María Jesús Montero, la “brújula” con la que el PSOE quiere abandonar su travesía en el desierto en Andalucía
“Cuando despertó, María Jesús Montero todavía estaba allí”, escribe, pícaro, un veterano del PSOE andaluz nada más enterarse del regreso a la política autonómica de una dirigente que ocupó altos cargos en la Junta de Andalucía durante 16 años consecutivos, tres menos que el expresidente Manuel Chaves, antes de que Pedro Sánchez la colocara justo a su izquierda en el Gobierno de España y en el partido.
El conocidísimo microcuento del dinosaurio de Augusto Monterroso sólo tiene siete palabras, pero su sencillez es tan compleja y sus metáforas tan inabarcables, que ha evocado una infinidad de explicaciones. Con el regreso de Montero a Andalucía ha ocurrido lo mismo.
Hay quien percibe a “la mujer más empoderada del país”, un torbellino de energía a punto de zamarrear a un PSOE marchito, cuya sombra de lo que fue es inmensamente más larga que el cuerpo que ahora ocupa (30 diputados en el Parlamento, dos diputaciones provinciales y una alcaldía de las ocho capitales andaluzas, recién conquistada con una moción de censura).
También hay quien percibe en su regreso un reconocimiento manifiesto de que el otrora todopoderoso PSOE-A, la federación más numerosa del partido con sus más de 40.000 afiliados, no ha sido capaz de parir de manera autónoma una generación de políticos jóvenes y frescos que renueve el proyecto socialista andaluz en el primer cuarto del siglo XXI.
Montero quería esto último, antes que regresar a su fuero, como dejó dicho una y otra vez en público y en privado. Pero su nombre, a la postre, ha sido el único pegamento para un partido abocado a partirse en mil pedazos en las primarias convocadas este mismo mes para elegir un líder. El socialismo andaluz de hoy no es homologable al que existía antes de 2018, cuando pierden el gobierno tras 37 años ininterrumpidos en el poder. “Ninguna brújula nos ha devuelto a Montero: Montero era la brújula”, resume un exconsejero.
María Jesús Montero, hija de maestros de escuela, tenía 36 años cuando entró en la Junta de Andalucía en 2002, como viceconsejera de Salud, y 52 años cuando salió de ella, como consejera de Hacienda, camino de la Moncloa en 2018. Venía de codirigir el mayor hospital de Andalucía –el Virgen del Rocío, de Sevilla–, avalada por su capacidad gestión, y se llevó todas sus horas de guardias y trabajo extra a la dirección de un gobierno con más de 250.000 trabajadores públicos, la mayor empresa de la comunidad.
Hoy esta médica de profesión tiene 58 años, dos hijas mayores, un pie en Madrid, otro en Sevilla y sobre la mesa de trabajo los Presupuestos Generales de 2025, la reforma del modelo de financiación autonómica, a partir de un acuerdo “singular” para Cataluña ya firmado con ERC; y la reforma de la arquitectura fiscal en España, un país donde la derecha habla todos los días de sobrecarga de tributos, pero con una presión impositiva por debajo de la media europea.
El último papel sobre la mesa es la reconstrucción de la mayor federación del PSOE a poco más de un año de las elecciones en Andalucía, donde la derecha ocupa 72 de los 109 escaños, y Juan Manuel Moreno gestiona una mayoría absoluta desideologizada por fuera, con un perfil moderado que achica el espacio de los socialistas.
La todavía número dos del PSOE federal –dejará el cargo cuando asuma la secretaría general andaluza– militó de joven en el Partido Comunista, fue una activista social que participó en los movimientos de base de cristianos de izquierda, y entró como independiente en el Gobierno socialista de Chaves. Ha sido consejera con los últimos tres presidentes autonómicos: Chaves, Griñán y Susana Díaz.
El primer presidente que la metió en su Consejo de Gobierno, en unas declaraciones recientes a El País, admitía que no supo ver el potencial de aquella joven que hoy ocupa el segundo escalafón en la Moncloa y en el PSOE federal. “La escogí por su recorrido técnico y profesional, porque era médico. No supe ver su dimensión política y me arrepiento. La María Jesús Montero de ahora me ha sorprendido. Me hubiera gustado descubrirla a mí. Entre otras cosas porque yo ya tenía pensado dejar la presidencia de la Junta y si hubiera sabido ver el lado político de Montero la podría haber recomendado para sucederme. Pero no lo vi”, dijo entonces Chaves.
Fortalezas y hándicaps
Todo ese capital político, toda esa experiencia de gestión y negociación de Montero se proyectan durante los años de esplendor de los primeros ejecutivos socialistas que sentaron las bases del autogobierno andaluz, pero también en los años del declive, del desgaste, de la corrupción y el descrédito que sufre el PSOE tras la condena a sus compañeros por el fraude de los ERE. Todas las fortalezas y los hándicaps que arrastra la candidatura de Montero serán usados en su contra por el PP y el equipo de Moreno, que la espera con los cuchillos afilados.
Ahora vienen vientos de guerra, en un escenario de polarización total, pero no hace mucho que los veteranos del PP andaluz reconocían el peso político de la ministra de Hacienda. “Es entusiasta, es muy buena mitinera, contagia energía a sus equipos. Es incombustible, da mucho y exige mucho”, dice uno de sus colaboradores. “Es muy clara hablando, se expresa con todo el cuerpo y eso en Andalucía se entiende mejor que en Madrid. Es persistente en las negociaciones, y muy dura”, recuerda un rival político conservador, que se ha sentado más de una vez con ella. “Es una metralleta, te envuelve con su discurso y sus datos. Cuando te das cuenta ya te ha liado, es como una obispa”, rememora un líder de la izquierda andaluza.
Antes de marcharse a Madrid para negociar los Presupuestos Generales del Estado con el Podemos de Pablo Iglesias, socio de Gobierno, sacó adelante en Andalucía tres presupuestos autonómicos negociados con Ciudadanos, sostén del último Ejecutivo en minoría de Susana Díaz.
Y antes de eso, también negoció y amarró las cuentas autonómicas con IU, socio del PSOE en el último mandato de Griñán, y pactó con el Gobierno de Mariano Rajoy –con Cristóbal Montoro en la cartera que hoy ocupa ella– el cumplimiento de los objetivos de déficit. A Montero le han reconocido siempre “pedagogía política”, “capacidad comunicativa” e “ingenio (que no ingeniería) numérico” para traducir cifras en relato político. Todos sus presupuestos, ya negociara con comunistas, liberales o conservadores, los tildó “de izquierdas”.
Lo último que hizo en Andalucía, justo antes de responder a la llamada de Pedro Sánchez, fue redactar la primera propuesta de una comunidad autónoma para la reforma del sistema de financiación autonómico –caduco desde 2013–, llevarla al Parlamento andaluz y lograr que la firmaran Podemos, IU y el PP de Juan Manuel Moreno. Ese documento, que propone inyectar 16.000 millones de euros extra a las comunidades –4.000 millones para Andalucía– es reivindicado hoy tanto por el PP andaluz como por el PSOE andaluz.
Ambos se acusan mutuamente de traicionarlo. Los populares ponen el acento en la financiación singular para Cataluña, que Sánchez ha pactado con los independentistas catalanes, y ahí se va a concentrar todo el fuego de cobertura que disparará el PP contra Montero, responsable de concretar un pacto que, dicen, discrimina a Andalucía. Los socialistas, sin embargo, ponen el acento en el dumping fiscal, acusan a Moreno de fomentar y liderar junto a Isabel Díaz Ayuso una competencia desleal entre comunidades, bajando impuestos para captar las rentas más altas, a costa de mermar los servicios públicos.
Contra una derecha andaluza de 72 diputados
La renuncia de Juan Espadas a la secretaría general del PSOE andaluz y la candidatura de la vicepresidenta del Gobierno, ministra de Hacienda y número dos en Ferraz es la fórmula “ganadora”, dicen, para quebrar la mayoría absoluta de Moreno.
El muro que tiene que escalar es elevadísimo: 72 diputados ocupa la derecha andaluza, 58 del PP (tres por encima de la absoluta) y 14 de Vox. A la izquierda del PSOE hay siete escaños que representan dos grupos –Por Andalucía y Adelante Andalucía– que a su vez representan siete partidos que comparten, pugnan, comparten y vuelven a pugnar por el mismo espacio político, cada vez más jibarizado.
La pértiga para saltar ese muro es grande –no hay una mujer en política con más poder institucional y orgánico que María Jesús Montero–, pero, como le ocurrió también a Espadas, su pulso con Moreno será extraparlamentario hasta las elecciones de 2026, porque la dirigente sevillana no tiene escaño en la Cámara andaluza.
El primer episodio de su nueva etapa será reconstruir el PSOE andaluz, formar un equipo potente que cubra sus huecos en Andalucía cuando esté en Madrid, al frente de un Gobierno en minoría dependiente de socios parlamentarios en discordia y con una oposición hostil que usa los tribunales como ariete contra el presidente y su entorno. El PP andaluz ya le ha pedido que deje el Gobierno para centrarse en sus tareas autonómicas.
Montero nunca ha sentido predilección por la fontanería orgánica del partido, hasta su última etapa en el Gobierno andaluz no estuvo afiliada al PSOE y, sin embargo, ha llegado a la vicesecretaría general del partido aupada por la confianza que le profesa el presidente.
Su nombre sonó como sucesora de Susana Díaz cuando la expresidenta andaluza se lanzó con todo el aparato del partido a derrotar a Sánchez en unas primarias que terminó perdiendo estrepitosamente. Su nombre sonó como sucesora de Pedro Sánchez cuando el presidente se tomó cinco días de reflexión y abrió la caja de Pandora del postsanchismo, al poner él mismo en duda su continuidad.
Las quinielas del poder la han perseguido durante años y, esta vez, la han atrapado para que regrese a Andalucía.
7