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He vuelto a soñar mientras duermo. O, mejor dicho, he vuelto a recordar lo que sueño mientras duermo como cuando era niño y algunas noches son pesadillas o situaciones angustiosas. O me persiguen o corro algún peligro o meto la pata.
Debe ser el confinamiento, la incertidumbre y el déficit de contacto con el exterior, con la naturaleza y con la primavera, circunstancias que, por otro lado, me están descubriendo las virtudes de mi casa, pasillo senderista incluido, el vermú diario que sabe a gloria, la cerveza virtual antes de cenar con los amigos, debates incluidos, en una aplicación de software libre para que no nos intercepte el Gran Hermano o nos interfieran los piratas, el silencio sobrecogedor y la limpieza del cielo de la ciudad.
He descubierto también a mis vecinos de calle sorprendentemente jóvenes muchos de ellos a pesar de que “El Tubo” es un sector envejecido. ¡Qué rato de pura vida, de inspiración y de unidad el de los aplausos de las ocho de la tarde amenizados con canciones, dulzainas, tenores aficionados y sensación de comunidad, austeridad y solidaridad!
Y me he reencontrado con el azar. Dieciocho años después, y el mismo día, he conectado emocionalmente con un médico del Clínico, Juan José Araiz, que nos arropó en el momento más desgarrador de nuestras vidas y del que nunca nos olvidaremos.
El domingo 5 de abril lo entrevistaba Raúl Lahoz en la contraportada de Heraldo de Aragón con el titular “Nos estamos jugando la piel para salvar vidas”. Dos de sus respuestas:
“He pasado por experiencias duras como coordinador de trasplantes o en la UCI, pero estás con el paciente y la familia cara a cara. Ahora se limita todo al teléfono. Oyes llorar al otro lado del teléfono y si encima mueren, no pueden velarlos”.
“Tengo miedo. No por mí. Cuando salgo del hospital, voy a casa y tengo que convivir con mi mujer y mis dos hijos. No sé cómo podría asumir que yo les pudiera contagiar. Pero hay que seguir luchando. No bajamos los brazos contra la COVID-19”.
También me está sirviendo para vivir el acalorado debate de los hortelanos con los que tengo afinidad porque ya apremia sembrar y plantar hasta para los que tenemos el huerto a casi mil metros de altitud. Para los que lo tienen a menos altura y van más adelantados, recoger cosecha.
En el fondo, el del huerto, el autoconsumo y la calidad de los alimentos, es un mundo competitivo. Interminables debates en las redes sociales sobre si se puede o no ir al huerto, que si en Cataluña y Galicia se autoriza y en Aragón no, que si qué suerte tienen los que lo tienen detrás de casa, en el corral.
Para los que vivimos en Zaragoza y lo tenemos en el pueblo no hay debate. No se puede y punto por la distancia y porque -en esto todos estamos de acuerdo- la prioridad es luchar contra el coronavirus, evitar contagios, salvar vidas y no dar ni un resquicio a la recaída.
En las conversaciones de estos días en las comunidades rurales está el huerto, también la caída del precio del cordero y la solidaridad de agricultores y ganaderos con donaciones a las asociaciones que los necesiten o con el compromiso de desinfectar con sus tractores y sus tanques con agua y lejía las calles de los pequeños municipios.
Ha pasado de puntillas para los analistas pero en el último pulso mensual de Metroscopia los ayuntamientos, con mención especial para los pequeños, recibían la aprobación del 76% de los encuestados en la lucha contra el coronavirus, la mayor emergencia sanitaria en el mundo desde hace cien años.
Por detrás, las comunidades autónomas, 60%, y el Gobierno de España, 40%, aunque curiosamente el presidente Sánchez continuaba siendo el líder más valorado. Un 92% de los encuestados respaldaba un gran pacto entre las fuerzas políticas y sociales aunque -la decepción con nuestros líderes- un 79% veía improbable que sucediera.
Los municipios de menos de mil habitantes, que representan más del 60% del total en España y más del 85% en Aragón, se están desviviendo en la información directa y en el cuidado de sus vecinos, especialmente los más mayores, desde antes de la declaración del estado de alarma el pasado 14 de marzo.
La fuerza de la proximidad y del calor humano. En mi pueblo, que tiene poco más de 400 habitantes, se han difundido por megafonía cerca de 50 bandos desde dos días antes de que se aprobara el estado de alarma.
Para informar de los horarios de atención en el ayuntamiento y en el consultorio de salud. Para facilitar los supuestos y los horarios de atención en el Centro de Salud comarcal.
Para comunicar la suspensión de actividades de la comarca, de juventud, de deportes y de los cursos de pilates o de taichi de las asociaciones de amas de casa y de jubilados.
Para recordar que se mantienen la prestación de servicios sociales y los servicios de recogida de basuras. También para informar detalladamente cómo recogerla si se produjera algún caso de infectado.
Para preparar y llevar comida desde los dos bares, ahora cerrados, a las personas que la necesiten. Para informar de la apertura de las oficinas de las dos entidades financieras que aún abren algunas horas a la semana.
Para promover la fabricación de mascarillas ante el riesgo de desabastecimiento en el Centro de salud. Para informar de los cambios en el horario y los servicios de Correos.
Para animar a los niños a participar en un concurso de dibujos y a ser protagonistas del aplauso vecinal a las doce del mediodía por su buena actitud en el confinamiento.
Para organizar con el concurso de agricultores y ganaderos la desinfección de las calles. Para informar de las páginas web del Gobierno de Aragón, de la Diputación Provincial de Teruel, de los decretos de ayudas del Gobierno de España a pymes y autónomos, de las limitaciones a la movilidad y de las excepciones, por ejemplo, el cuidado de animales domésticos o explotaciones ganaderas, la compra de comida o medicamentos o la asistencia a dependientes.
Y por no alargarme más, también para alertar de estafadores que van ofreciendo por las viviendas pruebas rápidas para detectar el coronavirus. Y para disuadir de desplazarse a los de las segundas residencias.
Son ejemplos a lo largo y ancho de la España despoblada del patriotismo ciudadano que antepone el cuidado y la protección de las personas, de sus vecinos, con mención especial para los más vulnerables, a las batallas partidarias. Concejales y concejalas, alcaldes y alcaldesas, que comunican y musculan la democracia a través de sus bandos, su altruismo y su cercanía a los vecinos.
He vuelto a soñar mientras duermo. O, mejor dicho, he vuelto a recordar lo que sueño mientras duermo como cuando era niño y algunas noches son pesadillas o situaciones angustiosas. O me persiguen o corro algún peligro o meto la pata.
Debe ser el confinamiento, la incertidumbre y el déficit de contacto con el exterior, con la naturaleza y con la primavera, circunstancias que, por otro lado, me están descubriendo las virtudes de mi casa, pasillo senderista incluido, el vermú diario que sabe a gloria, la cerveza virtual antes de cenar con los amigos, debates incluidos, en una aplicación de software libre para que no nos intercepte el Gran Hermano o nos interfieran los piratas, el silencio sobrecogedor y la limpieza del cielo de la ciudad.