Arsenio Escolar es periodista y escritor. Con sus 'Crónicas lingüísticas del poder' –información, análisis y opinión de primera mano–, entrará semanalmente en elDiario.es en los detalles del poder político, económico, social... y de sus protagonistas. Con especial atención al lenguaje y al léxico de la política.
Sanchismo versus ayusismo, peligro para el incipiente feijooísmo
Impresionismo, puntillismo, expresionismo, fauvismo, cubismo, futurismo, dadaísmo, surrealismo... En el arte, los ismos son bautizados, nominados (dado nombre), por sus propios creadores e impulsores, y acaban logrando por lo general unos atributos positivos, una reputación. La historia del arte, especialmente la del último siglo y medio, está llena de ismos valiosos.
Felipismo, guerrismo, aznarismo, zapaterismo, sanchismo… En la política, los ismos personales son bautizados, nominados, por los rivales, con el indisimulado propósito de desacreditar al del nombre propio del que nace el sustantivo formado con ese sufijo, -ismo, tan frecuente en nuestra lengua. Al cabo, el término se convierte en peyorativo; se usa más como un descalificativo, como un insulto, que como un apelativo neutro. Rara vez es un piropo.
El sufijo -ismo, en efecto, es uno de los más recurrentes de nuestro idioma; vale en castellano para las cosas más diversas, para un roto y para un descosido. Te vas al Diccionario de las academias, el DLE, tan citado como fuente de autoridad en estas crónicas, y descubres sus muchas habilidades. Una: que -ismo forma sustantivos que “suelen significar” 'doctrina', 'sistema', 'escuela' o 'movimiento', y cita el Diccionario estos: socialismo, platonismo e impresionismo. Otra: que forma sustantivos que significan 'actitud', 'tendencia' o 'cualidad', y pone de ejemplos egoísmo, individualismo y puritanismo. Una tercera: que forma sustantivos que designan actividades deportivas, por ejemplo atletismo o alpinismo. Una cuarta: que forma sustantivos que designan términos científicos, como tropismo o astigmatismo. Y una quinta: que forma sustantivos que designan 'situación' o 'condición', como es el caso de marginalismo o pauperismo. ¡Qué capacidad genésica la del sufijo -ismo! Es más prolífico que el holandés Jonathan M., donante de esperma al que un tribunal ha ordenado parar porque ya tiene 550 hijos biológicos diseminados (nunca mejor dicho; viene del latín 'disseminare', y este de 'semen') por el mundo.
¿A cuál de esas cinco habilidades y capacidades de -ísmo se referirá Alberto Núñez Feijóo cuando dice que quiere “derogar el sanchismo”, en referencia el sustantivo a Pedro Sánchez? ¿Es para Feijóo el sanchismo una 'doctrina', un 'sistema', una 'escuela' o un 'movimiento'? ¿Una 'actitud', una 'tendencia', una 'condición'? ¿Es una norma, y por eso se puede 'derogar': “Dejar sin efecto una norma vigente”? ¿Debería el Diccionario incorporar una nueva acepción en -ismo para señalar que forma sustantivos que pretenden criticar, censurar, vituperar o denigrar a alguien?
Por lo general, los ismos en política se forman sobre nombres del poder, pero no a todos los poderosos los consideran sus rivales suficientemente dignos de generar su ismo. Apenas encontraréis el palabro 'rajoyismo' si buscáis en Google. Y la mayoría de las veces que halléis 'feijooísmo' se referirán al religioso benedictino y ensayista orensano del siglo XVIII Benito Jerónimo Feijoo, sin tilde, y las menos al Feijóo también orensano que ha sido durante trece años presidente de la Xunta de Galicia y ahora es presidente del Partido Popular. Por contra, Isabel Díaz Ayuso, que lleva en el poder autonómico de Madrid menos de cuatro años -es decir, un tercio de lo que estuvo Feijóo en el suyo-, ve estos días cómo se extiende el uso del término 'ayusismo' entre sus contrarios -e incluso entre algunos de sus partidarios, estos quizás pensando en que no es peyorativo-.
Viene con fuerza el ayusismo, viene pegando fuerte. Tanto, que algunas veces cuesta discernir si esa fuerza siempre activada de la presidenta de la Comunidad de Madrid va sólo contra el presidente del Gobierno de España o si también lo hace contra el presidente del Partido Popular. Hace unos días, en la tribuna principal de las celebraciones institucionales del Dos de Mayo, dio la impresión de ambas cosas.
En La Moncloa probablemente hayan visto una gran oportunidad en esa fuerza del ayusismo. Una oportunidad de fomentar el segundo uso, claro; el de volverla contra Feijóo. Tampoco hay que esforzarse mucho, ya vio Pablo Casado cuando estaba aún en primero de casadismo que Ayuso era de gatillo fácil.
Además de baloncesto -básket, dice él-, Pedro Sánchez practicó judo desde muy pequeño. Primero, con cinco años, en el polideportivo de Aluche. Después, en Alcobendas. Mucho tiempo de yudoca en total. Lo primero que se aprende en el judo es a caer, y en eso Sánchez ha dado muchas muestras posteriores en su trayectoria política de que lo entendió bien. Otra de las cosas básicas que se enseña en las escuelas de judo es la técnica del Chikara-No-Oyo, de la no resistencia. Yudoca octavo dan Pedro Sánchez (eldiario.es) Es la esencia de ese deporte. Se resume así: nada hay tan eficaz para derrotar a un rival como aprovecharse de su propia fuerza para tumbarlo. Si empuja, cediendo y tirando de él; si tira, cediendo y empujándolo.
En estos tiras y aflojas entre sanchismo y ayusismo de estos días preelectorales, quien tiene más papeletas de resultar dañado es el incipiente feijooísmo, tan incipiente que está por ver que llegue a cuajar del todo.
Impresionismo, puntillismo, expresionismo, fauvismo, cubismo, futurismo, dadaísmo, surrealismo... En el arte, los ismos son bautizados, nominados (dado nombre), por sus propios creadores e impulsores, y acaban logrando por lo general unos atributos positivos, una reputación. La historia del arte, especialmente la del último siglo y medio, está llena de ismos valiosos.
Felipismo, guerrismo, aznarismo, zapaterismo, sanchismo… En la política, los ismos personales son bautizados, nominados, por los rivales, con el indisimulado propósito de desacreditar al del nombre propio del que nace el sustantivo formado con ese sufijo, -ismo, tan frecuente en nuestra lengua. Al cabo, el término se convierte en peyorativo; se usa más como un descalificativo, como un insulto, que como un apelativo neutro. Rara vez es un piropo.