos años una base americana y hoy es un campo de maniobras de la OTAN que es empleado con demasiada frecuencia para adiestramiento militar. Por eso, cualquier pulsión de Donald Trump también nos afecta de cerca. No quiero que nuestro cielo sirva para que lo surquen los F-18 con vocación de combate. Prefiero los Ejércitos que ayudan a la paz y tratan de cooperar con las personas que sufren la violencia y la barbarie. El mejor ejemplo de eso, nuestras Fuerzas Armadas.
En tiempos de máxima incertidumbre política, donde no existen las certezas, la sombra de Trump inquieta. Espero que haya suficiente mano izquierda para que su mandato no resquebraje las relaciones diplomáticas. El nuevo ministro de Asuntos Exteriores, Alfonso Dastis, ve sin embargo “excelentes perspectivas”. No sé muy bien dónde las encuentra. Yo, más allá de respetar el resultado y desear lo mejor por el bien de todos, no encuentro nada positivo en este señor, que ha pasado de ser un hombre todopoderoso en lo económico a serlo a partir de ahora también en lo político.
Y sinceramente, espero que tenga un mandato corto y pronto pase a ser un recuerdo ignominioso en la historia de los Estados Unidos.
Como a una gran mayoría mundial, la victoria de Donald Trump me ha dejado profundamente preocupada. Por dos motivos: el primero, por las causas que llevan a tantos millones de personas a elegir a una persona agresiva, machista, racista y egoísta (por elegir solo algún calificativo que le defina); y el segundo por las consecuencias que su triunfo puede tener en los próximos años. No espero nada bueno, pero confío en que se imponga la cordura y sus delirios populistas sean calmados por un grupo de asesores que, espero, tengan la suficiente influencia como para que la mayor potencia del mundo no sea gobernada mediante los impulsos de este dirigente.
Casi siempre se da un margen de confianza a los nuevos dirigentes, pero este no ha sido el caso. La preocupación ha sido generalizada, y los primeros pasos que ha dado no nos anima a ser optimistas. Si sus referentes en Europa son Farage o Le Pen, vamos listos. Por cierto, dos dirigentes muy bien valorados en sus países y que podrían dar cualquier día una nueva sorpresa desagradable. Sus anuncios contra la inmigración y su peculiar sentido de la concordia internacional no dejan de provocarme inquietud.