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El pangolín

Las evidencias científicas apuntan al murciélago como reservorio, como el organismo que aloja virus, bacterias u otros microorganismos que pueden causar una enfermedad contagiosa y propagarse hasta causar una epidemia, pero para que el coronavirus haya pasado a los humanos necesitaba otro mamífero como intermediario.

Después de la explosión de la pandemia, hasta tres estudios científicos han encontrado un elevado porcentaje de similitudes entre la secuencia genética del COVID-19 y el virus encontrado en el pangolín, un mamífero pequeño, de entre 38 y 59 centímetros, solitario, principalmente nocturno, con una lengua tan larga como su cuerpo y con armadura de escamas que, cuando se siente amenazado, le permiten protegerse enrollándose como una bola.

La carne de esta “alcachofa andante” se considera una delicatessen, sobre todo en China y en el sudeste asiático, y sus escamas son muy utilizadas en la medicina tradicional asiática contra el reumatismo, la artritis, el asma y enfermedades de la piel.

A falta de confirmación definitiva, los indicios de los investigadores apuntan al mercado al aire libre de Wuhan donde se venden animales domésticos y salvajes, vivos y muertos, sin las debidas condiciones higiénicas, como el probable origen del COVID-19.

Alertada por la Organización Mundial de la Salud (OMS) desde 2018, la comunidad científica estaba en guardia ante una posible epidemia provocada por la cepa de la gripe aviar, la H5N1, pero se adelantó inesperada y sorpresivamente la de la SARS-Cov-2. En anteriores epidemias, como los virus SARS de 2002 y MERS, los intermediarios fueron la civeta de las palmeras y los dromedarios.

Según la Unión Internacional para la Conservación de la Naturaleza (UICN), el pangolín es el mamífero con el que más se trafica ilegalmente. Sus ocho especies, cuatro en Asia y cuatro en África, están en riesgo de extinción y cinco de ellas en situación crítica, el malayo y el chino se dan por prácticamente extinguidos.

Bajo el paraguas de la Convención sobre el comercio internacional de especies amenazadas de fauna y flora silvestre, se han aprobado leyes en China y Vietnam y acuerdos internacionales que las protegen y monitorean, se ha prohibido la venta en mercados al aire libre, el comercio de especies amenazadas, se está persiguiendo la caza furtiva, pero así y todo la organización no gubernamental Traffic asegura que unos 900.000 pangolines han sido vendidos ilegalmente en los últimos 20 años y un estudio de la Universidad de Sussex centrado en África dispara la cifra a 2,7 millones en solo un año. Los decomisos son diarios en Malasia, Singapur y Vietnam.

Resulta paradójico que pueda ser un pequeño mamífero escamoso masacrado en Asia y África por la especie humana el que haya originado una pandemia que está sacudiendo nuestro modo de vida, nuestras seguridades, nuestras agendas y prioridades.

Lejos queda aquel episodio de cólera en el Jalón en 1971, la epidemia más relevante en los últimos años del franquismo que, gracias a la rápida actuación del farmacéutico de Épila, se atajó en 12 días. Las largas colas en los ayuntamientos para vacunarnos es uno de los recurrentes recuerdos de nuestra adolescencia.

Y lejos quedan también las premonitorias advertencias de Félix Rodríguez de la Fuente, una de nuestras referencias televisivas, conductor de 'El hombre y la tierra', que en la década de los setenta fue determinante para que no se desecara la laguna de Gallocanta.

Cincuenta años después, es como si las leyes de la naturaleza nos estuvieran trazando la raya del hasta aquí habéis llegado. Es llamativo que, al elevadísimo e irreparable coste de miles y miles de vidas, de parar nuestras economías y confinarnos durante semanas en casa, nuestros cielos estén más limpios que nunca, que los peces hayan vuelto a los canales de Venecia y que la flora y la fauna se estén dando un respiro sin la presión contaminante del ser humano.

Después de que el virus nos haya pillado con la guardia baja y sin hacer los deberes, lo que sí resulta inaplazable es la coordinación internacional ante estas pandemias que están costando decenas de miles de vidas, decenas de miles de millones de euros solo en combatirlas en periodos cortos de tiempo y que han venido para quedarse.

Las evidencias científicas apuntan al murciélago como reservorio, como el organismo que aloja virus, bacterias u otros microorganismos que pueden causar una enfermedad contagiosa y propagarse hasta causar una epidemia, pero para que el coronavirus haya pasado a los humanos necesitaba otro mamífero como intermediario.

Después de la explosión de la pandemia, hasta tres estudios científicos han encontrado un elevado porcentaje de similitudes entre la secuencia genética del COVID-19 y el virus encontrado en el pangolín, un mamífero pequeño, de entre 38 y 59 centímetros, solitario, principalmente nocturno, con una lengua tan larga como su cuerpo y con armadura de escamas que, cuando se siente amenazado, le permiten protegerse enrollándose como una bola.