El Prismático es el blog de opinión de elDiario.es/aragon.
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Entre campaña y campaña electoral son tiempos cascabeleros, aun cuando algunos viven en este ambiente ruidoso de manera permanente. Conozco escritores cascabeleros que recomiendan su libro a sí mismos. Les encantan sus propios comentarios en las redes sociales y ponen el corazoncito correspondiente. Incluso provocan pequeños altercados o salidas de tono para que se hable más de ellos. Ejercen como agentes literarios de sí mismos y, si se tercia, hasta usurpan el papel del editor. Son hombres orquesta y juguetes que producen siempre ruido al moverse, a veces desafinando. Van con el sonajero siempre a cuestas, libro tras libro, pues los producen de forma estandarizada y a la misma velocidad que si fabricasen chorizos en serie. No se pierden un sarao promocional, sobre todo si hay photoshop embellecedor. Son partidarios del postmodernismo del “todo vale”, con tal de que sea efectista y supuestamente vanguardista. Aun con excepciones, a su obra le suele faltar poso, tensión narrativa y contextualización bien informada. Les sobra precipitación. Por el contrario, conozco a otros escritores que esculpen con mimo cada palabra de sus novelas o ensayos. Revisan sus textos hasta el perfeccionismo máximo. Se documentan hasta convertirse en especialistas en la materia, aunque su siguiente novela aborde ya otra temática. Rompen borradores una y otra vez. Y, claro, ello lleva su tiempo. Alejados del oropel y del ruido mediático, hasta han renunciado a galardones literarios de prestigio, como el Premio de las Letras Aragonesas.
En campaña electoral se convierten en cascabeleros todos los políticos, hasta los más serios. Y algunos viven permanentemente en la algarada mediática, como la Marquesa de Casa Fuerte, Doña Cayetana, que nos seguirá deleitando desde el Congreso de los Diputados. ¿Seguirán compitiendo patológicamente con el jinete barbudo o cambiarán esta estrategia errada?
El populismo de derechas, envuelto en rojigualdísima bandera, como si los demás no fuésemos españoles, se ha abierto camino como consecuencia de las tensiones territoriales, de acuerdo, pero también cuando la derecha de origen thatcheriano parece agotada e incapaz de prometer mundos mejores, aunque fuesen falsos. El recuerdo de las importantes desregulaciones laborales y de las estratégicas privatizaciones pesa como una losa y obliga a encontrar otros recursos para movilizar emocionalmente a las clases medias. Todas estas marquesas, como Álvarez de Toledo o Esperanza Aguirre, cruzan los dedos para que se mantenga el ligero crecimiento económico logrado en los últimos años a costa de devaluaciones salariales y rezan contritas por la salud del Banco Central Europeo. Esto de “más mercado y menos regulación” lo orillan en sus mítines, apenas lo han aireado ni el PP ni Vox. Por ahí resulta difícil alcanzar la movilización emocional. Es mejor hacerlo a través de la identidad nacional y la política territorial, llenando el discurso de batasunos y separatistas, buscando enfangar a la izquierda en esas arenas movedizas. Quieren dejar atrás el patriotismo constitucional de Habermas y hacernos comulgar (a diario, como en los tiempos nacional-católicos) con el patriotismo excluyente y repleto de encendidas soflamas vacías de contenido. Y, a pesar de su derrota en escaños, la derecha ha obtenido en Aragón más votos que la izquierda en términos absolutos.
Ante la nación magullada y golpeada, la figura del “salvapatrias” no es nueva en la historia contemporánea española. Proliferaron especialmente tras el Desastre de 1898 o durante la Segunda República. El propio General Primo de Rivera se reclamó en 1923 como cirujano de la mano de hierro y fue entonces “cuando se torció la historia española”, según Santos Juliá. La novedad es que el salvapatrias actual se ha aliado con el liberalismo sin riendas y, con tanto alivio fiscal a los poderosos, pueden dejar temblando el estado de bienestar. Por eso en las próximas elecciones autonómicas es preciso que el marco identitario no lo tape todo, que el populismo nacionalista no deje sepultado a lo demás.
Esta vez la izquierda no ha sido abstencionista. Por fortuna, el ciudadano medio no tiene vocación de legionario. Pero conviene estar alerta en los próximos comicios y no darlos por ganados: los salvapatrias señoritos dispuestos a constreñir la democracia van a seguir estando ahí, mirando hacia Steve Bannon y hacia la reducción significativa del papel de los agentes públicos, empezando por las comunidades autónomas y los ayuntamientos. El curso de la historia no se parece al orden infalible de la mecánica celeste de Newton, sino a la indeterminación caótica de los estados atmosféricos. Lo que se incrementaba gradualmente y no era percibido o se daba por normal, de pronto incurre en lo que llaman los físicos una transición de fase y se acelera desastrosa o favorablemente. Y a menudo cuando la barbarie triunfa, como en 1933 en Alemania o en 1973 en Chile, no se debe solo a la fuerza de los bárbaros sino también a la capitulación de los civilizados.
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