Una veintena de pueblos aragoneses nacieron en los años cincuenta gracias al trabajo del Instituto Nacional de Colonización (INC), un fenómeno que se repitió en unos 300 municipios de toda España. Según los autores de 'Colonización, historias de los pueblos sin historia', cincuenta y cinco mil familias dejaron atrás sus hogares para instalarse en las casas de estos enclaves recién levantados. “Eran una pieza fundamental del plan del régimen de Franco para poblar las zonas rurales vacías, parcelando la tierra y ofreciéndola para adquirirla, cultivarla y habitarla a quienes de otra manera jamás habrían sido propietarios”, indican Marta Armingol y Laureano Debat, responsables de esta publicación editada por La Caja Books.
El libro ha tenido una gran acogida, especialmente en las localidades a las que hacen referencia: el Temple, Ontinar de Salz, Valareña, San Lorenzo del Flumen… “Les damos voz a los colonos y tratamos de iluminar la gesta que supuso poner en marcha estas sociedades a pesar del contexto franquista en el que fueron creados”, aseguran los autores. Para lograrlo han realizado cientos de visitas, han hablado con infinidad de vecinos y expertos, al tiempo que han repasado todas las fuentes escritas sobre estos lugares que en Aragón comparten las amenazas del medio rural en la comunidad: la falta de habitantes y de incentivos económicos para las nuevas generaciones.
En aquellos años cincuenta trasladarse a una de estas localidades era una aventura. Los primeros trabajos de los recién llegados estuvieron relacionados con la puesta en marcha de las infraestructuras, caminos, pantanos y canales, que permitirían el desarrollo agrícola de los pueblos. El perfil de aquellos primeros colonos fue variado, pero todos ellos tenían que cumplir con los estrictos requisitos morales que imponía la dictadura, aunque también es cierto que muchos eran “personas que no tenían nada y podían apostar por un cambio de vida”.
Nuevos vecinos
Los primeros pasos fueron complicados, fruto de las condiciones asociadas a la cesión de los terrenos y las viviendas. Al comienzo tenían que entregar al régimen parte de sus cosechas, de su trabajo y de sus animales“, indica Armingol. Otra de las peculiaridades tenía que ver con la vida social, pues en aquellos primeros años los pueblos aún no eran comunidades. ”Te metías en tu casa por la noche y todavía no conocías quién tenías enfrente“, precisa. ”No se sabía si eran buenas personas o qué pasado tenían, muchos se mudaban para empezar de cero“, señala Debat. Además, reconocen que los pueblos viejos estigmatizan a los habitantes de los nuevos municipios. Un prejuicio que cambió en pocos años cuando descubrieron que las viviendas construidas en estos emplazamientos de pioneros eran de mejor calidad y que, una vez establecidos, vivían en mejores condiciones.
En este sentido destacan los capítulos del libro dedicados a la arquitectura. Allí aparecen los nombres de los responsables del diseño y concepción de estos municipios, asociados a las tendencias de vanguardia europea de los años treinta y cuarenta: José Luis Fernández del Amo, Alejandro de la Sota o José Borobio, el más relacionado con Aragón. “Eran los arquitectos mejor formados de España, con grandes intereses sociales y culturales, ellos comenzaron a integrar las artes y el diseño en los pueblos de colonización”, destacan. Esto rompió con la imagen de atraso del medio rural de aquellos años de posguerra, algo que queda ejemplificado en la famosa foto de una lavandera frente a unas modernas casas blancas racionalistas tomada en Vegaviana (Cáceres) por el fotógrafo Kindel. “Mezcla lo clásico y la modernidad”, indican.
Museos abiertos
En todos estos lugares se ha producido el debate sobre el uso y la conservación. Los autores en algunos casos lamentan las intervenciones que los colonos y los herederos han realizado en los edificios, las trazas o los elementos singulares que se diseñaron en origen. Sin embargo, consideran que son un mal necesario para garantizar la supervivencia de estos enclaves. “Se tiene que encontrar un equilibrio, pero este equilibrio tiene que partir de los propios habitantes de los pueblos de colonización”, indica Armingol. Y se pone ella misma como ejemplo, como nacida en La Cartuja de Monegros. “La casa de mi familia se ha ido ampliando aprovechando espacios destinados a los corrales como parte de la vivienda o eliminando la piedra decorativa para frenar humedades, hemos buscado lo práctico sin conocer el valor que tenía la arquitectura, pero gracias a los autores que le han dado valor a este patrimonio, los propios vecinos están comenzando a apreciar el continente como una forma fundamental de garantizar el futuro del contenido”, destaca. “Yo misma he aprendido a mirar mi pueblo de otra manera”, manifiesta.
Desde el punto de vista de la Administración pública estos pueblos de colonización se han tratado de catalogar como Bienes de Interés Cultural, una medida que ha sido rechazada por algunos de sus ayuntamientos. “Es difícil llegar a un equilibrio, pues los pueblos no pueden ser museos estancos sin vida, la preservación no puede hacer intocables estos lugares”, indica Debat, al tiempo que critica desarrollos urbanísticos en pueblos diseñados por Fernández del Amo que han destruido los edificios originales para levantar bloques de viviendas “desvirtuando para siempre la razón del conjunto”.
A la hora de abordar la realidad de los habitantes de estos núcleos creados en medio de los campos de cultivo han tenido especial cuidado en encontrar voces femeninas, normalmente ocultas tras la potente imagen del colono que toma un territorio para labrar los campos. “Ellas han sido un motor esencial para poner en marcha estos pueblos, también desde un punto de vista cultural, si estas mujeres no estuvieran nadie pondría en marcha las actividades que garantizan la convivencia”, indica Armingol. Y no solo era eso: las pioneras trabajaron en el campo, cuidaron de su descendencia y tejieron lazos sociales.
Debate histórico
Un capítulo significativo de la obra, el más extenso, es el que tiene que ver con la complicada relación que mantienen sus actuales vecinos con el franquismo en el que fueron creados. “Todavía mucha gente no está dispuesta a hablar, nos hemos encontrado testimonios vagos, sin opiniones, pues durante muchos años este ha sido un tema tabú”, evidencian. Esto está completamente reflejado en los conflictos que han tenido sus regidores a la hora de aplicar la ley de Memoria Histórica aplicada a los símbolos y nombres. No en vano, de las siete denominaciones de municipios que no cumplen la norma, cuatro de ellos son de colonización. “Hemos ofrecido la oportunidad de que se expresen, creemos que es bueno presentar este debate”, manifiesta Debat. Con todo, en la parte de los agradecimientos los autores explicitan su agradecimiento “a quienes continúan reclamando por la memoria, la verdad y la justicia de los desaparecidos, las víctimas y los presos políticos del franquismo”.
En estos pueblos de colonización el futuro no está garantizado, pues dependen del devenir de la sociedad rural. En Aragón, los que se encuentran en el eje del Ebro tienen asegurado el desarrollo económico gracias al dinamismo rural del entorno, algo que no se observa con tanta claridad en el área de Monegros. “En cada uno de los lugares se desarrolla un modelo productivo diferente que está totalmente relacionado con el asentamiento de población”, resume Debat.