Haya paz a ratos

La estampa, acaso una postal de aquellas, no tiene que ver nada con el texto que sigue, que es una llamada a saludar y sonreír, también en modo analógico o carnal.

Lo básico sería ceder el paso, incluso sonreír un poco. Ante tanta barbarie mundial es una suerte vivir o sinvivir en un entorno donde el salvajismo y la violencia están mal vistos o, cuando menos, son indiferentes. Si no se cambia una bombilla –aunque ya no hay bombillas, excepto en la Lata de Bombillas, 25 años–, acaba por colapsar todo.

La indiferencia ante el mal, la injusticia y la violencia es peligrosa: está a un paso de la aceptación. La indiferencia ante el mal es la antesala de la aceptación. La indiferencia ante el malestar ajeno es también una concesión al ambiente saturado de estímulos, ganchos, anzuelos programados para abducir y manejar a las personas.

Es difícil sustraerse a picar o clicar estos señuelos que en el mejor de los casos son comerciales y en el peor empujan al mundo al desastre (y la zona gris intermedia, donde ya no se sabe nada). Una campaña de odio en Facebook desata masacres sobre refugiados en Myanmar (antes Birmania).

Todo el universo inmediato es ya un gancho, una campaña, un enjambre de fascinaciones que, además, nos vigilan y nos siguen y nos archivan y recombinan hasta crear avatares de lo que fuimos en ese momento que acaba de pasar.

Nuestros yoes sucesivos tienden al infinito igual que antes aspiraban a la eternidad. Pero ya no se reconocen unos a otros. La oración es al WhatsApp. El milagro se pide o se celebra en reels.

Granjas de pájaros adiestrados que pican mil millones de veces al día sobre los enlaces de pago.

La violencia interior individual es rentable: una vez desatada crea y derriba gobiernos o criminaliza a rivales. Y por eso se emiten tantos estímulos para espolearla, mantenerla y amplificarla. Comparte aquí tu odio, aunque desde luego nunca será tan grande como el mío.

Entre el positivismo mágico, el negacionismo universal y las insidias para que hagamos locuras queda saludar, ceder el paso y sonreír. Estos gestos amables son el suavizante de la violencia y el resquemor que nos inundan por defecto y casi por obligación. Haya paz a ratos: saludar y sonreír y ceder el paso y no ir al choque.