La socióloga y profesora de la Universidad de Zaragoza del área de Trabajo Social Inés Calzada (Barcelona, 1976) y la politóloga del Instituto de políticas y bienes públicos del CSIC Eloísa del Pino son las investigadoras principales de un artículo científico sobre “burofobia”. La Asociación Española de Ciencia Política y de la Administración lo ha distinguido como el mejor del año por su originalidad, innovación, relevancia, impacto y repercusión.
¿Cuál era el objetivo de la investigación?
Tanto Eloísa del Pino como yo llevábamos muchos años estudiando qué opina la gente sobre el estado del bienestar: el apoyo a la política social, la legitimidad de las políticas sociales, de los impuestos... Nos dimos cuenta de que la administración, más allá de las políticas o del Estado, tiene una imagen bastante mala. Es decir, la gente suele estar muy a favor de la política social y de la intervención del estado del bienestar, somos un país muy estatalista, pero, a la vez, curiosamente, las encuestas muestran que el 47% de los españoles tiene mala imagen de cómo funciona la administración y el 42% desconfía de los funcionarios. Lo que pretendíamos con el artículo era entender por qué.
¿Y por qué?
Gran parte de las actitudes hacia la administración son consistentes: la gente que ha tenido malas experiencias se queja y la gente que las ha tenido buenas tiene actitudes positivas. Sin embargo, lo que hemos descubierto es que una buena parte de ese 47% de desconfianza no tiene que ver con la propia administración, sino que se parece más a un estereotipo. En general, cuando hay descontento o insatisfacción, se interpreta que algo está fallando. Por ejemplo, cuando la gente está insatisfecha con el funcionamiento de los centros de salud, entendemos que algo falla en esos centros y suele ser así. Sin embargo, en el caso de las actitudes hacia la administración, hemos comprobado que casi la mitad de los críticos están satisfechos en realidad con cómo funciona la administración y consideraban que los funcionarios les habían tratado bien. Es decir, tenían una imagen negativa, pero experiencias positivas. A estas personas les hemos llamado “burófobos”, que es como intentamos calificar a un grupo de gente bastante grande que se queja de la administración, que desconfía de los funcionarios, pero que, cuando les preguntas por su propia experiencia, es buena. Habría un 20% de burófobos, de críticos inconsistentes. Curiosamente, también hay un 5% de “burófilos”, gente que ha tenido malas experiencias y, aun así, cree en la administración.
¿Cómo se explican que, con experiencias personales buenas, los “burófobos” sigan teniendo esa imagen negativa de la administración y los funcionarios?
En nuestro artículo, hemos apuntado a que puede ser un estereotipo; es bastante coherente con lo que todos percibimos en nuestra vida diaria. Es muy habitual quejarse de los funcionarios, decir que no trabajan... aunque es un lugar común que no tiene por qué ser cierto. ¿Por qué pensamos que esta “burofobia” puede ser por estereotipo? Pues porque tratamos de entenderlo desde todos los demás puntos de vista y nada funcionaba: ni el nivel educativo, ni ingresos, ni multitud de variables más que aparecían en la encuesta. Más bien da la sensación de ser algo en lo que influye más la personalidad. La gente que es desconfiada en su vida, por ejemplo, con personal de los bancos o de las aseguradoras; gente que tiene una posición a la defensiva ante el mundo, es mucho más “burófoba”.
¿Los “burófobos” no tenían ninguna otra característica común?
Intentamos torturar los datos buscando explicaciones, planteamos todas las variables que se nos ocurrían y nada. Como es lógico, los funcionarios se dejan llevar algo menos por el estereotipo que el resto; con todo, también había bastantes “burófobos” incluso entre ellos. Nuestros “burófobos”, si se distinguían por algo, quizá era por ser un poco más de derechas. De todas formas, hay muchísima gente de izquierdas que también defiende el estereotipo del mal funcionamiento de la administración. Algo interesante que sí descubrimos es que hay mucha variación entre comunidades autónomas; no había ninguna relación con nada para explicarlo, quizá tiene que ver con el capital social, con una especie de confianza en el gobierno, en cómo funcionan las cosas, en redes sociales... Las comunidades con más porcentaje de “burófobos” son Madrid, Cataluña y Valencia. La que menos, con mucha diferencia, Navarra. Aragón también destaca por tener pocos “burófobos”, están por debajo de la media. La verdad es que no había manera de explicarlo, lo intentamos relacionar con muchísimas cosas: con el PIB regional, con la tasa de criminalidad... Con Madrid en la primera posición, era obvio que tampoco tiene que ver con temas identitarios.
¿Esperaban encontrarse con un porcentaje tan alto de “burófobos”?
Quizá no. Aproximadamente la mitad de la crítica hacia la administración no está basada en experiencias negativas o en percepciones negativas de cómo funcionan servicios concretos. En torno a un 20% de los españoles serían “burófobos”; nos parece bastante, no esperábamos que fuera tanto. En cierta medida, es un dato bueno para la administración porque si el 47% de ciudadanos que tiene mala imagen de la administración pública realmente hubiera tenido experiencias negativas, estaríamos ante un mal funcionamiento generalizado. Con nuestros resultados podemos inferir que, aunque muchas cosas funcionen mal o muchas administraciones sean lentas, una parte de la crítica no depende del funcionamiento. Para la gente que trabaja en la administración puede ser satisfactorio saber que no lo están haciendo tan mal.
Pero, a la vez, es preocupante esa mala imagen de la administración sin importar cómo funciona realmente, ¿deberían los responsables políticos tomar medidas para intentar reducir esa aversión no justificada por experiencias reales?
Sí, eso es algo muy importante, fue una de nuestras principales reflexiones personales. El estereotipo de la “burofobia” no es gratuito. Los líderes políticos, incluso el propio gobierno, han azuzado a la gente contra la administración, contra los trámites, contra los funcionarios... Recuerdo que los recortes que sufrieron los funcionarios durante la crisis vinieron acompañados de una especie de discurso acerca de lo privilegiados que eran, lo poco que trabajaban en comparación con el resto. El discurso crítico contra la administración y los funcionarios se ha utilizado desde dentro, desde la propia clase política, para justificar medidas. Otro ejemplo sería la idea del despilfarro del estado autonómico y las duplicidades, que salió de gobiernos de izquierdas y de derechas. Así, es normal que la gente tenga el estereotipo de que las cosas funcionan mal. Habría que cuidar más ese discurso, especialmente los partidos de derechas, porque son ideas que calan más en el electorado de derechas.
¿Se podría hacer algo más?
No hay que olvidar que una parte de la gente que se declara insatisfecha realmente sí ha tenido malas experiencias o cree que determinados servicios no funcionan. Por tanto, se podrían mejorar las administraciones, hacerlas más eficaces y más rápidas.
¿Le parece que crisis institucionales, como la actual con Cataluña, pueden fomentar esa “burofobia”?
Seguro que sí. Ocurre con todos los estereotipos, que son una especie de atajo cognitivo: en lugar de reflexionar más pausadamente, nos vamos a ideas rápidas que ayudan a tomar un posicionamiento. Probablemente, la crisis de los últimos años con Cataluña y también la crisis económica hacen que la gente se agarre a estereotipos negativos para explicar su insatisfacción general.
En psicología, se considera que las fobias son una patología cuando llegan a dificultar la vida diaria de quienes las padecen. ¿La “burofobia” puede llegar a suponer problemas también para quienes la sufren?
En el artículo, hemos participado Eloísa del Pino, que es politóloga; yo misma, que soy socióloga, y como tercer investigador, José Manuel Díaz, que es economista; no hemos hecho un estudio psicológico, pero sí sería interesante que alguien abordara ese punto de vista. Con todo, yo diría que es bastante evidente que mucha gente entra a la administración a hacer un trámite a la defensiva. Entonces, el efecto puede ser sobre las personas que trabajan en la administración, que se enfrentan a gente que ya ha entrado pensando que todo va a ser un desastre, con desconfianza sobre cómo le van a atender. Entiendo que esa situación no es grata, que genera un incremento de tensión.