El Prismático es el blog de opinión de elDiario.es/aragon.
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Suelo repetir que ya nada me sorprende. Hasta que algo viene a sorprenderme… Se ha hablado mil veces de aquellas personas que viven su vida a través de la pantalla del móvil. Es un tema casi de señor cascarrabias, aunque es cierto que en ocasiones sorprende que se prefiera ver algo que se tiene delante de las narices interponiendo un objeto entre los ojos y los hechos. Tampoco en ese momento estaremos fabricando ningún recuerdo porque nunca podremos recordar lo que en realidad no vivimos. Pero hay que reconocer que es este un hábito social ya asentado, en el que todos caemos en mayor o menor medida, y que poco puede sorprender.
Pero a veces las cosas se llevan a tal extremo que lo que se logra es darles la vuelta y refutar toda posible crítica. Lo viví hace unos días en un concierto: una chica que tenía delante estuvo de principio a fin con el móvil en la mano, pero –contrariamente a lo que pudiera creerse– no era el escenario lo que grababa, sino su cara. Se grabó a sí misma durante todo el concierto. Grabó las sensaciones que cada instante le produjo. La alegría de escuchar su canción preferida, la melancolía causada por aquella otra que afloró sus recuerdos. Me resultó fascinante esta versión 5.0 de Narciso. No seré un señor cascarrabias porque esta práctica me pareció un avance al que no se le puede poner un solo pero. La chica vio el concierto, porque el móvil estaba colocado más abajo, y tendrá por lo tanto ese recuerdo. Pero tendrá también algo que yo no tendré: la posibilidad de verse como nunca nos vemos, la posibilidad de verse como nos ven los demás. Sabemos que los espejos mienten, pero ella buscará en la pantalla de su móvil –pasados los días– un rastro de verdad. Estoy convencido de que, al acabar el concierto, esa chica llenó de mensajes el whatsapp de todos sus contactos. Detrás de cada play –cuando esperaban ver la enésima actuación del enésimo grupo musical– se encontraron, de golpe, el alma de su amiga.
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