'Mane' y su mujer, Vitalina, viven con el corazón en un puño y pegados al teléfono móvil desde que comenzó la invasión de Rusia a Ucrania. Ella, lleva 20 años en España, pero todos sus familiares -sus padres, su hermano, sus tíos y sus primos- residen en este país, concretamente en Jersón, una ciudad situada a orillas del Mar Negro y muy próxima a la península de Crimea. Cuando estalló la guerra, solo pudieron refugiarse en los sótanos de sus viviendas ante el avance de las tropas rusas por el sur, la única que pudo salir fue su sobrina, que en ese momento se encontraba en Kiev visitando a una amiga. “Siempre estamos en contacto, pero dada la situación mucho más”, explica Vitalina. “Cuando mi sobrina y su amiga me dijeron que cogerían un tren para intentar llegar a la frontera con Polonia y escapar de Kiev le dije a Mane que teníamos que ayudarlas, había que ir a por ellas”, cuenta.
Ni corto ni perezoso, Mane comenzó a prepararlo todo para su viaje. “Preparamos bocadillos, botellas de agua, zumos, todo para llevarlo a la frontera y mi hija me dijo, papá ya que vas por qué no intentas traerte a más gente que quieran venir, así que buscamos un coche más grande con esa idea”. Finalmente se pusieron en contacto con la Asociación Ucraniana de Residentes en Aragón, quien les proporcionó un turismo de siete plazas y Mane emprendió su marcha.
Después de casi dos días de camino llegó a la frontera. “No es la primera vez que iba a Ucrania en coche, este verano mi mujer y yo ya habíamos venido a la boda de su hijo y sabía cómo llegar”. Durante el camino e incluso una vez en Polonia, no se topó con ningún control ni tuvo que explicar adónde se dirigía, asegura. Cuando llegó se encontró con cientos de personas que intentaban salir del país “sobre todo mujeres con niños y gente mayor”, pero también con voluntarios de otros países que como él, habían ido hasta allí para ofrecer ayuda. “Estaban bien atendidos, les ofrecían agua, comida y medicamentos”, cuenta.
Su sobrina, Oksana, y a su amiga, Karina, estaban a salvo con una prima de su mujer que reside en Polonia y que colabora ayudando en la frontera. Una vez con ellas, Mane ofreció los sitios que aun le quedaban libres a otros Ucranianos que quisieran viajar a España. “Nadie quería venir, tenían miedo, porque hay gente que está haciendo negocio con esto y por transportarlos hasta países europeos les piden entre 1.000 y 2.000 euros”. Así pues emprendió su viaje de vuelta, pero cuando ya estaba en Cracovia, a casi 300 kilómetros de la frontera, Vitalina le contactó para avisar de que le estaban llamando muchas personas que querían marcharse con él. “Mi prima dio mi teléfono para que hablaran conmigo y así se quedaran tranquilos y accedieran a venir”, explica ella.
Así pues, Mane dio media vuelta para recoger a una mujer embarazada, a su hija y a su madre. A ellas las dejó en Zaragoza, donde la Asociación Ucraniana de Residentes en Aragón se ha encargado de buscarles alojamiento. “Todas estaban bien, aunque con mucho miedo por sus familias y con mucha incertidumbre”, explica Mane.
Un segundo viaje
En solo cuatro días, Mane recorrió unos 3.200 kilómetros hasta la frontera y otros tantos de vuelta, más los 600 extra para regresar a buscar a las tres mujeres refugiadas. En total unos 7.000 kilómetros que no dudaría en volver a recorrer. De hecho se ofreció voluntario para viajar de nuevo, esta vez con vehículos facilitados por el Ayuntamiento de Utrillas.
Finalmente el consistorio, junto a la Comarca Cuencas Mineras, ha fletado un autobús con 36 plazas que partirá este mismo lunes. “Esta vez, nos hemos puesto en contacto con la Asociación Ucraniana de Residentes en Aragón, para concretar a quienes recogerá el autobús”, explica Mane, que aunque no viajará personalmente, sigue dispuesto a prestar ayuda. “Me llama mucha gente para preguntar cuál es el mejor camino para ir a la frontera porque ellos también quieren ayudar, y también me contactan para que recojamos a algún familiar o conocido”.
Su gesto ha despertado toda una ola de solidaridad. En Utrillas, el Ayuntamiento no solo ha querido mostrar su apoyo enviando este autobús a Polonia, también llevó a cabo una recolecta de medicamentos y material de primeros auxilios que ya han mandado al país y se ha encargado de alojar a Oksana y su amiga, Karina, en un apartamento de titularidad municipal.
La idea es que los refugiados que lleguen en los próximos días puedan quedarse de forma provisional en una residencia municipal. Después, con ayuda de los servicios sociales, tratarán de reubicarlos en viviendas de vecinos del pueblo. “Hemos tenido una respuesta increíble por parte de la gente de Utrillas, todos se ofrecen a ayudar y si falta sitio, el ayuntamiento dispone de cuatro apartamentos listos para entrar a vivir”, explica Joaquín Moreno, alcalde de la localidad.
Incertidumbre
Oksana y Karina se muestran contentas y agradecidas de haber podido escapar del país y de permanecer en un lugar seguro, pero el miedo por la situación en Ucrania crece cada día. “Dicen que tienen mucho miedo por su familia y que hablan con ellos constantemente para asegurarse de que están bien”. Vitalina hace de traductora porque ni Oksana ni Karina hablan español.
Las amigas estaban juntas cuando todo empezó y confiesan que llevaban días con la maleta hecha porque sabían que la invasión era inminente. Oksana había ido a Kiev por el cumpleaños de su amiga y ya no pudo regresar a Jarsón ni despedirse de su familia, lo mismo le ocurrió a Karina que tiene a todos sus familiares en la región del Donbás, pero ella trabajaba en la capital Ucraniana.
A ambas les gustaría regresar a su país aunque son conscientes de que no podrán hacerlo en breve y por el momento se contentan con saber que sus familias están bien. “Es muy duro estar aquí y no poder hacer otra cosa que preguntar para asegurarnos de que todos están bien”, explica Vitalina a título personal, y con lágrimas en los ojos.