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La meritocracia y otras criaturas mitológicas

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Meritocracia, cultura del esfuerzo, si quieres puedes, sé la mejor versión de ti mismo... Estoy seguro de que todos hemos escuchado decenas de estas frases y argumentos que, bajo el disfraz de la motivación, realmente te están echando la culpa de que las cosas no te salgan bien. Como si todos tuviésemos las mismas oportunidades y solo hubiera que intentarlo. Esto, por supuesto, es completamente falso, pero que parece que culturalmente está calando. Decir que no todos partimos del mismo punto y que el ascensor social está medio averiado es, prácticamente, hacer contracultura. Pero es también señalar una realidad rotunda que conviene no olvidar ¿Significa esto que da igual lo que hagas, y que no puedes lograr cosas si no naces rico? Evidentemente no. Pero la desigualdad en la que naces está muy relacionada con la desigualdad en la que vives tu vida, y afirmar lo contrario es ponerse una venda en los ojos.

Por supuesto ese condicionamiento por donde naces es especialmente sangrante a nivel internacional. Si creces en el seno de una familia promedio de un país muy pobre, por desgracia, y aunque tengas unas enormes cualidades, es muy probable que pases toda tu vida conviviendo con esa pobreza y sin muchas posibilidades de progresar. Pero incluso en un país como España, al que se le presumen herramientas suficientes para que puedas mejorar tu posición, la cosa no es tan sencilla. Por supuesto, que haya una educación pública es elemental para un amago de lo que sería la igualdad de oportunidades, pero hay otros mecanismos que reman en sentido contrario y hacen que la riqueza también sea hereditaria.

Porque sí, la riqueza es hereditaria. Según la revista Forbes, de las 100 mayores fortunas de nuestro país, tan solo 26 eran de primera generación, es decir, correspondían a personas que no habían nacido ricas. El 74% restante nació ya en el seno de una familia millonaria. Concretamente, 53 eran de segunda generación, o sea, de padres ricos, y 21 de tercera generación o más, procedentes de sus abuelos o bisabuelos. Además, del patrimonio sumado de estos 100 superricos, si no contamos a Amancio Ortega, los otros 23 que no habían nacido millonarios solo suman el 12,5% del total. Y por cierto, estas cien fortunas españolas, muchas como hemos visto heredadas, no están en absoluto de capa caída. En el último año, su patrimonio creció un 27%, multiplicando por más de 10 el crecimiento económico del país. Va a ser verdad eso de que dinero llama a dinero.

Parece evidente que estos superricos tuvieron las cosas más fáciles que cualquiera de nosotros, pero para encontrar una desigualdad hereditaria no hace falta irnos a esos extremos. Basta con consultar, por ejemplo, la Encuesta de Condiciones de Vida del INE del 2023, que relaciona la situación económica que tenían los ciudadanos en su adolescencia con la que luego viven como adultos. Y los datos son claros. De quienes crecieron en un entorno desfavorable, solo el 9,2% se encuentra ahora entre el 20% de la población con más ingresos, mientras que más de la mitad de esos ciudadanos se encuentra entre el 40% más pobre a día de hoy. Sin embargo, entre quienes se criaron con una situación económica buena o muy buena, ocurre justo lo contrario. Tan solo el 17% se encontraba en el quintil más desfavorecido en cuanto a ingresos, mientras que casi el 25% está ahora entre el 20% más rico. Esta desigualdad se suaviza bastante con respecto a 2019, pero se sigue viendo claramente que el ascensor social no termina de funcionar, y que si naces en un entorno precario no es nada fácil darle la vuelta a la tortilla.

Para mí estos datos son un gran golpe a la forma de pensar neoliberal. Esta se basa en admitir que existe una desigualdad, pero una desigualdad meritocrática. Es decir, que en base a tu esfuerzo, tus capacidades o a tu sacrificio puedes llegar a tener más que el vecino, y además te lo vas a merecer. Pero otra cosa es reconocer que en muchas ocasiones quien triunfa no es porque es el mejor, o porque tiene más fuerza de voluntad, sino porque lo ha tenido más fácil. Y que el pobre, o el precario, lo es porque no ha tenido la oportunidad. Es decir, que existe una desigualdad que no es achacable a la actitud del individuo, sino que te viene marcada por donde naces y creces. Supongo que para los neoliberales esto es una verdad incómoda, probablemente saben que está ahí, y en cuanto profundizas en los datos la encuentras, pero prefieren hacerse los sordos ante una realidad que clama a gritos.

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