La historiografía de la Guerra Civil española presenta aún meandros no del todo explorados. Alejados de los lugares comunes y de las figuras manidas esperan perfiles más controvertidos o, al menos, ambiguos. Uno de ellos es el del coronel de Infantería José Villalba Rubio, que en el transcurso del conflicto armado pudo estar del lado de los dos bandos y conspiró en contra del otro. Al menos, así lo reflejan los estudiosos de este periodo, que se refieren a él con los términos de “quintacolumnista”, “ambiguo” y “traidor” para la República pese a combatir al bando franquista de norte a sur, de Barbastro a Málaga y después Cataluña.
Villalba Rubio, hijo de militar y partícipe del Desastre de Annual en 1921 con la Legión, fue ascendiendo en el escalafón y los primeros días de 1936 le llevaron el rango de coronel de Infantería. El 5 de abril fue designado para el mando de la Segunda Media Brigada de la Primera Brigada de Montaña de guarnición en Barbastro. En este punto arranca lo controvertido de su jugosa biografía. El historiador Joaquín Arrarás señala en su ‘Historia sobre la Cruzada’ que a pesar de haber conspirado “con impaciencia” contra la República, se mantuvo aparentemente “fiel” hasta el golpe de estado de julio.
Es entonces cuando su papel en la Guerra Civil adquiere relevancia. El también estudioso Víctor Pardo alude a que Villalba, junto con el general Cabanellas, el gobernador militar de Huesca, Gregorio de Benito, y otros jefes y oficiales de guarniciones altoaragonesas, “estaba dispuesto a sublevar a las tropas barbastrenses bajo su mando de manera que sumaría sus fuerzas a las de la capital para poner prácticamente toda la provincia al servicio de los insurrectos”.
Sin embargo, oficiales del cuartel de Barbastro y buena parte de la tropa, soldados de reemplazo de extracción obrera y campesinos del entorno, “no estaban dispuestos a secundar la traición de su coronel, por lo que este, que buscaba su oportunidad en medio del desconcierto, no la encontró. Además, el día 25 de julio las milicias catalanas se presentaron en Barbastro y atropellaron las intenciones del jefe de la demarcación”.
Para Pardo, “el coronel Villalba contribuyó con su inacción, sus nefastos planes militares y su permanente traición de quintacolumnista al fracaso de todas las operaciones organizadas hasta diciembre de 1936 para tomar la plaza de Huesca, objetivo militar de enorme importancia estratégica y moral para la República”.
Por tradición familiar, pues en el bando franquista militaban dos hijos y cuatro de sus hermanos -uno de ellos sería fusilado en Ronda (Málaga) por los republicanos-, todo hacía prever que apoyaría de manera fehaciente la rebelión. Para el historiador Julián Jesús Castiella existen “indicios” de que mantenía contactos con los sublevados. Lo evidente, según este, es que “asesoró a las milicias republicanas que actuaron en el frente de Huesca, con las que tuvo muy numerosos desencuentros e incidentes”. Eladio Romero apunta la teoría de que se mantuvo fiel al Gobierno “al parecer, por encontrarse aislado en zona leal” y “tras haber mantenido contactos discretos con el general Cabanella”.
Con la mano de Santa Teresa en la maleta
A finales de 1936, designado jefe de la segunda División del llamado Ejército de Catalunya, pasó a Girona y se le destinó posteriormente a Córdoba para ser enviado después a Málaga. De nuevo Víctor Pardo apunta que “abandonó” esta última población “dando lugar a uno de los más sangrientos capítulos de la Guerra Civil con la muerte de miles de ciudadanos en la carretera de Málaga a Almería, el episodio conocido como «La desbandá»”. Huyó el 8 de febrero de 1937 dejando tras de sí su maleta, donde se encontró la famosa mano incorrupta de Santa Teresa de Jesús, fruto del saqueo de iglesias y conventos de la zona y que terminaría en poder de Franco.
Citado en Valencia por el entonces jefe de gobierno, Largo Caballero, fue cesado en el mando y, acusado de traición a la República, fue detenido, procesado y encarcelado a causa de la pérdida de Málaga, junto con otros jefes militares. Aún dispondría de un último acto de pretendida redención con la República antes de la caída de Barcelona. Exonerado y nombrado comandante militar de Figueres, organizó la evacuación de Girona y en febrero de 1939 se exilió a Francia, donde pasaría la siguiente década.
Su rastro se reencuentra a primeros de julio de 1949, cuando cruzó de nuevo la frontera y se presentó voluntario en la Secretaria de Justicia de la Capitanía General de Madrid. Ingresó en la cárcel militar de Alcalá de Henares acusado del delito de auxilio a la rebelión militar. En consejo de guerra fue condenado a 12 años y un día de prisión, pero Franco le indultaría con las eximentes de que había dado auxilio a personas afines a la “causa nacional” y de que estaba probado que no compartía las ideas del enemigo. Fue puesto en libertad de inmediato y residió el resto de su vida en Madrid. Falleció en 1960.