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 “Las mujeres han migrado más y en condiciones más precarias”

Le empiezan a rondar los 80 años, pero cuando llamamos para concertar la entrevista, nos responde que podemos encontrarla casi todas las mañanas en la Facultad de Filosofía y Letras de la Universidad de Zaragoza. Catedrática emérita, Luisa Frutos (Cáceres, 1939) ha sido la encargada de pronunciar la conferencia inaugural del XVIII Seminario de Investigaciones Feministas, dedicado a “Mujeres y Migraciones”.

¿Por qué aplicar la perspectiva de género al fenómeno de las migraciones?

Lo decidimos todas las personas que formamos el Seminario, con Nieves Ibeas como directora de la edición de este año, porque todavía se necesitan muchos análisis y estudios en relación con las desigualdades de género. En este caso concreto, en el siglo XX en Aragón, las mujeres han emigrado más que los hombres, especialmente en el medio rural, y esto ha creado un problema demográfico y territorial tremendo.

¿Hay cifras sobre el número de emigrantes mujeres frente a emigrantes hombres?

En una de las conferencias del seminario, se puso de manifiesto que las estadísticas sobre migraciones se refieren fundamentalmente a los hombres porque durante el franquismo el gobierno les contabilizaba sólo a ellos, salvo que fueran en grupo o con familia. El control de las mujeres que salían hacia el extranjero durante la época franquista dependía, qué cosa más curiosa, de la Iglesia: las mujeres que querían emigrar, digamos, sobre seguro, acudían a centros religiosos en los lugares de destino –en Francia, Alemania, Bélgica...- y allí les buscaban trabajo en una familia que se suponía que era correcta. Se trataba de evitar, entre comillas, el “peligro” de las chicas jóvenes solas en un país extranjero. Dentro de España, las mujeres se movían sin aparecer en datos estadísticos. Lo que sabemos es por las diferencias en los registros de residencia, por las diferencias de población que se han ido viendo en los diferentes censos y padrones a lo largo de todo el siglo XX. Por tanto, no hay datos concretos de mujeres que emigran y el fenómeno es muy diferente de la zona rural a la urbana. De hecho, la zona rural es donde más claramente se aprecia la salida de mujeres para irse a las ciudades, de una ciudad más pequeña a otra más grande o al extranjero. Como aproximación, podríamos decir que en el medio rural aragonés entre el censo de 1981 y el de 2001, había disminuido el número de mujeres en más de 50.000. A lo largo del siglo XX, hay registradas más de 200.000 personas que han emigrado desde Aragón.

¿Qué más diferencias hay entre las migraciones de mujeres y de hombres?

En el siglo XX, las mujeres emigran más que los hombres y más cerca de su lugar de origen. Hay una diferencia importante entre lo que ocurría antes y después de los años 70-75. En la primera etapa, las mujeres que emigraban, sobre todo desde los pueblos, no tenían ningún tipo de estudios o sólo primarios. Y la mayoría iban al servicio doméstico; sólo en casos excepcionales tenían contratos de trabajo en fábricas o iban de modo temporal a la recogida de la uva o a industrias alimentarias. A partir de los años 70, la cosa cambia bastante porque las mujeres acceden a la Universidad, tienen ya estudios superiores y muchas veces se marchan ya a buscar trabajo o con contratos de otra categoría. Empieza a haber más semejanza con la emigración de los hombres.

Entonces, sobre todo en esa primera etapa, ¿la migración de las mujeres era más precaria?

Muy precaria, en cuanto al sueldo y la protección que recibían; claro está que en el servicio doméstico no había ningún control sobre sueldos, vacaciones ni nada. En este sentido, podemos decir que ahora estamos repitiendo aquello que no nos parece bien de lo que hicimos nosotros mismos con nuestras propias mujeres: se está repitiendo en parte con las mujeres que vienen de países exteriores a España.

¿También actualmente las mujeres emigran de forma diferente a los hombres?

Las mujeres que se van ahora del medio rural normalmente lo hacen cuando empiezan a estudiar y rara vez vuelven. Con un título debajo del brazo, tienen condiciones mejores, al menos desde el punto de vista teórico, para encontrar un trabajo bien remunerado. En ese sentido, pasa lo mismo que con los hombres, aunque la migración de las mujeres sigue siendo importante porque todavía tienen menos posibilidades de trabajar en el pueblo que los hombres. La verdad es que desde el punto de vista de las zonas rurales la migración ha bajado mucho porque, básicamente, no queda apenas población, por lo menos en la zona de la España interior. Por otra parte, ahora hay un cierto movimiento de retorno de mujeres y de hombres para reinstalarse en el medio rural porque, al margen de la escasez de servicios o las malas comunicaciones, buscan una vida más sana, más tranquila, más apacible, fuera del estrés de la ciudad. De momento, es un fenómeno tan débil que no va a suponer gran cosa a corto plazo, pero con estímulos suficientes, las personas se volverían otra vez a los pueblos. De hecho, hay políticas en marcha para ello, ya veremos si tienen efecto.

¿La idea, entonces, de que los hogares se han mantenido tradicionalmente en torno a las mujeres es un mito?

Pues en cierto modo sí. Claro está que las mujeres que se quedaban en los pueblos mantenían la familia y el hogar, aunque emigrase el hombre. Pero es que las que se habían ido ya no estaban. No hay más que echar un vistazo a cómo están los pueblos; en muchísimos, no había mujeres jóvenes. Recuerdo que en Plan, tras la proyección de una película del oeste, 'Caravana de mujeres', decidieron montar una fiesta, acudieron muchas mujeres e incluso algunas se emparejaron y se quedaron con algunos de los habitantes masculinos de la zona. Eso es un síntoma de que no había mujeres suficientes y es consecuencia del sistema social que ha existido en el campo: en general el que heredaba las tierras era el hombre. Entonces, las mujeres estaban siempre sometidas o bien a sus familias, o bien a las familias de sus maridos cuando se casaban. Muchas mujeres emigraban porque allí no había trabajo y también para proporcionar un dinerillo a sus propias familias de los sueldecillos que tenían. No eran muy altos, pero normalmente estaban internas y ya tenían solucionada la comida y el alojamiento. Por tanto, aunque las mujeres que se quedaban en el pueblo mantenían la casa, todas las que se habían ido podían colaborar o incluso no volver nunca para nada.