Es todo una amargura, al menos hasta que funcione algo, lo que sea, quizá nada, algo que sirva para arreglar cosas, renovar órganos, tanto del cuerpo físico como de las instituciones, reparar cisternas y grifos que gotean, renovar metáforas anquilosadas, reubicar a Rompetechos y Carpanta, repartir pollos eco entre los hambrientos, bajar de una vez la monserga eterna de la luz, aunque haya un poco menos de luz, producir energía más eficiente sin abrasar tanto el planeta ni las meninges de los sufridos apoquinadores, acabar esas autovías de Huesca y de otros lugares perdidos en los mapas de los ministerios y administraciones, aligerar esos contubernios, lixiviar los enchufismos endémicos, parchear el sistema de enchufes endémicos endogámicos para que se repartan con más prodigalidad, eliminar burocracias necesarias (las innecesarias son intocables), decretar ya la renta universal y sugerir que cesen las malas caras como especialización profesional retribuida, lagislar la posibilidad del autocierre de empresas tóxicas que comercializan amenazas y amarguras, liberar a empleados de estas empresas (y organizaciones) del yugo y las flechas del dolor corporativo y el acoso laboral, y esas cosas que en general agobian tanto, a ver si la IA mejora y aprende a hacer cosas útiles y gestiones benéficas, cosa que no han logrado, hasta la fecha, los humanos comecookies. La IA que está diez horas mirando para aprender a hacer un café la tendrían que poner en los consejos de administración, de ministros, etc.