Marcos Garcés, agricultor: “Ahora mismo, es prácticamente imposible que un joven se incorpore al campo”

Las últimas protestas de agricultores y ganaderos están consiguiendo poner el foco de atención en el campo, a pesar de que llevan años repitiendo muchas de las reivindicaciones actuales. En realidad, el coordinador de Juventudes Agrarias de COAG (Coordinadora de Organizaciones de Agricultores y Ganaderos), el turolense Marcos Garcés (Bañón, 1986), reconoce que es difícil que sus propuestas lleguen a ser atendidas. Pero no piensan dejar de exigirlas.

¿Por qué ha costado tanto conseguir que las quejas del sector del campo se empiecen a escuchar en las capitales?

Porque, desgraciadamente, tenemos un sector alejado de la ciudadanía o una ciudadanía alejada del sector. Es un problema de ambas partes y que haya costado tanto que nos escuchen lo demuestra. Estamos produciendo los alimentos,  manteniendo el medio… Sin embargo, la ciudadanía, como vivimos en un país eminentemente urbano, desconoce cuál es el sector que produce lo que come a diario. Desconoce las cosas buenas, las malas y la situación general del campo.

¿Tenéis la impresión de que esta vez sí empezáis a ser escuchados?

Sí, las movilizaciones están siendo un éxito porque a nivel de medios de comunicación y de redes sociales llevamos dos o tres semanas saliendo en todos los sitios. También es verdad que, conociendo los tiempos en que vivimos, las noticias vuelan: un día eres noticia y al siguiente desapareces. Pero, bueno, nuestra intención es no cejar, seguir reivindicando y luchando por lo que creemos que es justo.

¿Ha podido ayudar la mayor concienciación sobre el cambio climático?

Creo que sí, que ha tenido efecto. En primer lugar, en que nos manifestemos: la preocupación por el medio ambiente es una de las causas por las que hemos salido a la calle. Por otro lado, sí, como se nos mira más por el tema medioambiental, creo que también se nos presta más atención. Estamos viendo cómo últimamente parte de la sociedad nos posiciona a nosotros como los causantes del cambio climático. Eso nos duele porque, como sector económico, es verdad que tendremos mil cosas que mejorar, que habrá habido algún desmán y que tenemos parte de culpa. Pero lo que no se puede hacer es echarnos a nosotros toda la responsabilidad del cambio climático, porque precisamente los que estamos en el medio rural somos los que mantenemos los espacios medioambientales. Estamos en contacto directo con el territorio y, además, somos de los pocos sectores que somos sumideros de CO2. El transporte, por ejemplo, ¿cómo va a captar CO2? Pero es más fácil echar la culpa a un sector que crees que te pilla lejos, que no conoces a nadie que se dedique a él y, mientras tanto, seguir consumiendo lo que quiera. Porque lo que hace que haya cambio climático es que, en enero, en Teruel, me apetezca comerme un aguacate, que tiene que venir de Sudamérica. O que todos en la ciudad, para usar el coche cuatro ratos, tengan un 4x4, con el aumento en el gasto de combustible que conlleva. O las cápsulas de café vietnamita. O pedir un cable a Amazon y que te llegue al día siguiente, sólo por la pereza de no acudir a una tienda. Ese estilo de vida es lo que causa el cambio climático. Estamos molestos por que se nos incrimine a nosotros.

¿También os ha dado protagonismo la preocupación por la despoblación? Es otro reto en el que tenéis mucho que decir...

Parece que ahora mucha gente ha descubierto que esto de la despoblación existe. Sin medio rural, la agricultura no se concibe. Desde Jóvenes agricultores de COAG consideramos que, como país, tenemos una herramienta estupenda para luchar contra la despoblación: la incorporación de jóvenes al campo. Pero claro, para eso necesitamos un sector que sea rentable y apostar la agricultura de transformación en el territorio, de valor añadido, de cooperativas para poder comercializar mejor nuestros productos, conectividad para posicionar nuestros productos... Podemos ser un arma contra la despoblación, pero ahora mismo es prácticamente imposible que un joven se incorpore al campo. Le podemos dar toda la ayuda económica inicial que queramos, pero si después tiene que vivir en un pueblo con 20 personas, que, dentro de diez años, probablemente, estará cerrado, en un sector sin rentabilidad y, además, con la imagen que arrastramos, se negará.

Hablando de rentabilidad, ¿qué respondería a la gente que piensa que en los sitios pequeños no hacen falta sueldos tan altos para vivir bien?

Nos tendríamos que sentar a echar cuentas. Es un mantra que está muy extendido porque el alquiler de vivienda suele ser más barato, pero el resto de las cosas son más caras. Para ir al médico, tengo que recorrer 20 kilómetros. Para hacerme una prueba en un centro de especialidades, ya son 70 o 100 kilómetros. Para ir a Hacienda a formalizar cualquier trámite, tengo que coger el coche también. Luego, si tienes hijos y quieres, por ejemplo, que estudien inglés o música, tienes que llevarlos y traerlos con el coche. Si quieres que vayan a la universidad, en mi pueblo, no tengo ninguna opción. Cuando mis dos hermanos y yo nos fuimos del pueblo a estudiar a la Universidad, el esfuerzo económico que tuvieron que hacer mis padres cuando estábamos los tres fuera... todavía no me explico cómo lo hicieron. Si quieres tener oportunidades, siempre te tienes que ir fuera. Eso conlleva un coste económico y de tiempo que no se suele contabilizar. Por tanto, sí, los alquileres son más baratos, pero a costa de otro tipo de cosas.

En esta sociedad de modas, ¿habéis llegado a notar otra moda muy urbanita, que es ese interés por la comida sana o bio? ¿Ha repercutido en el campo positivamente?

Sí, agradecemos que poco a poco se va a tomando más conciencia por preocuparse por quién ha producido lo que estamos consumiendo, cómo se ha producido, cómo ha llegado a nuestras manos, qué productos han entrado en su elaboración... Eso es positivo para nosotros, porque producimos como los consumidores europeos nos demandan. Es una moda que creo que seguirá al alza, pero a veces es peligrosa porque viene acompañada de un déficit de información como consumidores. Es decir, hay moda con desinformación, con mezcla de conceptos. Por ejemplo, ocurre con el aguacate, que es un superalimento que a veces se utiliza para reducir el consumo de carne por una preocupación medioambiental. Pero, claro, si ese aguacate lo hemos traído de Sudamérica, con la huella de carbono que eso supone, nos hemos cargado toda la filosofía. Tenemos que seguir haciendo hincapié en la formación del consumidor.

De todas vuestras peticiones, ¿cuál os parece más difícil de conseguir? ¿La competencia desleal con alimentos producidos a miles de kilómetros de distancia? ¿Modificar las ayudas de la PAC?

La de los cambios en los aranceles es difícil porque la Unión Europea, para seguir teniendo una posición en el mundo, es la primera en hacer acuerdos de libre comercio y casi siempre el sector primario va a ser el pagano. Si quieres vender tecnología o coches en Sudáfrica o en Sudamérica, de allí principalmente te vas a traer alimentos. La despoblación también es muy difícil de revertir. Como sector, sí nos estamos poniendo las pilas en evitar el cambio climático: hay ejemplos de buenas prácticas muy interesantes y, como decía antes, somos un sumidero de CO2. Y, sobre la PAC, las políticas agrarias, se podrían mejorar de forma muy fácil, pero con lo que hemos visto en las últimas reformas, es una reivindicación que vemos muy complicada también. Las cosas son fáciles: es estructurar presupuestos y hacer políticas. Pero vemos que no se están haciendo políticas para que se mantenga la agricultura familiar, la vida en los pueblos y que el sector sea rentable. Si queremos que aquí produzcamos los alimentos más caros del mundo, pero luego, como ciudadanos, también queremos que entren alimentos de fuera que se venden a precio más barato, de alguna forma se nos tendrá que compensar. Cuando la Unión Europea se creó, uno de sus pilares era que los agricultores fueran pequeños y medianos profesionales para que estuvieran diseminados por el territorio y le dieran vida al medio rural. Esto es hablar de cohesión y vertebración territorial, algo que no ocurre, por ejemplo, en Estados Unidos, donde sólo hay una granja con una familia cada cientos de kilómetros. Entonces, si queremos vertebración, hay que apostar por ella. De todas nuestras reivindicaciones, lo más fácil sería modificar la PAC, pero igual antes las ranas crían pelo. Pero seguiremos reivindicando, no vamos a cejar.