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Pluma de buitre. Una mirada a Aragón desde la altura

Desde la altura de los “Centinelas del Diablo”, los misteriosos mallos de Riglos, es desde donde el periodista y escritor, Arturo San Agustín, nos ofrece su mágica novela, acompañando al lector en un viaje por el pasado de un Aragón recio, que mantiene la esencia de una dureza disimulada y la sobria nobleza de las gentes que lo habitan.

Armado con un winchester justiciero, que si acaso le permite asustar a los demonios del pasado y amedrentar a caciques y explotadores del presente, San Agustín ahonda en las raíces de su familia que tanto me recuerdan a la mía.

Las casillas de la RENFE que tantos y tantos trenes vieron pasar y al que nuestros abuelos, guardavías de los destinos y de las almas de los viajeros, jamás se subieron, son solo una pincelada del afincamiento tozudo en una tierra que hoy denominamos “vacía”.  Vacua de la contaminación mediática y de las contiendas políticas, pero con todos los ingredientes de las debilidades humanas.

Quizás es por ello que los pasajes bíblicos salpican el relato del autor, porque en ellos encuentra el objetivo claro para apuntar su winchester de periodista desconfiado al que no es fácil darle gato por liebre.  Esta novela, muy bien escrita, no debería pasar desapercibida sobre todo para aquellos a los que solo ven en los buitres a un animal carroñero y no el que purifica de despojos el camino.

El buitre que planea por entre las alturas de las montañas de la comarca de la Hoya de Huesca, se ha dejado una pluma en el alfeizar de una humilde casa para recordarnos que sigue ahí, mirándonos desde la altura, acechante y vigilante para que nada cambie y si no, siempre nos quedará el winchester justiciero.

Desde la altura de los “Centinelas del Diablo”, los misteriosos mallos de Riglos, es desde donde el periodista y escritor, Arturo San Agustín, nos ofrece su mágica novela, acompañando al lector en un viaje por el pasado de un Aragón recio, que mantiene la esencia de una dureza disimulada y la sobria nobleza de las gentes que lo habitan.

Armado con un winchester justiciero, que si acaso le permite asustar a los demonios del pasado y amedrentar a caciques y explotadores del presente, San Agustín ahonda en las raíces de su familia que tanto me recuerdan a la mía.