Han vivido y visto, casi, de todo. Y no por su edad. Se han chocado de bruces con lo peor del ser humano: la miseria a la enésima potencia; quizás también con lo mejor: la solidaridad, la ayuda desinteresada. Su obligada experiencia vital les ha curtido hasta el punto de hablar de pateras, familiares que llevan años sin ver, excesos policiales o hambre con una naturalidad que asusta. Relatan la angustia con insólita normalidad. Como quien explica que ayer compró el pan o que hoy se echó una siesta.
Ni siquiera se les ve enfadados. Están serenos. Impertérritos. La inquietud la dejan en la calle: “Vivimos cada día nerviosos por si llega la Policía”. Pero hoy no es tarde de vender para los manteros. Esta vez se han reunido delante de un periodista y un fotógrafo para contar su vida. Al principio son cinco, cuando la grabadora se apaga, el doble. Prefieren ocultar su nombre y su rostro.
Todos llegaron de Senegal. Algunos lo hicieron en avión y con un contrato esperándoles en España (papel mojado). Otros en patera. Zaragoza y un origen común les une. También un objetivo: subsistir. Para ello venden y, en verano, los hay que hacen la campaña de la fruta. Viven en casas con cuatro o cinco compañeros –en el mejor de los casos–. No se atreven a barruntar su futuro. Uno de los que llega a última hora lo resume en una frase: “Yo no vine para vender con una tela. Pero hay que comer”. Esa es su misión y, con los 20 euros que, con suerte, sacan al día, no es fútil el objetivo.
“La Policía nos roba”
Centran la conversación en lo que más les irrita (permitan el eufemismo): el trato policial. Es ahí donde se sueltan y, con fluidez, relatan sus experiencias. Uno de ellos, que con 46 años lleva 17 en España –le trajo un avión de Dakar a Madrid–, cuenta lo último que le ha pasado:
“Me iba hacia casa. En la tela –ya recogida en forma de mochila– llevaba las cosas que vendo: bufandas y guantes. Conmigo iba otro compañero que vende camisetas de fútbol. La Policía nos seguía con el coche hasta que, en una calle estrecha, nos adelantó y se cruzó para que no pudiéramos escapar. Mi compañero tiró su mercancía y salió corriendo, yo no pude. Me llevaron a comisaria y, después, me dejaron salir. Pero me quitaron todos los productos y también se llevaron lo de mi amigo. En el parte pusieron que me habían pillado vendiendo en la calle para justificar un delito contra la propiedad industrial”.
Al unísono, el resto de manteros repiten: “Eso nos ha pasado a todos muchas veces. Es su forma de actuar”. “Nos roba, la Policía nos roba”, dicen sin ambages ni un ápice de duda. “Yo he estado en Benidorm, en Pamplona, en Catalunya, y solo pasa en Zaragoza. Por eso me quiero ir de aquí”, apostilla desde el extremo de la mesa otro vendedor de 32 años y ya 12 en España. Tenerife fue el lugar en el que desembarcó de la patera.
Toma la palabra Idrissa. Es el presidente de la Asociación de Inmigrantes Senegaleses en Aragón (AISA); él no se dedica a la venta ambulante y es el único que permite citar su nombre. A su organización llegan todas las quejas y, con la ayuda de otras entidades como SOS Racismo, la Asociación Libre de Abogados y Abogadas de Zaragoza (ALAZ) o Derechos Civiles Zaragoza, tratan de hallar una solución.
Explica que es algo muy habitual. A veces, dice, miembros de la Unidad de Apoyo Operativo (UAPO) de la Policía Local esperan a los vendedores fuera del rastro y, cuando estos suben al autobús, “entra un agente por delante y otro por detrás para que el mantero no pueda salir y le quitan todo lo que lleva. Después dicen que le han detenido vendiendo en el rastro”. Esto también sucede a veces en el tranvía, apunta. “¿Dónde están las cosas que nos requisan?”, es la pregunta general.
“Pero no todos son iguales, algunos nos dejan tranquilos”, interviene otro mantero a la izquierda de Idrissa. Tiene 31 años y llegó en 2006 a España. Otros “50 hermanos”, como él se refiere a ellos, le acompañaron en la patera que le llevó de Mauritania a España. Hace poco entró en la Comisaría de Ranillas después de que le detuvieran vendiendo. Salió de allí dos días después y con una multa de 1.500 euros que no puede pagar.
Siempre esperan a que llegue el informe policial, retoma el presidente de la Asociación. En general, indica, “se aprovechan mucho de los vendedores que no hablan bien y mienten en el parte”.
“La propia Policía es la más interesada en que no se produzca”
La concejala delegada de Policía Local en el Ayuntamiento de Zaragoza, Elena Giner, asegura que están “sensibilizados con esta cuestión y que la propia Policía es la más interesada en que no se produzcan las malas prácticas”.
Afirma que le gustaría “identificar estos hechos y actuar en consecuencia”, pero, para ello, “necesitamos denuncias formales, con fechas y lugares”.
Con esa información, destaca, “podríamos acotar, determinar cuándo y cómo y abrir una investigación”. Lo que habilitaría para “tomar medidas disciplinarias como Ayuntamiento y también medidas judiciales”, explica.
“Que nos dejen tranquilos cuatro horas al día”
Cada día están vendiendo unas cuatro horas –una por la mañana y tres por la noche–. “Siempre”, afirman de manera tajante, “viene la Policía en algún momento”. Todos los días. Piden que les permitan trabajar esas cuatro horas, nada más, “que nos dejen tranquilos cuatro horas al día”.
Solo uno de los presentes no tiene papeles. Se muestran unidos. Son “hermanos” y, juntos, quieren alcanzar una vida mejor. El año pasado, apunta Idrissa, vino a Zaragoza gente del sindicato de manteros de Barcelona: “Nos estamos coordinando con ellos”.
Estas personas, señala mirando a su alrededor, “son gente responsable y sociable. Solo quieren dejar de vender en la calle. Solo quieren un trabajo normal”.