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El título de este artículo es de mi mujer, que dio con él hablando el otro día sobre el miedo y el odio que la derecha siente hacia el feminismo. Y es porque altera el “orden natural” de las cosas. Ese orden perpetuado durante siglos mediante silenciamientos, golpes, encierros, desprecios, y otras formas de hacer de menos a la mitad de la población mundial para que los hombres estemos en puestos de poder, ganemos más dinero, tengamos más tiempo libre… Porque siempre ha sido así.
Un orden que todavía persiste, pero en el que abren grietas. Algunas son pequeñas, casi simbólicas; otras son grandes, resuenan en todo el mundo y tienen un efecto de bola de nieve.
Un ejemplo de grieta pequeña es el concurso de relatos de ciencia ficción para escritoras convocado por la editorial Triskel. A pesar de que esta es la tercera edición del certamen, y a pesar de que las dos anteriores también estaban dirigidas a mujeres, es ahora cuando un señor ha decidido escribir una carta en protesta. Imagino que antes lo veía como una rareza, y ahora lo siente como una amenaza.
¿Es necesario recordar la invisibilidad de las mujeres en la literatura en general y en el género de ciencia ficción en particular? ¿Es necesario recordar que en los más de 100 años de existencia del Premio Nobel de Literatura sólo se ha entregado a 14 mujeres? ¿O que en 40 años que el Premio Jerusalén sólo ha sido entregado a 3 mujeres, la última vez esta misma semana?
Algo similar sucede en el cine. Los premios Goya se entregan desde hace más de 3 décadas y el premio a mejor dirección lo han ganado 4 mujeres. Peor todavía es la estadística en los Oscar, donde únicamente Kathryn Bigelow ha conseguido superar ese techo de cemento armado.
En otro ámbito, la política, es cierto que ha habido avances, pero han sido forzados a golpe de ley. Aquellos que hoy se dicen feministas recurrieron la ley de igualdad de Zapatero y todavía ningún partido con posibilidad de llegar al Gobierno ha presentado a una mujer como candidata (por cierto, Podemos Aragón es el único partido que presenta a una mujer para llegar al Pignatelli).
En este momento de la argumentación suelen salir voces que hablan de mérito, de libertad, de igualdad de oportunidades, de que no se puede premiar (o seleccionar para un puesto de dirección) a un mal profesional sólo por el hecho de que sea mujer. “Hay que elegir a los mejores, sin importar el género”. Claro, porque casualmente todos los hombres han sido siempre mejores profesionales que las mujeres, en estos y otros ámbitos, ¿verdad? (Salvo en el sector de los cuidados, donde, también casualmente, a las mujeres se les da mejor).
En un terreno más familiar, existe una campaña que anima a las adolescentes a estudiar ingeniería, informática, física… Carreras “de hombres”. Por mucho que se diga que hoy hay libertad para las mujeres, existe un tipo de manipulación, de educación sexista, inconsciente, que hace que las mujeres “decidan” estudiar otras carreras. Para aquellas personas interesadas, recomiendo el corto Mi hija quiere ser ingeniera, para ver cómo la familia influye en la decisión de las hijas. Más interesante es el documental Ni superhéroes ni princesas. Allí se ve cómo la publicidad, los juguetes, las familias, la escuela… moldean el pensamiento de chicos y chicas de muy corta edad. A partir de los 6 años, las chicas creen que son peores que los chicos. Y eso puede lastrar durante toda la vida. Pero el documental también muestra cómo es posible revertir estos sesgos y lograr que una chica quiera ser ingeniera y un chico maquillador.
El 8M es una de esas grietas que hacen tambalear el muro. El año pasado hubo partidos que se reían de la manifestación, que la criticaban con dureza. Albert Rivera dijo, por ejemplo: “No apoyamos la huelga feminista porque no somos anticapitalistas”. También Inés Arrimadas dijo que problemas tan serios como la brecha salarial, el acoso sexual o desigualdad de género “no son tan claros”. Lo demostraron al decir que abortar no es un derecho o al rechazar las cuotas para impulsar la paridad y lograr que las mujeres rompan ese techo, que no es de cristal, sino de cemento armado.
Este año Ciudadanos se ha sumado, de aquellas maneras, y se ha colgado la etiqueta de “feministas liberales”. Es lamentable que quiera subirse ahora al carro y quiera hacernos creer que los vientres de alquiler son un gesto de altruismo y feminismo; pero es un éxito que un partido tan reaccionario haya dado la batalla por perdida y haya entendido que el futuro es feminista o no será.
El feminismo está camino de ser hegemónico, de ser indiscutible. Por eso, como un animal herido de muerte, los retrógrados, los machistas lanzan sus últimos zarpazos y repiten como un mantra esa sandez de “ni machismo ni feminismo: igualdad”, demostrando que no tienen un diccionario cerca. O sacan a pasear un autobús que da más risa que miedo y ya ha sido obligado a detener su camino por vulnerar los derechos de las mujeres
El orden natural de las cosas nunca es natural. Siempre es una construcción de la sociedad, de quienes en un momento dado de la historia tienen el poder para hacer creer al resto que ese orden y no otro es el adecuado. Pero las sociedades cambian. No lo hacen solas, sino por el hartazgo de aquellos colectivos oprimidos y el apoyo de algunas personas que, formando parte del grupo privilegiado, no aprueban ese status quo.
Hoy es el tiempo de las mujeres. Ellas van a cambiar esta sociedad y los hombres debemos escuchar, comprender y seguir su camino. Para que nos enseñen, esta vez ellas nos van a enseñar, un nuevo orden más justo para todas las personas.
El título de este artículo es de mi mujer, que dio con él hablando el otro día sobre el miedo y el odio que la derecha siente hacia el feminismo. Y es porque altera el “orden natural” de las cosas. Ese orden perpetuado durante siglos mediante silenciamientos, golpes, encierros, desprecios, y otras formas de hacer de menos a la mitad de la población mundial para que los hombres estemos en puestos de poder, ganemos más dinero, tengamos más tiempo libre… Porque siempre ha sido así.
Un orden que todavía persiste, pero en el que abren grietas. Algunas son pequeñas, casi simbólicas; otras son grandes, resuenan en todo el mundo y tienen un efecto de bola de nieve.