Servicios básicos como el acceso a la electricidad o al agua caliente se dan por sentados, pero en Zaragoza “elegir” encender la calefacción o asumir que el agua de la ducha es fría son realidades en los barrios en los que se concentran los hogares con menos ingresos.
Este pasado mes de mayo tuvo lugar el CSC Luis Buñuel un encuentro vecinal organizado por la Asociación de Vecinos Lanuza-Casco Viejo para tratar la problemática de la salubridad en las viviendas del barrio, enfocado a un tema concreto: la falta de agua caliente y electricidad y sus consecuencias para la salud de las personas.
El encuentro comenzó con dos testimonios. En primer lugar, Giselle García, que vino hace menos de un año desde Nicaragua. Expuso lo que le había supuesto vivir sin electricidad, y por extensión, sin calefacción, tras su llegada a España. “Sabía, cuando partí, que las cosas no iban a ser fáciles, que tendría que optar por cualquier trabajo que se ofreciera. Estos trabajos que no están muy bien remunerados hacen que tengas que ir restringiendo cosas para llegar a fin de mes, y una de las cosas en las que decidí recortar fue en electricidad. De los cuatro sitios en los que viví, solo uno tenía calefacción central”.
Aplicarse este recorte eléctrico tuvo sus consecuencias: “Llegué a enfermar; la humedad de la casa, combinada con el frío, terminó por mandarme a la cama una semana entera”. A la salud física se unió un problema de convivencia: “Mi compañera de piso tenía otra sensibilidad con el calor y nunca llegábamos a un acuerdo; es otro problema más”.
Giselle no esperaba que la falta de electricidad fuera una de las estrecheces a la que se tendría que enfrentar en España. “Se trata de una pobreza invisible, nadie sabe si esta u otra persona está pasando frío en su casa... ¿Cómo saberlo si no se ve?”. Su testimonio concluyó con una paradoja: “Vine de un país menos desarrollado donde la calefacción y la electricidad nunca me supusieron un problema y aquí, en el primer mundo, tengo problemas para acceder plenamente a estos servicios”.
Duchas de agua fría en plena calle
A continuación tomó la palabra Jesús Viagarda. Jesús vive en la calle y, como él cuenta con mucha sorna, esta circunstancia “te hace tener una relación muy especial con el agua fría; si no son los aspersores en verano, son las duchas en invierno”. “A mí la vida en la calle nunca me ha asustado, prefiero dormir en un cajero y que otra persona más necesitada ocupe mi lugar en el refugio, ya que hay gente a la que esto le puede llevar al hospital, no es la primera persona ni la segunda que veo siendo atendida por hipotermia tras una ducha de agua fría. ¡Además los que vivimos en cajeros somos los que más partido le sacamos a los bancos!”, remataba Jesús con ironía.
Las palabras de Jesús dieron paso a la segunda fase de este encuentro: el intercambio de ideas entre los asistentes repartidos en seis mesas. Un vecino comentaba como la ducha de agua fría era lo habitual, que eran los estándares los que habían subido. A lo que otra participante contestó que, si bien era cierto, intentar ahora que un niño se duche con agua fría antes de ir al colegio es, cuando menos, complicado; una tercera añadió que, para ella, esta carencia de agua caliente formaba parte de la precariedad habitual a la que se ve expuesta mucha gente del barrio. Un síntoma de problema económicos que derivan en un estigma sanitario y social relacionado con la higiene.
Un 'semáforo' de la salud del barrio
Las mesas fueron produciendo ideas y alternativas. Todas las aportaciones fueron recogidas después por Eddy Castro, presidente de la AAVV Lanuza Casco-Viejo. Su objetivo: elaborar un documento que identifique los problemas de vivir en el barrio desde el punto de vista de quienes los ven y/o padecen directamente en sus calles y casas.
Castro explica cómo “esta charla y otras surgen del Consejo de Salud del Gancho, en el que estamos todas las asociaciones y colectivos asociativos del barrio”. “En este consejo pusimos en marcha el año pasado una iniciativa llamada 'El semáforo de la salud'. Los vecinos aportaban sus preocupaciones sobre la salud en el barrio y fuimos detectando una serie de temas recurrentes; la piedra angular de todos ellos es la vivienda en sus distintas vertientes”, cuenta Castro. El objetivo de este programa es elaborar un documento con los técnicos de las asociaciones, en el que estarían recogidos los testimonios de los vecinos; además, está previsto realizar con todo el material una obra dramática.
Consecuencias de la dinámica urbanística
Para Castro, los problemas expuestos por los vecinos son consecuencia de dos dinámicas: la gentrificación y la turistificación del barrio.
“Sabemos que no hay soluciones inmediatas pero con todo esto lo que buscamos es un compromiso político. La crisis de 2008 ha dejado mucho edificio vacío en el barrio y muchos, aunque tienen dueño, están abandonados. Simplemente no les resulta rentable adecentarlos o reformarlos. El acaparamiento y especulación que tantas veces hemos repetido. De esta manera el acceso a la vivienda se complica ya que las viviendas son peores y más caras, hay vecinos que terminan marchándose por que El Gancho no les resulta rentable”, alega.
Castro suma a su análisis otro elemento de conflicto: la turistificación. “En nuestra asociación ya son tres familias, una de ellas de ancianos, las que han dejado el barrio porque no aguantan el ruido. Una madre nos vino a contar que se va a dormir al parque con su bebé porque en su casa hay demasiado ruido. Este modelo de negocio basado en la turistificación está trayendo muchos problemas de convivencia a los vecinos del barrio”.